Eduardo Mendicutti: “Convertir el cotilleo en literatura es un desafío”
—Su novela cuenta la historia de un bolero entre dos generaciones que viven de forma diferente el amor.
—Ernesto Méndez es un hombre del siglo XX que efectivamente viene de un tiempo en el que había que curtirse en los amores clandestinos, cuando no podía fijarse la afectividad y la dureza de las dificultades exigía un compromiso. En cambio, el personaje de Víctor Ramírez pertenece al siglo XXI, cuando el compromiso es más habitable y los obstáculos se pueden pelear con optimismo, incluso con cierta alegría. Él ha crecido en una época sin posiciones hostiles a la homosexualidad, en la que todos los amores son iguales con sus pasiones, su respetabilidad, sus infidelidades, sus adulterios. Esa diferencia entre lo que no se espera de un personaje educado en los amores fugaces y el modo cómo otro vive la afectividad de una manera más superficial, crea diferentes expectativas y que ambos se muevan en un terreno resbaladizo, donde aprenderán cuál es la verdadera conciencia del amor. Y que todo amor es eterno mientras dura.
—¿Aunque se esté en medio de un triángulo sentimental, como le sucede a Ernesto?
—Tener que elegir entre la estabilidad que proporciona la vida en pareja y la vida amorosa que te impulsa a desear otra vida, acompañado por una persona que la haga posible, conduce a Víctor a una esquizofrenia afectiva que me resulta muy conmovedora y estimulante. Las personalidades así son muy adictivas. Es cierto que pueden volverte loco, pero también te sacan de una atonía a la que estamos condenados y con la que parece que estamos satisfechos, sin que nos preguntemos por qué estamos satisfechos y si no es mejor vivir el privilegio de experimentar un amor que nos arranque de la resignación, a pesar de que por esa misma pasión ese amor no pueda durar demasiado.
—Esa es la esencia del bolero, el hilo que pespunta los capítulos de la historia.
—Los boleros cantan amores que merece la pena vivir. Cuando decidí escribir la novela primero pensé en hacerlo en primera persona, a través de la voz de Ernesto, y luego en que fuese una historia de amor desaforada y se pudiese contar como un bolero. Que su música fuese la columna vertebral de referencia que complementa el tono de la historia. También es la música que define la generación del personaje de Ernesto, frente al rap que aparece cuando la voz cantante afectiva la toma Víctor.
—El humor es algo fundamental en su obra y en Otra vida para vivirla contigo tiene mucho de guiño a Oscar Wilde.
—No fue de una manera consciente, pero sí es cierto que hay un humor aquilatado de comedia, con notas de crítica social, muy cercano a La importancia de llamarse Ernesto de Wilde, y que también está ese tono melancólico de De profundis relacionado con el desgarro de la experiencia amorosa. Me gustaría que el lector percibiera los dos tonos por igual y no tuviera que elegir entre uno y otro. Es verdad que la historia evoluciona en ese sentido, pero me interesa mucho que el lector entienda y sienta que el humor es muy importante para sobrevivir, también en el amor.
—Ese humor brilla especialmente cuando usted narra cómo escenifican los dos protagonistas su primer encuentro. ¿La seducción como disfraz?
—Los disfraces de la seducción representan muy bien el modo en que idealizamos cada uno la imagen de nuestro amor, cómo consideramos al otro y cómo deseamos aproximarnos a él. También es una manera divertida de reflejar ese amor intergeneracional. Para Víctor la seducción de la respetabilidad implica vestirse formalmente, mientras que para Ernesto supone hacerlo de manera desenfadada. Un disfraz que ambos extienden en la narración de sus respectivas experiencias amorosas. Víctor trata de dar una imagen ceñida a lo que considera que son las expectativas de Ernesto. Este engaño inicial marca el proceso de seducción que tienen que romper para adentrarse, a través de otro disfraz como es la atmósfera de los lugares a los que van, en el sentido de la aventura que pueden vivir, especialmente Ernesto, dejándose llevar, sin miedo a perder la dignidad ni a enfrentarse a los obstáculos sentimentales que habrán de superar.
