Letras hermanas
Como habitantes que somos del mismo antiquísimo solar ibérico, portugueses y españoles compartimos una historia común que a menudo ha discurrido de forma paralela, unidos por multitud de lazos que se extienden a la literatura aunque no siempre haya habido entendimiento —o interés por conocer a los autores respectivos— a uno y otro lado de la frontera. Queda mucho por hacer, pero los lectores en castellano disponemos hoy de traducciones de buena parte de lo mejor que han dado las letras hermanas de los dos últimos siglos y podemos seguir, en mayor medida que antaño, sus evoluciones actuales. La invitación a descubrir o revisitar ese itinerario, de la mano de destacados narradores y poetas del país vecino, equivale a comprender la profunda afinidad que nos vincula a una —la más próxima— de las grandes literaturas europeas.
Así lo hace César Antonio Molina en un recorrido que comienza con Almeida Garrett, el escritor y político liberal, y repasa las aportaciones de románticos como Castelo Branco, realistas como Eça de Queirós o saudosistas como Teixeira de Pascoaes, antes de llegar a Pessoa cuya inmensa estatura no debe ocultar la de coetáneos como Sá-Carneiro ni la de tantos otros posteriores como Miguel Torga, Cardoso Pires, Vergílio Ferreira, Lobo Antunes o Saramago, que tienen excelentes continuadores en los inicios del siglo XXI. De la fascinante figura de otro contemporáneo de Pessoa, el pintor y escritor José de Almada Negreiros, se ocupa Javier Rioyo, que subraya su modernidad y su temperamento iconoclasta y recuerda su paso por Madrid donde el polifacético autor futurista, introducido por Ramón Gómez de la Serna, vivió cinco fructíferos años, plenamente integrado en la vida española pero sin perder de vista las raíces portuguesas.
Más allá de unos predecesores a los que podemos llamar ya clásicos, los nuevos narradores —nacidos, como apunta Diego Doncel, en torno a la fecha de la Revolución de los Claveles— han abierto caminos originales que en muchos casos exploran el tema de la identidad, presente en autores como Gonçalo M. Tavares, José Luís Peixoto, Walter Hugo Mae o Valério Romão. Y uno de los cambios más visibles de las últimas décadas tiene que ver con la eclosión de una narrativa escrita por mujeres, abordada aquí por una de sus representantes, Lídia Jorge, que incide en la novedosa perspectiva que las autoras portuguesas han aportado en relación con otro tema central y sus derivados: el trauma de la descolonización, el desarraigo, la emigración o el conflicto entre etnias y culturas, que en las novelas de la propia Jorge, Isabela Figueiredo, Dulce Maria Cardoso o Patrícia Reis, entre muchas otras, adquiere especial hondura.
Si los españoles llamamos edad de plata a las décadas que median entre los inicios del Novecientos y la Guerra Civil, en las letras portuguesas, como sostiene Antonio Sáenz Delgado, podría hablarse de un siglo de oro de la poesía para designar una centuria que ya antes de Pessoa había dado grandes nombres y no ha dejado de producirlos después, baste mencionar los bien conocidos de Eugénio de Andrade, Sophia de Mello, Jorge de Sena o Nuno Júdice. “Somos la primera persona del plural”, afirma Peixoto en el hermoso texto que cierra la entrega, donde aboga por borrar la distancia que nos separa del otro. En el caso de la península, ese nosotros abarca a los hablantes de todas las lenguas de Iberia y entre ellas la de Portugal, el lugar donde como escribía Almada se hace “el primer desayuno de Europa”, es tan nuestra como a la inversa.