Las letras primeras
En alza ininterrumpida desde los años ochenta, la literatura infantil y juvenil representa una parte no pequeña del mercado editorial español que en las últimas décadas ha asistido a una proliferación de colecciones y sellos específicos, que definen su oferta por franjas de edad y cuyos libros, casi siempre ilustrados y a menudo disponibles en ediciones muy cuidadas, ocupan un espacio relevante en los anaqueles de cualquier librería. No es que antes no existieran libros dirigidos a los niños y adolescentes o a los lectores más jóvenes, pero la consolidación de una demanda sostenida ha propiciado el surgimiento de toda una constelación de editores, autores e ilustradores especializados, con sus propios premios o ferias anuales, así como la creación de bibliotecas que reúnen las letras primeras, desempeñan un papel importante en la formación de los muchachos y permanecen en la memoria como hitos de su iniciación a la lectura.
Como bien apunta Martín Casariego, sin embargo, y ejemplifican otros autores que han cultivado ambas modalidades, las novelas juveniles no se diferencian tanto de las destinadas al público adulto, pues las fronteras entre unas y otras pueden ser muy difusas y en todo caso los retos que deben abordar los narradores son esencialmente los mismos. Lo demuestran muchos libros, clásicos o actuales, que pueden ser disfrutados por cualquier lector independientemente de su edad, o que ofrecen alicientes distintos pero no incompatibles a los más jóvenes y a quienes han sabido mantener una mirada limpia de prejuicios. Autores como Lewis, citado por Casariego, u otros como McDonald, Stevenson o Chesterton, han escrito páginas luminosas sobre lo que se pierden los lectores resabiados o demasiado severos, que o no conocen o han desaprendido la célebre sentencia del poeta Wordsworth: el niño es el padre del hombre.
Poniendo de relieve el modo en que autores como Verne han marcado la vocación de escritores hoy consagrados, en los que despertaron el afán de emulación, Aroa Moreno traza un panorama del sector de la edición infantil y juvenil que abarca los sellos ya veteranos y otros más recientes, que han convertido a personajes ya populares —cuyas peripecias se cuentan con frecuencia en forma de sagas o series de aventuras— en verdaderos fenómenos de ventas. El fulgurante éxito de Blue Jeans, entrevistado en estas páginas por Fátima Uribarri, representa por una parte la confirmación de internet como escaparate o cantera inagotable de talentos y por otra el triunfo de las redes sociales como herramienta de interacción con los seguidores, que cada vez más se asocian en comunidades y desean o reclaman la atención de sus autores favoritos.
Se trata de un auge, como decíamos, al que han contribuido también los ilustradores, cuya labor no se ciñe únicamente a los libros destinados a los niños y que de hecho, como señala Héctor Márquez en su recorrido por el pasado y el presente de este arte no menor, ha acompañado desde tiempo inmemorial a las historias escritas y en ocasiones forma parte de ellas —valga como ejemplo la colaboración entre Elvira Lindo y Emilio Urberuaga— de modo indisociable. Igualmente estrecha es la que ha unido a Ana García-Siñeriz con Jordi Labanda, que desde su experiencia en ámbitos tan distintos como el diseño industrial, la moda o la publicidad se ha estrenado con fuerza en la ilustración de libros infantiles. Los pequeños y jóvenes de hoy serán los adultos de mañana, pero ningún lector debería olvidar al niño que todos llevamos dentro.