Santiago Posteguillo: “Los españoles tenemos un conflicto con nuestra Historia”
—Ha dedicado más de 3.000 páginas a Trajano. A estas alturas se le habrá aparecido el emperador, no sé si para pedirle cuentas o para darle las gracias.
—Es cierto que cuando haces tres novelas dedicadas a un personaje y con semejante extensión el nivel de identificación con el personaje es muy grande. He sentido pena cuando he terminado de escribirla. Además se cruzó en mi vida una cuestión personal: la muerte de mi padre, que además falleció de la misma enfermedad que Trajano. Mi hermano, que es uno de los primeros lectores de mis novelas, se estremeció y me dijo que en el episodio de la muerte del emperador yo había descrito la agonía de nuestro padre. Sin embargo, también ha sido una gran satisfacción haber terminado otra trilogía. Y tengo la sensación de que es un libro que le va a gustar a la gente que leyó los libros anteriores, porque ése es siempre el miedo que tienes cuando haces series: que haya uno con el que pinches.
—¿Admite entonces que tiene sensación de vacío? ¿Nostalgia ya de Trajano?
—No, porque los vacíos los combato con otra historia. De hecho, con otro personaje sobre el que ya estoy trabajando.
—¿Y cambiará de época Santiago Posteguillo, el responsable del fenómeno de romanofilia que ‘padecen’ miles de lectores?
—Lo he valorado pero es probable que no de momento. Me quedo en esta época, aunque no hay vida suficiente para tantos personajes. El caso es que ya estoy sumergido en otra historia, aunque continúe hablando de La legión perdida. Creo que fue Antonio Banderas quien dijo que desarrolla una especie de esquizofrenia cuando tiene que promocionar una película que rodó hace uno o dos años y en ese momento se encuentra en otro proyecto, por ejemplo, memorizando el guión de una nueva película. A mí lo que me ocurre ahora es que mi mente quiere irse ya al siguiente relato, pero tengo aún que estar centrado en La legión perdida.
—La novela se mueve entre el siglo I a. C. en el que el cónsul Craso intenta la conquista de Oriente pero fracasa ante los partos y los inicios del siglo II d. C. cuando Trajano pretende repetir la gesta. Una estructura narrativa de espejos entre dos épocas, con saltos en el tiempo y a la India o China. ¿Ha apostado por añadir más complejidad narrativa?
“Confieso que en esta novela me he debatido entre los que me dicen que no innove y los que me piden que no me repita”—Confieso que en esta novela me he debatido entre los que me dicen que no innove y los que me piden que no me repita.—Buen dilema.
—Sí. Además me baso en una teoría histórica discutida, la llamada teoría Dubs que argumenta que de aquella legión que el cónsul Craso perdió en su conquista de Oriente pudieran haber quedado restos, porque mucho después se descubren en la zona estrategias militares similares a las de las legiones romanas. La de Dubs es una teoría muy contestada, pero no del todo inverosímil. Esa legión era como un fantasma del pasado, una pesadilla para los romanos.
—Repasando su obra se descubre que le fascinan los vacíos históricos. La legión perdida se basa en una ucronía, algo que podría haber ocurrido. ¿Cómo trabaja para equilibrar la realidad histórica y la ficción literaria?
—Yo podría haber hecho una novela sobre la conquista de Partia y nada más, pero es que una cosa te va llevando a otra. Vas leyendo y aparecen cosas como ¿por qué tanta reticencia del Senado a la conquista de Oriente? Esa conquista se había intentado varias veces y una de ellas había salido muy mal. Investigo y me pongo en la mente de los que estaban en contra de Trajano y que usaban ese argumento del fantasma de la legión perdida. Leyendo todo eso te das cuenta de que hay detrás una historia fantástica, una novela dentro de la novela. Y luego descubres que alguien, el historiador Dubs, se ha preocupado de dar una explicación que es muy controvertida, pero no hay que olvidar que yo estoy escribiendo una novela no un ensayo. Eso es lo que me fascina, cuando en la labor de documentación surge la chispa al intentar entender a los personajes de la época y aparece un tema que inicialmente no habías pensado.
—En todas sus novelas aparecen al final mapas, glosarios de términos, croquis de batallas. ¿Divulgación o pacto con el lector para revelar qué es verdad y qué es mentira?
—Trabajo montando el armazón de los hechos históricos porque, evidentemente, no voy a jugar a cambiarlos. Luego me hago un guión, sobre lo que es histórico y lo que no, dónde puedo fabular, pero siempre que no chirríe. Creo que es mi deber añadir una nota histórica como compromiso con el lector para explicar qué es cierto y qué es especulativo, para que no se sienta traicionado ni desilusionado. Claro que yo pienso como mi amigo Javier Sierra: la nota histórica no tiene que matar la magia del lector.
—¿Cree que el pecado de Trajano fue que nació en Itálica y no en Londinium? Habría sido el protagonista de decenas de películas…
—Pienso que sí. Y espero haber contribuido a evitar el desconocimiento general sobre el personaje, al menos en España y América Latina. Faltaría una traducción al inglés para que esto llegue más lejos, pero esas son otras batallas.
—¿Por qué esta relación anómala del español con su Historia? ¿Por qué olvidar a los héroes?
—Los españoles tenemos un conflicto tremebundo con nuestra Historia porque siempre se cae en bandos, nos enfrentamos unos contra otros. Es una losa que tenemos encima. La única forma de evitarlo es que la gente lea mucho, se invierta en educación y se conozcan muchos idiomas. Sólo así se consigue una mayor masa crítica capaz de transformar el círculo vicioso de la estupidez en el triunfo de la inteligencia. Claro que una masa crítica exige mejores políticos. Y creo que desde el poder se busca precisamente la idiotización.
—Trajano no tendrá aún su película, pero en su novela se descubren multitud de técnicas narrativas cinematográficas: zoom sobre personajes que dialogan, travelling en mitad de la batalla. ¿Intenta evitar ese peso decimonónico que aún lastra cierta novela histórica?
—Siempre cito a Eslava Galán sobre la conexión evidente entre literatura y cine. En La legión perdida hay momentos que están pensados muy cinematográficamente. Creo que además es algo que conecta con el lector joven y que no tiene por qué molestar a un lector mayor que, a fin de cuentas, también se ha criado con el cine. Cuando Griffith filmaba Intolerancia decían que el público no iba a entender la elipsis cinematográfica. Y sí, lo entendio, porque como decía el propio Griffith, ya estaba en Dickens.