Antonio Soler: “A veces la política es la publicidad de una ficción”
—La vida de Salvador Seguí es sin duda una novela sobre la política como pasión.
—Él vive el período de eclosión de las grandes ideologías que chocan consigo mismas y ya sabemos las consecuencias que ese choque desencadenó. Seguí, al igual que toda la gente de aquel momento, se embarcó con pasión en el empeño de conseguir las conquistas sociales que se habían dado en otros países. Su convencimiento, como el de Ángel Pestaña y otros personajes protagonistas, en la política como el mejor instrumento para transformar el mundo es absoluto. Ese sueño incluso se atisba con la Segunda República aunque después se pierde de vista definitivamente.
—Una transformación del mundo basada en la reivindicación de la educación.
—La idea nace de la convicción de Seguí y de otros anarquistas de que la educación y la cultura son indispensables para que el proletariado consiga conquistar el poder. Esta idea se hace realidad en la Segunda República con la Institución Libre de Enseñanza y los intelectuales que llegan al gobierno como Azaña, Besteiro, Fernando de los Ríos. Gente con la misma creencia de Seguí que es de un origen más humilde y que al descubrir de joven a Nietzsche siente rabia porque sus padres, sus vecinos, no puedan acceder a esa especie de alimento sagrado que es la cultura. Su empeño, como el de muchos de sus compañeros impresores o de los oficios más bajos del periodismo, es difundir la importancia de la cultura como credo.
—Pero la prensa fue principalmente un arma ideológica.
—Es cierto que, además de ser instrumento de ilustración, en primer lugar fue un arma de combate. Fue un momento de gran esplendor de la prensa. Cada grupúsculo político tenía su periódico más o menos serio, satírico, burlón como Barricada, La Aurora, El Progreso. Los protagonistas del libro como Seguí, Ángel Pestaña, Lluís Companys, estuvieron metidos a lo largo de su vida en proyectos políticos porque sabían de su poder como arma ideológica.
—¿Fue ese período histórico el último sueño de la política como utopía realizable?
—En gran parte sí, porque a pesar de conseguir hacer realidad algunos de esos ideales los mismos movimientos sociales y las ideologías empiezan a despegarse de la realidad y en lugar de aceptar el choque entre lo deseado y lo posible se empecinan en seguir vendiendo el ideal como si fuese posible, cuando no lo es. Cuando sucede esto, igual que a veces ocurre ahora, la política es la publicidad de una ficción.
—Un rasgo de aquella utopía fue la convicción de Seguí en la revolución de la palabra frente a la violencia, como demostró en la huelga de La Canadiense.
—Ese fue su gran logro y finalmente lo que acabó llevándolo a la tumba. Seguí consideraba que la violencia era un boomerang que se volvía contra ellos. Los asesinatos eran acciones que servían de coartada a la patronal para devolver los golpes con más virulencia. Cuando en la huelga de La Canadiense él convence a 40 mil personas rabiosas de volver al trabajo porque han conseguido el éxito de la jornada de 8 horas, el gran magnetismo de su oratoria alerta a la patronal. A los pistoleros se les combate con pistoleros, a los que ponen bombas se les aplica la Ley de fugas pero ¿cómo desactivar a un tipo que monta una huelga y mueve a los obreros con la contundencia pacifica y la precisión de su palabra?
—¿Ese convencimiento en el lenguaje por encima de la acción explica su viaje vital desde el anarquismo hacia el sindicalismo?
—Eso fue lo que más me fascinó cuando descubrí hace mucho tiempo a Seguí. La transformación ideológica y personal de un joven impetuoso y radical que crea el grupo “Els fills de puta” y se va convirtiendo en un hombre que abandona la grandilocuencia de las grandes palabras, que deja de buscar la eliminación de la burguesía y en lugar de subirse al carro de la ficción política se vuelve más práctico, se impregna de la sociedad y del mundo real que está viviendo, y aspira a que exista una convivencia pacífica entre la burguesía y una clase obrera con mayor dignidad.
