Una institución necesaria
Ya constituida en 1713, aunque la sanción del monarca no tendría lugar hasta el 3 de octubre de 1714, la Real Academia Española cumple tres siglos de existencia como una de las instituciones centrales de una nación a la que ha servido —tal era la honorable divisa de los fundadores— con ejemplares dedicación y constancia. A lo largo de este tiempo, desde la publicación del Diccionario de Autoridades, la RAE ha alumbrado obras imprescindibles para el conocimiento y el correcto uso de la lengua castellana, patrimonio de los hablantes que se cuentan por cientos de millones a ambos lados del océano. Sigue haciéndolo en nuestros días y en las últimas décadas de la mano de las academias americanas, aliadas en el propósito común de mantener la unidad del idioma con toda su rica variedad de matices y singularidades.
Con ocasión de la efeméride, el antecesor de José Manuel Blecua y actual director honorario, Víctor García de la Concha, ha publicado una valiosa aproximación al fecundo itinerario de la RAE que aborda el contexto en el que nació la institución, los propósitos de la misma y su evolución, estrechamente ligada a la del país, en trescientos años de “vida e historia”. De ello habla también en estas páginas, que evocan la figura del marqués de Villena y su círculo de novatores, núcleo de la primera corporación, y recorren las distintas etapas de la Academia: la adscripción a los principios ilustrados, la crisis tras la ocupación francesa, el renacimiento por obra del marqués de Molins, la creación de las academias hermanas, las dificultades derivadas de la Guerra Civil o la decidida apuesta por una orientación panhispánica como garantía de la mencionada unidad del idioma, que refuerza la creciente pujanza del español en el mundo.
Por su parte, el secretario de la RAE y coordinador del III Centenario, Darío Villanueva, da cuenta de las actividades programadas para celebrar el “cumplesiglos”, que empezaron en 2013 con la exposición La lengua y la palabra —comisariada por Carmen Iglesias y José Manuel Sánchez Ron, responsables del catálogo conmemorativo— y se extenderán hasta finales de 2015. En ellas se inscribe la presentación de la vigesimotercera edición del Diccionario de la lengua española, cuyo director, Pedro Álvarez de Miranda, habla con Tomás Val en una entrevista que alterna cuestiones de fondo —referidas a la evolución de la lengua, los términos desusados o los vocablos nuevos— con otras de actualidad. Entre las novedades que rodean a la presente edición del Diccionario, merece la pena subrayar que por primera vez se publicará simultáneamente en España y América, como una muestra más de esa voluntad abarcadora que caracteriza la política académica de los últimos tiempos.
El propio Val modera una conversación entre Margarita Salas y el citado Sánchez Ron en torno a la presencia de la ciencia en la RAE, en la que ambos ejemplifican la dificultad de su cometido, lamentan la estricta separación entre las ciencias y las letras —más acusada en el caso de los literatos— y apuntan a la necesidad de contar con buenos divulgadores o de apostar por la investigación como motor de desarrollo. Otro académico, el narrador José María Merino, confiesa su fascinación por los trabajos de la docta casa y el placer intelectual que le reporta su actividad. Esta ha dado pie a un amplio anecdotario del que se suelen destacar los aspectos más polémicos o pintorescos, pero conviene no olvidar la importancia de una labor, fruto de muchas horas de trabajo, que hace de la Academia una institución necesaria.