Guillermo Martínez: “El escritor es un ilusionista de lo inesperado”
PREMIO NADAL 2019
Guillermo Martínez (Bahía Blanca, Argentina, 1962) es matemático y autor de novelas y ensayos como Acerca de Roderer, Crímenes imperceptibles (Premio Planeta Argentina 2003) que Álex de la Iglesia llevó al cine como Los crímenes de Oxford, La muerte lenta de Luciana B. y Borges y la matemática entre otras. Con Los crímenes de Alicia acaba de ganar la 75 edición del Premio Nadal. Una trama policial ambientada en Oxford, en torno a la Hermandad de Lewis Carroll y sus diarios.
—En Los crímenes de Alicia usted utiliza el plano biográfico de Carroll que incluye un secreto, y el canon detectivesco que plantea un enigma, para proponer un desafío intelectual y matemático en torno al crimen.
—Me interesa mucho la relación entre literatura y matemáticas, y Carroll representa ambas cosas. De sus diarios y de las páginas que faltan nace esta novela que juega con los símbolos y lo siniestro de Alicia en el país de las maravillas y me permite indagar en las ambigüedades de las conjeturas, en esa especie de limbo en el que viven, y en que no llegan a ser la realidad pero sí que pueden suplantarla. Me gusta lo contradictorios que pueden ser los hechos verdaderos y establecidos como los que pertenecen a la biografía de Carroll, y que hoy día pueden ser leídos de otra forma porque las palabras y los sucesos adquieren otros significados. La marca de agua del tiempo hace que un mismo hecho pueda tener lecturas morales absolutamente diferentes.
—Una de esas lecturas diferentes estaría en torno a Carroll. Un inocente seductor de purezas o un pederasta, según la época.
—Esta es una de las discusiones que hay en la novela. Hubo dos períodos en Carroll, el primero en el que las fotografías las hacía a más distancia, y el del final cuando instaló un cuarto privado arriba del college y las fotos son más crudas. Puede que en alguna época de su vida esa adoración y complicidad que tenía con las niñas quizás mutase en algo más oscuro. Lo que la novela muestra son las complejidades que hay alrededor de las maneras de jugar y de relacionarse, como en esa época en la que se establecían matrimonios entre hombres de treinta años y niñas de doce.
—De nuevo, la primera vez fue en Crímenes imperceptibles, aparece la pareja de eruditos en ciencias exactas, Arthur Seldom y G., convertidos en detectives.
—Me interesa mucho la novela epistemológica en la que hay una reflexión sobre las modas de la investigación y de la lógica policial, de los límites que tiene y de los razonamientos desde la criminología o desde la lógica matemática. Sobre todo la cuestión de que si uno conoce la manera en la que piensa el policía o el asesino puede generar hechos afines a la estética del criminal que sirven para distraer la atención de los detectives. En Crímenes imperceptibles pensé en crear con ellos un detective que tuviese que ver con los tiempos modernos, afín a la estética del Dupin de Poe, a la del detective deductivo de la ciencia experimental como Sherlock Holmes, y a la de los deslices psicológicos como Poirot, y al mismo tiempo transgredir las leyes tradicionales del género.
—Los suyos serían también detectives grafológicos, ya que a partir de una frase inconclusa de los diarios, en la que se sustenta un misterio y la trama de la novela, se intenta averiguar los distintos ecos que puede tener esa frase.
—Lo mismo que en Crímenes imperceptibles estaba el teorema de Fermat, en esta parto de los juegos de lenguaje de Wittgenstein para escribir una investigación a partir de la piedra Rosetta de una única frase en la que está contenida una historia, y que se puede desvelar a partir de ese rastro del lenguaje que son sus ecos. Surgió a partir de leer que Carroll en sus últimos años se había interesado por el ocultismo y pensaba que con su cámara había fotografiado, a causa de las imperfecciones de la luz o de la química, fantasmas que se le revelaban.
—Es lo que hace un detective en cierto modo, convertir el fantasma del enigma en una realidad descubierta.
—Esa es la manera de leer las evidencias, claro. Hay rastros de las sombras de una vida o de un suceso que se han quedado y se convierten en pistas que permiten reconstruir la historia. Como digo en la novela, un rastro es la pisada de algo que caminó en otras dimensiones.
—¿Qué tiene la figura del detective para los autores argentinos, Piglia, Osvaldo Soriano, Pablo De Santís, Florencia Etcheves o usted mismo, no dejan de cultivarlo como personaje?
