Elvira Lindo: “Me he sacado también a mí misma del armario del machismo”
Elvira Lindo (Cádiz, 1962). Periodista, guionista de cine y escritora de numerosos libros como la serie de Manolito Gafotas, El otro barrio, Una palabra tuya (Premio Biblioteca Breve 2005), Lo que me queda por vivir y Noches sin dormir entre otros. Su nuevo ensayo es 30 maneras de quitarse el sobrero, publicado en Seix Barral.
-¿Sus 29 mujeres componen un espejo en el que se mira usted y se suma a ellas en un monólogo final?
—Escogí aquellas con las que tenía una relación más íntima, de diferentes épocas y distintas entre sí pero pensando en que el libro tuviese un aire en común como relato. No me interesaba que teorizasen sobre la feminidad ni el activismo. Quería que fueran mujeres que salieron adelante por su vida complicada en lo personal y en lo social, que intentaron ser dueñas de su propio destino, y vivir la vida, con sus dudas y sus contradicciones, como ellas quisieron. Explicar, fuese el que fuese el tiempo en el que habían vivido, la modernidad que ellas protagonizaron.
—También tienen en común una supervivencia emocional en la soledad.
—En algunos momentos de la vida uno está solo. Nadie te puede acompañar sobre todo en aquellas decisiones difíciles, en las que se necesita valentía y arrojo, se está solo. En el libro hablo de Olivia Laing que escribió acerca de la soledad como una enfermedad y un estigma que a uno le cuesta reconocer.
—Otro hilo común entre todas es su talento en la escritura. ¿Casi una radiografía de la mujer escritora del siglo XX?
—Todas responden a una tremenda vocación por la escritura en una época de muchas dificultades, al contrario que ahora donde todo parece sencillo y las dificultades vienen por otro lado. También la tuvo María Guerrero siendo actriz cuando serlo conllevaba una posición social muy difícil, pero ella se empeñó en dar el salto y fue un referente importante para generaciones posteriores de actrices entre las que Margarita Xirgú fue la segunda en llegar. Aunque parezcan responder con sus voluntades individuales a su exclusivo beneficio todas ellas nos han influido a todos por la mejora de nuestros derechos, por su manera de ser pioneras en el feminismo, sin pronunciar esa palabra ni representar un activismo, simplemente con su manera de ejercer su soberanía y su libertad.
—¿Se reconoce más hoy día ese talento que tuvieron?
—Es ahora cuando las editoriales están contribuyendo a que dejen de ser fantasmas. Hay una voluntad en este momento en el que tenemos más conciencia de lo que ha sido la invisibilidad de la mujer a lo largo de la Historia y de la vida. Y en un momento en el que hay una reacción muy fuerte contra los anhelos feministas como estamos viendo. Incluso hay hombres que piensan que el movimiento les está restando poder y no se dan cuenta de que es precisamente ahora cuando, ante esa reacción en contra, hay que arrimar más el hombro.
—¿Cree usted que ese rechazo se da porque todavía existe una confusión entre igualdad y feminismo?
—Ocurría igual con el racismo cuando al escritor James Baldwin le decían, en la época del movimiento negro por los derechos civiles, que había que hablar de igualdad y él respondía que mientras estuviesen tan lejos de ese sueño era necesario seguir hablando de racismo. Hoy, cuando el término ha perdido sus connotaciones negativas, todos tenemos que hablar de feminismo. No solo en los sectores que tienen menos voz, también en el cogollo cultural al que pertenecemos, que se supone más abierto y donde todavía hay condescendencia con nosotras y hay discursos de escritores en los que parece que las mujeres les estamos robando un espacio, que el feminismo es algo amenazante. Queda tiempo, trabajo y concienciación para que nos resulten extraños los comportamientos y actitudes machistas.
—Habla en el libro de su condición de escritora unida a la de actriz. ¿Siente como si les hubiese prestado su voz para proyectar a estas mujeres desde un escenario?
—Tengo una forma de escribir que tiene que ver con mi vocación latente de actriz y mis comienzos en la radio. Cuando escribo un texto leo en alto las frases para ver si suenan naturales. El último capítulo del libro es de hecho un monólogo que he representado en teatro. Estas cosas no las hubiese dicho hace 20 años porque hubiese pensado que me restaban valor como escritora pero ahora me siento más libre para decir lo que quiero, sin vergüenza a sentirme una escritora de escenario. Y en ese sentido sí que interpreto y cuento sus vidas.