—¿Una evolución muy relacionada con la propia deriva de la CNT a punto de unirse con la UGT y el viraje radical hacia lo que fue la CNT-FAI, no?
«Cuando se escribe sobre hechos reales hay que trabajar el lenguaje, limar aristas, para que la narración pierda el ‘rigor mortis’ de los datos fríos de lo histórico»—Es una deriva parecida. Seguí tuvo siempre como enemigos a radicales de la CNT que le enviaron avisos de muerte. Incluso, cuando lo asesinaron, algunos elementos conservadores propagaron que había sido la propia CNT. Al morir joven no se sabe qué posicionamiento final hubiese tenido. Yo apunto diversas opciones y personalmente creo que teniendo en cuenta que siempre coincidió con su amigo Ángel Pestaña, expulsado de la CNT y que acabó formando un partido sindicalista con el que llegó al Congreso, es posible que Seguí hubiese seguido su mismo rumbo hacia lo político.—Ese viaje es también el viaje de la amistad entre Seguí, Layret y Lluís Companys, que ocupa todo el espectro político de izquierdas de la época.
—Los tres son amigos y efectivamente abarcan todos los perfiles de la izquierda de entonces y de la que vendrá después. Lo único que les diferenció fue el nacionalismo independentista que defendía Layret, mentor de Companys. Seguí nunca entendió cómo podía ser más hermano suyo un burgués catalán que un obrero andaluz o francés. Franco le hizo un favor al nacionalismo porque al ponerse en frente hizo pensar que todo lo que estuviese a favor de los nacionalismos era de izquierdas y significaba ser progresista y en verdad no lo es.
—Cuando usted narra los tiroteos, los atracos a bancos y ajustes de cuentas, da la sensación de estar frente a una película de Coppola. ¿Una Barcelona espejo de Chicago, envés de La ciudad de los prodigios, y protagonista también de su novela?
—La información de ese tiempo en ambas ciudades tiene la misma estética, la misma atmósfera. Son un espejo de lo que nos ha dado el cine norteamericano con los asesinatos urbanos y las guerrillas entre bandas. Cuando Coppola lo cuenta en El padrino y lees las crónicas de la época te das cuenta de que no había muchas formas de contarlo y que tal vez el copyright era de los pobres anarquistas. La Barcelona de Mendoza y la de la Semana Trágica son la cara y la cruz del tiempo que construye su identidad. Yo quise que Barcelona fuese un personaje más de la novela pero humanizado como un cuerpo social que somatiza el miedo, que tiembla, respira y se contrae, que cuando se queda a oscuras por las noches parece un gran buque fantasma.
—Su novela es un cóctel de géneros. Ensayo, artículos, biografía, ficción, mezclados que no agitados en la narración. ¿Ha ahormado la Historia dentro de la literatura o ha sido al revés, como parece a veces?
—Con todo el material en mi mano tuve claro que en el libro tenía que estar el pulso del novelista para poder exprimir todo ese mundo de penumbras y confusión de los hechos. Era necesario casar la Historia y la Literatura balanceándose unas veces hacia un lado y otros hacia el otro. Ahormar hacia el lado de lo literario pero con rigor histórico como en el caso de Joan Rull investigado por Scotland Yard y ahormado sin carne literaria cuando escribo de la conformación de la CNT o las negociaciones con la UGT. Cuando se escribe sobre hechos reales hay que trabajar el lenguaje, limar aristas, para que la narración pierda el rigor mortis de los datos fríos de lo histórico.
—En sus novelas los personajes representan los sueños, los silencios y luchas del hombre. ¿Son héroes de la frontera o héroes en la frontera?
—Son héroes en la frontera porque siempre están en un mundo que no acaba de pertenecerles, siempre están viendo algo que difícilmente van a alcanzar. La gloria y la miseria de la vida, está precisamente en eso, en perseguir lo que no podemos alcanzar. En ese sentido Seguí y los que con él van, con sus sueños y su lucha contra una hidra de mil cabezas, eran absolutamente carne de mi literatura.