“El humor es el mejor de los vínculos”
—¿Puede entenderse Un amor como un crucigrama familiar que se va resolviendo a través de las relaciones de sus miembros?
—Me gusta eso del crucigrama porque expresa muy bien cómo cada hermano define al otro a través de la relación que tienen entre ellos y cómo van resolviendo la historia en forma de casillas que forman parte las unas de las otras. También sería una cadena de favores, de carrera de relevos en el cuidado de su madre, y que al final terminan conformando una comunidad y definiendo a una familia.
—Es también igual que aquellos conjuntos matemáticos de Venn con sus correspondencias entre intersección, inclusión y vacíos.
—Si lo pusiésemos en gráfica sería así. Podríamos ver qué espacio ocupan unos dentro de los otros, qué espacio dejan libres, cómo a veces se unen o se apartan en grupos de dos frente a uno. He tratado de definir mediante actos y la mirada de cada uno su personalidad y sus vacíos, y también de crear espacios emocionales que pudiesen cambiar, sin dejar de funcionar en su conjunto. En estas estructuras de las que hablamos me ayuda mucho tener la familia que tengo.
—Un buen modelo o plantilla.
—Claro. Tener modelos a mano es perfecto, ayuda conocer sus ángulos, su manera de funcionar, de pensar qué haríamos en tal caso, quién tendría miedo frente a una situación concreta. Soy muy ceramista de la literatura, me gusta ser orgánico y táctil cuando creo, sentir la cercanía y la inmediatez. Tengo una tía a la que adoro que es ceramista y me encanta observar cómo crea desde la nada, su manera de mancharse, de ir siendo parte de aquello a lo que le está dando forma. No soy un escritor de teorías ni de andamiajes. La literatura que me interesa es aquella que con poco consigue mucho.
—¿La familia es la mejor manera de entender la cultura emocional de uno mismo?
—La familia es el mejor micromundo en el que ensayar todas tus inseguridades y hacer un poco de mago para ir experimentando fórmulas que luego aplicarás al macromundo.
—El personaje de Amalia representa la madre como brújula, y el miedo a perderla.
—Sus hijos se desorientarían sin ella, en la realidad también sucede. Es una madre que, a pesar de ver muy poquito porque es albina y de tener oscuridad dentro de ella, es un faro que ilumina todo, cuidando de que nadie tropiece. Siempre quise ser farero, debe ser un poco como ser Dios.
—¿Cuántas madres hay en una madre?
—Casi todas, como en Amalia, son una muñeca rusa que alberga otra muñeca y otra,y otra. En este caso desde la Amalia niña albina que calla para que no la vean y su relación con su propia madre hasta llegar a la Amalia que cuida a sus hijos. Todas las gamas del pantone están en ella, es un personaje inabarcable. Las mujeres, y por tanto las madres, son más poliédricas que los hombres. Creo que es una mezcla de ADN y de educación. La manera que tiene una madre de mirar y de controlar a un hijo, y de sufrir, no la tiene ningún hombre. Hay un vínculo de carne y algo más. El otro día leí que la madre conserva dentro de ella células del hijo durante toda la vida.
—Amalia es su alter ego literario. Siempre lleva la voz cantante en sus historias. ¿Es también el espejo en el que usted se mira para entenderse?
La familia es el mejor micromundo en el que ensayar todas tus inseguridades y hacer un poco de mago para ir experimentando fórmulas que luego aplicarás al macromundo”—A lo largo de las tres novelas anteriores he pasado de ser o de parecerme más a un personaje que a otro, pero Amalia es el centro neurálgico de toda esta saga,y en realidad soy muy parecido a ella. Tengo, al igual que ella, un armario con mucho fondo y un humor muy surrealista.—¿La risa une mucho, como dice ella?
—El humor es un compromiso y cuando uno se ríe está apostando por sí mismo. Y sobre todo es el mejor de los vínculos. Es algo que no tiene fin. Nunca quieres que termine una relación con alguien que posee un buen sentido del humor, en cambio si te une el drama el final está asegurado. El drama puede ser sanador, suponer un cambio de vida o darte conciencia pero no es eterno porque vivir en el drama es terrible.
—La película de Paco León sobre su madre; el documental de Gustavo Salmerón acerca de la suya y su Amalia. ¿Necesitamos redescubrir a la madre?
—Escribí Una madre en 2013 y no existía este fenómeno de las madres. Tampoco he visto la película ni el documental pero sé que los tres proyectos tienen en común que son una reivindicación de la mirada cuidadora del hijo, no de las hijas, hacia la madre. Tal vez aparecen ahora porque hay una ebullición relativa a la maternidad, a la feminidad. Y por otra parte, cuando pienso en Fer, en un audiovisual lo veo muy bien encarnado en Paco León.
—Habla usted de la mirada cuidadora del hijo, y en su novela, bajo la luz de comedia, expone precisamente el drama de las hijas cuidadoras como Silvia.
—El personaje de Silvia ha ido evolucionando desde Una madre hasta Un amor, y cuando mi hermana mayor leyó la novela me dijo que cada vez me parecía más a Silvia, porque había usurpado su trato con mi madre y me había convertido en un cuidador contraído por el miedo. Entiendo muy bien a esas mujeres cuidadoras, enfadadas y de angustia estresada, amargadas y a punto de estallar, que parecen las suegras de sus propias madres cuando en realidad están aterradas ante la posibilidad de perderlas.
—En ese sentido Un amor es más una novela sobre el perdón y la felicidad, además de tocar la ausencia que pespuntea las historias anteriores.
—El perdón, la felicidad y la ausencia son los tres pivotes de mi vida emocional, al igual que la de los demás. También está el amor que suena a palabra envuelta en celofán pero que todo el mundo quiere tener. Y sobre todo está la gran historia de amor entre Oksana y Fer. Un amor que no es familiar, sino la representación de una maternidad animal, de perro grande, de conmigo no te va a pasar nada pero voy hacer que descubras quién eres. Es como un Yoda que vive en un bosque. Ella es mi personaje preferido, es como alquimiar a través de ella la figura de la madre.
—¿Dedicarse profesionalmente a la traducción le ayuda a traducir la complejidad de las emociones?
—Por supuesto, hay que saber traducirlas para poder entender primero nuestra propia relación con ellas y luego para convertirlas en un espejo de quien está leyendo y se cree ese vínculo de plexo entre el autor y el lector. La vida no es, la vida se vive, se hace, se aprende por uno mismo y a través de la de los demás. Es otra verdad que me interesa explorar en mis libros.
—¿La verdad es también como una muñeca rusa llena de pequeñas verdades?
—La verdad es lo mejor del mundo. Es lo que te ayuda a funcionar. El 90 por ciento de las series trata de averiguar cuál es la verdad. El espectador siempre quiere saberla. Odio la mentira. No hay nada que me paralice tanto como la mentira, que en el fondo es una máscara para encajar en la hoguera de las vanidades. Tanto del mundillo literario como en el de otros ámbitos.
—Cada una de las novelas de esta saga va explicando la anterior. A Fer y a usted les gustan los finales abiertos. ¿Habrá una continuación de Un amor?
—Es verdad que a Fer y a mí nos gustan esos finales porque la vida es así. Cuando te despides de un amigo que se va de viaje no sabes si volverás a verlo ni qué sucederá. En la ficción también se pueden dejar puertas abiertas, igual que hice en El tiempo que nos une. Pero tengo la intuición de que si hay una continuidad será más bien como serie de televisión. Y las intuiciones no me fallan.