La radio es el medio más literario que hay. Nos permite usar la voz y los silencios para construir un personaje, y con la música y con cualquier efecto de sonido podemos crear una ficción estupenda y barata”—La voz y la radio. ¿Echa de menos el encantamiento de ese medio en el que la voz es un personaje?—La radio es el medio más literario que hay. Nos permite usar la voz y los silencios para construir un personaje, y con la música y con cualquier efecto de sonido podemos crear una ficción estupenda y barata. Casi todos los que hemos hecho radio y la queremos venimos de aquellos seriales que escuchaban nuestras madres. Yo tuve la suerte de vivirla en una época muy libre, en la que utilicé voces de locutores mayores y me monté un gabinete de cuentos. Era una época donde se quería ensanchar la libertad y había gente con muchas ganas de hacer cosas nuevas. La radio fue mi verdadera universidad. Siempre está dentro de mí.
—Le decía lo del personaje porque en su libro junto a las mujeres reales ha incluido a Pippi Långstrump y Tristana de Pérez Galdós. ¿Por qué estos dos personajes de ficción?
—Pippi es un prodigio de libertad y yo cuadraba mucho con aquella niña peculiar, que no se portaba bien, con mucha imaginación. Fíjate que cierro el libro con mi autorretrato pero también lo abro con este otro. A Tristana la escogí porque es uno de los grandes personajes femeninos de toda la Historia, al que la crítica siempre vio como una víctima cuando había asimilado todas las enseñanzas del amor libre y en las cartas a su novio hay auténticos discursos modernos y está muy presente su espíritu libre.
—Hagamos un repaso por algunas de ellas. Concha Méndez a la que define como mujer batalladora y con unos bellos versos: “al nacer cada mañana me pongo un corazón nuevo”.
—Su caso es el de muchísimas mujeres actuales, y también del mundo de la cultura que representa la vanguardia de la modernidad pero en igualdad y costumbres se ha quedado más retrasado que la propia sociedad. Ahí está la foto del 27 en la que no aparecen las mujeres, entre las que estaba Concha Méndez que siempre fue la mujer de Altolaguirre, nombrada incluso así por María Zambrano, sin reconocer su valor como poeta y ensayista, ni su papel protagonista en las publicaciones de aquellos años. A todas las borraron de los estudios o no se las incluían en las antologías. Todavía hoy a los escritores les cuesta ser más justos y generosos cuando hacen listas de autores y apenas nombran a mujeres escritoras.
—Alice Munro, el ama de casa que escribía en la cocina, la improvisada habitación propia que reclamaba Virginia Woolf.
—Es la que más he leído a lo largo del tiempo. Me atrae todo de ella. Su vida rural en Canadá, como ama de casa que escribía a escondidas, sus opiniones acerca de la maternidad y de la familia. La manera en la que irrumpió en el mundo universitario, convenciendo a los hombres que la miraban con benevolencia, sin pensar en que caería por su peso su enorme talento, que era una escritora enorme, heredera de Chéjov.
—Patricia Highsmith, sobre la que dice que nunca fue esa buena chica que se espera de nosotras. ¿Es la que está más en las antípodas del conjunto?
—Fue una mujer diferente a las demás, con mucha determinación. Acabó siendo lo que era, tanto físicamente como íntimamente. Desde el principio es muy inspiradora en el sentido de quien hace de su capa un sayo, y que hizo una literatura muy ecléctica y que no sonaba a lo que entendemos como voz femenina.
Quería que fueran mujeres que intentaron ser dueñas de su propio destino, y vivir la vida, con sus dudas y sus contradicciones, como ellas quisieron. Explicar, fuese el que fuese el tiempo en el que habían vivido, la modernidad que ellas protagonizaron”—Esa misma determinación contra todo la tuvo igualmente María Guerrero.—Yo la tenía como una persona en un armario cubierta con un forro y preservada con alcanfor, y la saqué de esa idea falsa para devolverla a la modernidad, a su reconocimiento como mujer emprendedora, empresaria y actriz que abrió puertas y senda. Al igual que a todas las he sacado del armario del machismo, incluso me he sacado a mí misma.