—En la Argentina hay una tradición muy fuerte del relato policial. No está puesto en duda ni desdeñado como sucede en otros países. Borges y Bioy Casares publicaron durante años con gran éxito una magnífica selección en la colección El Séptimo Círculo. Muchos de los mejores escritores argentinos han intentado la novela policial que empezó en 1877 con La huella del crimen de Raúl Waleis, con influencia francesa de Gastón Leroux; después, a finales de los años cuarenta, con el Grupo Sur se pasa a la influencia británica, con espléndidos autores como Rodolfo Walsh; y con Piglia, Giardinelli, Osvaldo Soriano y la generación del sesenta se torna a los modelos secos de la literatura norteamericana, en la que hay voces cercanas como Claudia Piñeiro. En mi caso lo que intento es un regreso a la novela de enigma que no ha sido demasiado frecuentada en mi país.
—¿Las matemáticas son una búsqueda de profundidad y de claridad a la vez?
—Hay un concepto muy valioso en matemáticas que es que las demostraciones tienen que ser lo más sencillas posibles pero no tan sencillas que trivialicen el problema. En matemáticas tiene que haber una búsqueda de la simplicidad pero sin que el problema pierda la complejidad que tengan las ideas sobre las que trata. Trato de que en mi escritura responda a la estética matemática de la máxima simplicidad, el máximo alcance.
“En la novela policial el escritor desafía al lector con los hechos que no se aprecian a primera vista. Hay que leer contra lo que el escritor pone en primer plano. La novela policial es una confrontación de inteligencias”—En ese sentido, ¿la literatura podría entenderse también como una suma de operaciones matemáticas?—Claro. Dentro del lenguaje hay una cantidad de operaciones lógicas que el escritor tiene que hacer. Para que una frase sea precisa hay que operar contra lugares comunes y realizar una búsqueda de formas de decir lo mismo pero de manera más interesante y profunda. Tiene que haber una investigación racional sobre el lenguaje, las variantes de sus posibilidades, los secretos y claves que desea codificar y la forma en la que se resuelve todo con una brillantez que no deje indiferente al lector. Borges escribió unas leyes del relato policial y en el sexto mandamiento habla de la necesidad y maravilla de la solución. Es decir, que la novela policial tiene que responder a lo que se ha escrito y a la vez sorprender y maravillar al lector.
—¿Por eso defiende usted que hay una correlación entre el ilusionismo, la demostración de un teorema matemático y la escritura de la novela policial?
—En el acto de ilusionismo el espectador cree ver claro cada uno de los movimientos lógicos del mago, y sin embargo el resultado final es algo maravilloso con respecto a los elementos lógicos con los que empezó. El escritor también empieza con un modo prosaico de la realidad y en un momento dado lleva a cabo una transmutación en la escritura para que el final de lo que se ha escrito también sorprenda. El escritor es un ilusionista de lo inesperado.
—Es necesario entonces saber leer por dentro y por detrás de lo que se cuenta.
—Es importante tener ese conocimiento. En la novela policial el escritor desafía al lector con los hechos que no se aprecian a primera vista. Hay que leer contra lo que el escritor pone en primer plano, tratando de adivinar lo que no se dice, de descubrir los dobleces, lo significativo que se esconde de lo que parece estar contado de forma casual, y desconfiando de los personajes e incluso de las víctimas de los crímenes. La novela policial es una confrontación de inteligencias.
—En su tratamiento del género hay ámbitos y atmósferas cerradas como en las novelas de Agatha Christie, y la ausencia de culpa como en Patricia Highsmith. ¿Son sus referentes?
—Sí que son importantes para mí ambas escritoras, especialmente Patricia Highsmith. En La muerte lenta de Luciana B. están presentes las atmósferas de sus novelas, y tanto en Crímenes imperceptibles como en ésta hay algo de la naturalidad en el crimen, sin juicios morales de ningún tipo, que remite a ella, además de la intencionalidad de romper el sentido de la lógica del lector.
—Usted escribió un ensayo sobre las matemáticas y Borges, autor de Aleph o de El libro de arena. ¿El infinito se puede tener entre las manos?
—Como matemático diría que sí. El infinito se puede tener como concepto y ha costado siglos terminar de aprehenderlo pero gracias a los trabajos de Georg Cantor ahora hay una idea clara de los infinitos, un tema que también es apasionante literariamente.