—Gran parte de la historia se desarrolla a través de cartas y también de emails y whatsapps. ¿Una novela que reivindica la escritura como remanso en este tiempo de mensajes acelerados o una novela epistolar del siglo XXI?
—Las dos ideas están presentes. Por una parte los capítulos de las cartas de Ernesto al personaje de Jerónimo y al de Romeo, el perro que representa el recurso de apelar al hijo para tratar de salvar una relación en crisis terminal, escritas para ser enviadas aunque no serán leídas, le sirven al narrador para respirar y permiten que la historia avance más en la narración que cubre varios meses. Ernesto dice en un momento dado que es un hombre de la cultura de la voz, del diálogo demorado cara a cara, y esto se refleja en las cartas. Aunque al principio le parece absurdo confiar la relación amorosa a esta comunicación tan instantánea, impulsiva e impaciente de los whatsapps, descubre que lo más elemental verbalmente reverbera. Con dos palabras sabe si el otro está bien o mal, si al dejar pasar tiempo está transmitiendo que pasa algo y que en cualquier momento puede atender el reclamo.
«Los disfraces de la seducción representan muy bien el modo en que idealizamos cada uno la imagen de nuestro amor, cómo consideramos al otro y cómo deseamos aproximarnos a él» —La homosexualidad, como fondo de sus novelas, define su obra. ¿La literatura tiene que estar escrita desde lo que uno es y vive, sin falsificaciones ni etiquetas de ninguna clase?
—Yo soy un hombre, soy escritor, soy gay, soy español, aunque suene raro en estos momentos, y todo esto está en mis libros. Lo importante es que el escritor se la juegue de algún modo en cada historia y ponga sus experiencias, sus tripas, en aquello que escribe. Y que su mirada, su corazón, aporten siempre autenticidad a sus novelas. Por otra parte, cuando en una novela hay cosas reales, estas se contaminan de la ficción y solo quedan como un material de fondo, igual que sucede en esta historia. Es inevitable que el lector lea, como también puede hacer con mis anteriores libros, buscando referencias e identificaciones, pero creo que enseguida se despreocupa y solo le interesa que la novela esté bien escrita y le atrape aquello que le están contando. Tampoco hay que olvidar que puede suceder al revés y que el poder de la ficción provoca una sensación de verdad en lo que solo es un sueño, un anhelo, un producto de la imaginación.
—Al final de la novela usted advierte que se trata de una historia contra la maledicencia del rumor. ¿Se ha sentido Truman Capote, un maestro en esta práctica literaria?
—El cotilleo lo ha invadido todo. La vida social, la política, la cultural. Todo está contaminado por personas tóxicas que inventan cosas acerca de nosotros y que son equivocaciones o, en algunos casos, ataques malintencionados por envidia o por aburrimiento. Cuando yo empecé una relación con este joven político, comenzaron los rumores, especialmente en internet, algunos anónimos y muy groseros, que me enfadaron mucho, y luego pasé a tomármelo con humor. Hasta el momento en el que me dije que si fuese verdad todo lo que decían, menuda historia estaba viviendo. Entonces, lo mejor era contarlo. Todo lo que figura en la novela responde a algo que se dijo, que se escribió de nosotros o que alguien vino a contarme. Convertir el cotilleo en literatura es un desafío.
—¿Cree que la otra vida en internet puede terminar devorando la vida real?
—Los conceptos que considerábamos sagrados en el siglo XX, como el sentido de la lealtad, de la traición, del chaqueteo, se han convertido en profanos y han perdido trascendencia. Esto supone una pérdida importante, pero quizá en algún momento tenga rasgos positivos. No lo sé. El mundo evoluciona, los medios de comunicación cambian, nuestro lugar en el mundo parece escurridizo y me temo que esto va a ser inevitable durante mucho tiempo. También estamos construyendo entre todos vidas de avatares, falsedades que van quedando como una huella y conducen a equivocaciones o terminan dañando a otros. Tal vez tengamos que aceptar que cada uno es yo, sus circunstancias y lo que dicen en internet.