—En su fotografía literaria y cultural del siglo XX no podían faltar las mujeres del activismo político.
—Ninguna perdió el tiempo definiéndose a sí misma ni teorizando, sino que actuaron. Margaret Atwood por su acción feminista, Grace Paley por atender a varios activismos hasta el punto de abandonar su oficio y su actividad literaria, y Victoria Kent. Las tres escribían además sin jerga política, con palabras propias, muy limpias y audaces.
—Dorothy Parker, periodista, narradora, urbana, el oído de la calle. ¿La que más se parece a usted?
—Sí, es la escritora con la que más tengo que ver. Por su literatura poco retórica, rápida, de frases cortas, con escenas reales que veía todas las noches. Es muy urbana, muy moderna y tuvo un fuerte compromiso, entre otras cosas con la República Española. Y me encanta la manera suya de mezclar el sentido del humor con la tragedia. A pesar de todo esto y de su talento no está en la placa del New Yorker, junto a los escritores que le dieron estilo y personalidad a la revista.
—30 maneras de quitarse el sombrero es igualmente una reivindicación de las mujeres anónimas en la cultura.
—Las mujeres tienen cada vez más una actitud proactiva. Son las que escriben, las que pintan, las que crean, las que llenan los clubes de lectura. Ellas son el gran público de lo cultural, las que van a las exposiciones, al cine, al teatro, las promotoras de la lectura y las que reconocen a las mujeres olvidadas por la Literatura y por la Historia. Mi fe está puesta en las lectoras comunes.
—¿Qué mujeres se le quedaron fuera del libro, y le hubiese gustado incorporar?
—Muchas. Virginia Woolf, quizá porque se ha escrito mucho sobre ella. Emily Dickinson, Maruja Mallo, una de las que más me arrepiento de que no estuviese en este libro. De hecho, me gustaría actualizarlo en el tiempo y hacer retratos de mujeres que he conocido, igual que Elena Poniatowska u otras escritoras, incluso mujeres anónimas de la calle.
“Las mujeres tienen cada vez más una actitud proactiva. Son las que escriben, las que llenan los clubs de lectura, las que van a las exposiciones, al cine, al teatro. Mi fe está puesta en las lectoras comunes”—Dice en su autorretrato que las mujeres se sienten más cómodas que los hombres hablando de lo personal. Noches sin dormir es un ejemplo. ¿Fue una inflexión en su trayectoria este libro?—He sido siempre fiel a lo que quería en cada momento pero poco fiel a la persona que he sido antes. He tenido éxito de público y reconocimientos, pero nunca he querido quedarme en la literatura infantil, en el humor ni en ciertos argumentos, quizá por mi forma de ser, una persona curiosa, impaciente y variable. A veces el humor es un disfraz para no mostrar cómo eres, y escribir este libro como un libro confesional significó una liberación, entrar a fondo en cómo sentía y veía el mundo, desde lo pequeño a lo grande. Me extraña que cuando se habla de diarios en España no se incluya Noches sin dormir.
—En esta parte también se define como una mujer inconveniente, incorrecta, insumisa. Usted nació sin sombrero.
—Me gusta ese complemento y aprendí a llevarlo con naturalidad en mis años de Nueva York. No me gusta definirme de una manera que parezca que me estoy dejando bien cara a la galería, pero sí que soy una persona que exige su legítimo lugar en el mundo. No soy conformista ni me callo si quiero hablar o creo que debo hacerlo.
—No falta tampoco en este colofón un homenaje a su madre.
—Ella sería la primera mujer misteriosa de este libro. La perdí muy pronto, sin tiempo a pelearme con ella, que creo que es una asignatura pendiente que hay que cumplir en la etapa del crecimiento. Se me quedaron con ella muchas conversaciones en el vacío, la orfandad de un tiempo para poder incluso reconciliarme conmigo misma. He echado muchas veces de menos ese acercamiento que se da con una madre cuando te haces mayor.
—Y entre tantas mujeres, una referencia a su marido Antonio Muñoz Molina.
—Una persona que siempre está a mi lado para empujarme a ser como yo quiero ser. No todo el mundo tiene la suerte de tener un compañero así en la vida, lo mismo que yo lo soy para él, unidos por una mezcla de admiración, de complicidad y de amor que se renueva. Con este tipo de compañero es más fácil estar en el mundo.