Lo que cuenta es contarlo
El auge de la crónica como género literario, constatable desde la última década del siglo pasado, no es un fenómeno completamente nuevo entre nosotros, pues de hecho puede remontarse a autores como Camba o Pla, Gaziel o Chaves Nogales, que escribieron toda o buena parte de su obra en los periódicos y son hoy reconocidos como precursores y maestros de lo que el último de los citados llamó el oficio de “andar y contar”. Sí lo es su creciente prestigio e influencia, de la mano de varias generaciones de cronistas españoles o hispanoamericanos que han desechado la ficción pero no la literatura, usando de sus procedimientos para cultivar una forma de testimonio que trasciende la información o la complementa, siempre apegada a la realidad y a menudo comprometida con las voces de quienes no protagonizan la actualidad de los noticiarios.
El éxito es tal que autores tan celebrados como Martín Caparrós, reconocido como uno de los principales referentes, se ve obligado a tomar distancia. La moda, sugiere el argentino, no debe traducirse en renuncia a un componente ideológico o político que a su juicio es indisociable de la crónica, cuya función sería refutar, desde la incertidumbre, los discursos oficiales o el relato dominante, partiendo de una posición deliberadamente marginal que busque asimismo formas nuevas o distintas de decir. La propia evolución de los diarios, que ya no son la fuente primaria de los lectores para conocer los meros hechos, así como la competencia con las nuevas tecnologías, exigen de los cronistas audacia, originalidad y dominio de los instrumentos narrativos.
Dos brillantes exponentes de la mejor escritura en periódicos —como solía precisar Umbral—, Antonio Lucas y Rubén Amón, conversan con la también articulista Eva Díaz Pérez a propósito de un género muy vivo, perdurable cuando alcanza la calidad literaria que actúa como conservante e invita a volver sobre episodios ya antiguos, pero todavía concernientes gracias al modo en que fueron relatados. Ocurre así con los autores arriba mencionados, antecesores del “nuevo periodismo” anglosajón, o con los que como el mismo Umbral o Vázquez Montalbán narraron la Transición española.
Antólogo de los cronistas del cambio de siglo, entre los que figura un buen número de nombres indiscutibles y aún en activo, Jorge Carrión recorre el panorama actual para detectar a sus herederos los jóvenes autores documentales, que en Latinoamérica —aunque ya no tenga sentido, como bien apunta, hablar de tradiciones exclusivamente nacionales— pueden invocar también a modelos ya clásicos como Rodolfo Walsh, García Márquez o Tomás Eloy Martínez, igualmente leídos en España. Nacidos en los setenta, los nuevos cronistas de ambos lados del océano se caracterizan por una mirada cosmopolita y sus intereses no conocen fronteras, si bien Carrión detecta en los últimos años una menor atención a Europa en favor de las metrópolis americanas.
De los peligros de la moda, visible en la proliferación de talleres, seminarios o encuentros específicos, alerta también la argentina Leila Guerriero, que como Caparrós recela de la banalización a la que puede llevar un
desempeño acrítico o sólo centrado en los aspectos caprichosos, llamativos o pintorescos. Ampliando la citada definición de Chaves, Caparrós describe su tarea con cuatro sencillos verbos —“ir y mirar y escuchar y escribirlo”— que pueden encerrar, en su aparente facilidad, muchas complejidades. “Lo que cuenta es contarlo”, pero importa el para qué y por supuesto el cómo.