El nacimiento del yo
Como afirma Olvido García Valdés, la clara lengua de Teresa sólo tiene igual en Cervantes. Para la poeta asturiana, la autora del Libro de la vida —“nacido de los adentros”, como ella misma dijo— indagó en el núcleo duro del cristianismo en busca de una espiritualidad que satisficiera sus necesidades, pero es su forma de compartir ese camino —su fresca y luminosa “poética conversacional”— lo que convierte la lectura de sus escritos en una delicia. Ya señalada por su temprano editor fray Luis de León, la novedad de Teresa de Jesús es abordada por Víctor García de la Concha que alude a la formación doctrinal y literaria de la autora para poner de relieve lo original de su empeño: “abrir de par en par las puertas y ventanas del interior del espíritu”. El cambio de perspectivas y una característica espontaneidad que sería duramente censurada por los inquisidores, recelosos de su franqueza, son dos de los perdurables encantos de su prosa.
Recuerda Teófanes Egido que no fue hasta mediado el siglo XX cuando se documentó el linaje judeoconverso de Teresa, desconocido por los hagiógrafos y nada extraño si tenemos en cuenta el desdén de aquella por los estatutos de limpieza de sangre. De las estrechas relaciones de la fundadora con su admirado Juan de la Cruz, pese a la acusada disparidad de caracteres, escribe Fernando Delgado, que desgrana sus complicidades y asimismo los desencuentros, diluidos por la persecución de que ambos fueron objeto. Cinco siglos después de su nacimiento, la figura de Teresa de Jesús, apunta Espido Freire, sigue deslumbrando por su singularidad y son varios los rasgos —empezando por la independencia de criterio, tanto más admirable en tiempos de misoginia generalizada— por los que reconocemos en ella a una mujer moderna.