Care Santos: “En la amistad importa más la intimidad que la verdad”
PREMIO NADAL 2017
Care Santos (Mataró, 1970) es autora de Trigal con cuervos, Habitaciones cerradas y Los ojos del lobo, entre otros muchos títulos con los que ha obtenido premios como el Ateneo Joven de Sevilla, el Barco de Vapor y el Gran Angular de Literatura Infantil. Con Media vida acaba de ganar la 74ª edición del Premio Nadal.
—Si solo se puede perdonar lo imperdonable, como sucede en su novela, Media vida, ¿qué actitud sería la que nunca se perdona?
—El perdón requiere su tiempo. Otros dicen que sin un sincero arrepentimiento del ofensor no puede haber perdón. También se dice que el perdón es inexplicable, y que no depende de ningún factor más que de la voluntad del ofendido. En resumen: lo importante no es qué sino por qué.
—El inicio de la historia transcurre en un internado de monjas donde sucede un episodio que marca las vidas de las protagonistas, y también las marca la educación religiosa. ¿Hasta qué punto fue dañina aquella educación?
—Fue tendenciosa, politizada y, en muchos casos, falsa. Pero peor que todo eso: fue mediocre. Una educación mediocre siempre trae consecuencias fatales para la cultura de un país. Fue muy dañina, y lo sigue siendo, porque las consecuencias de una mala educación duran en el tiempo. Por supuesto, también fue mucho más dañina para las mujeres que para los hombres. Las protagonistas de mi novela son cinco posibles respuestas a esa educación recibida.
—¿Una de sus mayores influencias fue impulsar a la mujer a hacer del amor el centro de su vida?
—El rol de esposa y madre que defendía el Régimen fue un enorme atraso con respecto al intento de reforma educativa emprendido por la República. Con la dictadura se volvió al siglo XIX, y el problema es que se permaneció en él hasta 1970. Pertenezco a una de las primeras generaciones de mujeres que recibieron una educación igual a la de mis contemporáneos varones. Y todavía cursé la primaria en un colegio de monjas y exclusivamente femenino, donde estudiar religión era obligatorio y confesarse todos los meses, también. Estamos hablando de un fantasma que tardó muchos años en desvanecerse.
—¿Hasta qué punto hay un homenaje a Carmen Martin Gaite y sus Usos amorosos de la postguerra española?
—Ha sido una de las lecturas que me ayudaron a construir los personajes. Aunque el verano pasado releí Entre visillos para empaparme de aquella manera maravillosa que tiene esta autora de dialogar. Siempre he admirado a los novelistas que saben escribir buenos diálogos. Es un arte difícil. Carmen Martín Gaite era una maestra. Ojalá se me haya contagiado algo.
—La educación de las protagonistas contrasta con la de sus madres, educadas en la República en el pensamiento y en el arte. ¿Cada generación pasa de un período de progreso a un período de túnel?
—Las mujeres de la República que tuvieron la suerte de acceder a la educación laica fueron mucho más modernas que sus hijas. Tratadas como iguales y seres pensantes fueron unas pioneras que accedieron a la universidad. Luego tuvieron que resignarse a que sus hijas retrocedieran hasta la casilla de salida. A menudo me pregunto en qué país viviríamos si aquel modelo de escuela hubiera sobrevivido.
—Treinta y un años después el lector va conociendo cómo han transcurrido los años de las cinco amigas, sumidas en el efecto media vida: la decisión de sopesar lo vivido y lo que uno realmente quiere.
—Las protagonistas tienen 45 años. Un momento en el que queda aún mucho futuro por explorar pero el pasado ya pesa y surge la necesidad de saldar deudas pendientes. El pasado es un interés que marca el inicio de la madurez. Pero al mismo tiempo la madurez es una etapa de la vida en la que dialogan el pasado y el futuro. En la juventud solo importa el futuro. En la vejez, solo hay pasado.
—¿Esa media vida es hoy una segunda juventud o una manera de hacer las paces con uno mismo?
«La madurez es un buen momento para hacer las paces y saldar deudas con uno mismo. Supone soltar el lastre que nos podría amargar la vejez”—La madurez es un buen momento para hacer las paces y saldar deudas con uno mismo, tal vez el último del que disponemos. No lo había pensado hasta ahora, pero supongo que de eso trata también la novela: de cómo la madurez supone soltar el lastre que nos podría amargar la vejez.—Uno de los aspectos que se evalúa en ese efecto es el amor. El mismo que aparece de fondo con la boda de Diana y Carlos de Inglaterra. ¿Una metáfora de las bodas como falsos cuentos de hadas?
