Una educación sentimental
El pasado 18 de octubre se cumplieron diez años de la muerte de Manuel Vázquez Montalbán, un autor admirablemente prolífico que cultivó todos los géneros —la poesía, la narración, el ensayo, el periodismo en cualquiera de sus formas— y supo aunar el reconocimiento de la crítica con el favor continuado de los lectores, sin renunciar a sus convicciones ideológicas o estéticas ni a sus devociones de siempre, entre las que se contaban el fútbol, la copla o la gastronomía. Pocos escritores contemporáneos ha habido que combinen con tanta sabiduría los registros culto y popular, pocos que hayan mantenido una actitud tan coherente e insobornable.
Autor de un libro de conversaciones con Vázquez Montalbán, Georges Tyras traza un completo recorrido por su obra narrativa que abarca la parodia del régimen nacional-católico, la crónica de la Transición o la denuncia de la vacuidad del pensamiento posmoderno, en sucesivos títulos donde el autor propuso —desde una actitud invariablemente crítica con el poder, que alternaba el compromiso con el desencanto pero no perdió nunca la fe en la literatura— la radiografía moral de una época. Colaboradora y amiga de Vázquez Montalbán, Maruja Torres evoca tanto su oficio de periodista, caracterizado por la fidelidad a los principios y una decidida voluntad de servicio a los ciudadanos, como la larga relación que los unió, desde que la joven que lo leía con admiración empezó a trabajar a su lado en una de las revistas humorísticas del tardofranquismo. Al escritor lo tenemos para siempre en sus libros, dice Torres, pero echamos de menos no solo a la persona, sino también su mirada incisiva sobre la actualidad de cada día.
La poesía, como sugiere Manuel Rico, fue acaso su vocación más profunda. Pese a ser incluido en la célebre antología de los Novísimos, Vázquez Montalbán se separó de la corriente entonces mayoritaria al apostar por una poética que no excluía el culturalismo ni el imaginario vanguardista, pero abarcaba también la experiencia propia, personal o colectiva, y no daba la espalda a la historia reciente o a la realidad inmediata. En sus versos, donde conviven las alusiones a la cultura popular y el influjo de Eliot, aparecen temas recurrentes como el derrumbe de los ideales, el erotismo, su relación con la ciudad de Barcelona o la niñez perdida. La figura de “Manolo” es asimismo recreada por su único hijo el también escritor Daniel Vázquez Sallés, autor de un reciente libro de memorias compartidas, que cuenta cómo ha necesitado que pasaran los años para que los recuerdos de su padre se asentaran y fluyeran sin aristas, destacando entre ellos los de los viajes que emprendieron juntos y en particular una inolvidable estancia en Grecia a mediados de los setenta.
Para Lorenzo Silva, que sabe de lo que habla, Pepe Carvalho es “el detective más representativo e internacional de nuestra novela negra”, habitante de una Barcelona felizmente mestiza que vive para siempre en las páginas de la serie. Al hilo del nacimiento de su más famoso personaje, cita Silva una frase contundente en la que el escritor afirmaba que “era preciso recuperar la inocencia narrativa de guardias y serenos”. Tanto en las novelas de Carvalho como en el resto de su obra, Vázquez Montalbán prescindió de las categorías abstrusas para conectar con las experiencias cotidianas de toda una generación. Por esa razón sus libros fueron claves a la hora de codificar la educación sentimental de muchos lectores hastiados de los discursos pretenciosos y la retórica vacua, que sin dejar de ser críticos querían volver a disfrutar de la literatura.