Maestra de vida
Puede parecer contradictorio, pero en una época como la actual, caracterizada por la revolución de las tecnologías y las innovaciones en todos los órdenes, con sus consiguientes retos e incertidumbres, tal vez la respuesta a muchos de los interrogantes se encuentre entre los pliegues de la memoria compartida. Es lo que plantean José Antonio Marina y Javier Rambaud en su ambiciosa Biografía de la humanidad, que recorre el itinerario de la especie para extraer lecciones aprovechables de sus conquistas y fracasos, de sus logros y vías muertas, en la idea, tomada de la biología, de que puede identificarse una suerte de “genoma cultural” donde habrían quedado inscritas las enseñanzas de un devenir milenario. La experiencia de las generaciones —defienden en su exposición— puede ser evaluada en razón de criterios objetivos, siguiendo una concepción pedagógica que remitiría a la vieja definición de Cicerón de la Historia como “maestra de vida”.
Entrevistado por Ángeles López, José Antonio Marina aborda algunas de las cuestiones tratadas en su ensayo, como la idea de una “inteligencia sedimentada”, la necesidad de comprender la genealogía y la evolución de las culturas, la aspiración a una felicidad basada en parámetros verificables —conforme a una “ley universal del progreso ético”— o lo que los autores llaman el “humanismo de tercera generación”, que superaría la brecha entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias del espíritu. La Historia, dice Marina, puede ser interpretada como una búsqueda incesante, hecha por igual de avances y retrocesos que nunca, aunque a veces pueda parecerlo, son definitivos. Si encontramos un método que permita entender las razones de unos y otros, siempre desde una perspectiva universal y basada en el pensamiento crítico, es posible aislar los factores positivos o negativos que ayuden a enfrentar situaciones inéditas.
Convenientemente evaluada, la experiencia del pasado ofrece herramientas valederas para analizar las dinámicas del presente, cuya esencial historicidad aconseja no echar en saco roto el valioso conocimiento acumuladoEs ese marco de comprensión, argumenta Rambaud, el que nos permite aprender de los hechos pasados, frente a lo que sostuvieron quienes pensaron, desde finales del siglo XVIII, que se podía construir el futuro desde cero. Los cambios, aun si radicales, se enmarcan en un proceso mayor que abarca muchos otros, incluso los más remotos y en apariencia ajenos a la realidad actual. Los conceptos, los códigos, las instituciones de nuestro mundo son muy distintos a los de las culturas antiguas, pero estos y todos los ensayados a lo largo de los siglos ofrecen herramientas valederas para analizar las dinámicas del presente, cuya esencial historicidad aconseja no echar en saco roto el valioso conocimiento acumulado. El esfuerzo de síntesis, el rigor metodológico, la mencionada perspectiva universal y su optimismo, en el sentido de que el desarrollo de la inteligencia colectiva lleva aparejado una mejora aplicable a la humanidad en su conjunto, son los rasgos que destaca Álvaro Pombo en el trabajo de Marina y Rambaud, una invitación también a la creatividad cuando se trata de buscar en los episodios pretéritos, no meros datos con los que componer panoramas, sino soluciones extrapolables y caminos abiertos para los problemas vigentes o venideros.A propósito de la genética propiamente dicha, recuerda Victoria Camps que el influjo cierto de la herencia no es determinante en el caso de los seres humanos, de ahí la imprescindible cautela a la hora de experimentar con ellos. Ni la técnica garantiza por sí sola un mundo mejor ni es deseable un progreso que prescinda de la dimensión ética. Fruto del acuerdo entre culturas, el “deber ser” es una tarea que excluye los intereses particulares en favor de la comunidad a la que pertenecemos todos.