—Su boda es un escenario común. Actúa como contrapunto a la acción, y como una ambientación amable, puesto que forma parte de nuestra memoria. Y sí, podría hacerse esa lectura: el amor como aspiración y también como fracaso. A diferencia de los protagonistas de la historia, nosotros sabemos cómo terminó esa boda. Y hay una lectura posible, también, en ese desenlace.
—En el presente de las protagonistas se aprueba la ley del divorcio. ¿Fue el cambio social más significativo de la Transición?
—La ley de divorcio, tan controvertida y atacada, fue el primer paso hacia la modernidad de un país que necesitaba modernizarse a toda prisa. Al leer las reacciones que ciertos sectores tuvieron ante la ley, se comprende la magnitud del atraso en que vivíamos. Tan profundo, que aún quedan rémoras. Un señor me escribió un correo electrónico hace solo unos días para comunicarme que mi defensa del divorcio le parecía una vergüenza. Según él, las mujeres no debemos apoyar la ruptura del matrimonio porque solo nos ha traído depravación. No le contesté, claro.
—En esos años se publica también el famoso Informe Hite.
—El Informe Hite llamaba a las cosas por su nombre en un país donde aún costaba mucho hablar de placer y deseo femeninos. Muchas mujeres aprendimos leyéndolo lo que nuestras madres no podían o no sabían explicarnos. Yo soy de otra generación, pero me cuento entre sus beneficiarias. Mis padres lo tenían junto a otros libros prohibidos. Nunca supe si ellos lo habían leído. Lo leí a escondidas, y no fui la única a quien conmocionó.
—La última parte de la novela es el reencuentro de las protagonistas. ¿Se inspiró en el cuadro de La cena de Emaús de Caravaggio como metáfora de los claroscuros de sus vidas?
—Caravaggio está siempre presente, pero la referencia tiene que ver con un recurso técnico muy eficaz. Si remites a tu lector a algo que él y tú conocéis bien, te ahorras un montón de explicaciones y al mismo tiempo aportas una descripción inmejorable de la escena. Es un diálogo cómplice con el lector que no habría resultado hace solo unas décadas. Hoy escribimos para un lector bastante culto, muy informado. La descripción ya no tiene sentido, hay que encontrar otras formas.
—¿Las amigas se cuentan la verdad o el anhelo de lo que no han conseguido?
—En la amistad importa más la intimidad que la verdad. Se desvelan muchos secretos, a lo largo de la cena y esos secretos revelan poco a poco la verdad de cada una, pero también una verdad superior, que a veces ignoran sus propias protagonistas. Y, por supuesto, también hay su pizca de misterio, de verdad que el lector deberá descubrir a lo largo de la historia, y que espero que le depare alguna conmoción y más de una sorpresa.
—¿Las mujeres aún pagan un precio alto por ser visibles?
—Se les podría preguntar a políticas actuales, no solo a Julia Salas, la diputada de mi novela. Estoy segura de que si le preguntáramos a María Teresa Fernández de la Vega o a María Dolores de Cospedal, por citar algunas, tendrían mucho que decir al respecto. Es una rémora y una perogrullada pero hay gente que sigue viendo antes a la mujer que a la profesional. Hay quien juzga tu trabajo de un modo diferente porque eres una mujer.
—Recientes libros como Mi vida en la carretera de Gloria Steinem o Éramos mujeres jóvenes de Marta Sanz reivindican el feminismo. ¿Cuál es la fórmula para que la mujer no tenga que reivindicarse?
—La fórmula siempre es una educación de calidad, humanista, que enseñe a pensar y aporte valores morales, y que premie el esfuerzo y la superación. Yo creo en la educación que nos ayuda a ser mejores en todos los terrenos, y no solo competitivos y preocupados por la utilidad inmediata de las cosas. No corren buenos tiempos para esta forma de ver las cosas, lo sé, pero hay muchos profesores valientes que están realizando un gran trabajo. Tengo mucha fe en ellos, y también en sus alumnos, los jóvenes.