Amigos del País
Carlos III, junto con su hijo Carlos IV, constituyó cerca de un centenar de Sociedades Económicas de Amigos del País hasta 1808, treinta y dos de ellas en Andalucía. Se produjo una rápida y amplia extensión por España y los territorios americanos del Reino (Santiago de Cuba, Lima, La Habana, Quito…). Surgieron en ámbitos jurisdiccionales (Aragón, reino de Mallorca, Asturias) y también en algunas ciudades y pueblos (Granada, Vera, Sevilla, Córdoba, Valladolid, León, Cádiz, Málaga…). En todas ellas, una minoría social aglutinó a sus más activos elementos para trabajar por el progreso de las ideas ilustradas, con cierto carácter elitista, tal como lo entendía Campomanes, al dirigirlo “a la nobleza, al clero y a las gentes acomodadas”. La estructura social de las ciudades sede determinó la composición de cada Sociedad, donde los grupos de presión más relevantes asumieron un especial protagonismo (nobles, autoridades locales, eclesiásticos, militares, letrados, hacendados y la incipiente burguesía de comerciantes y hombres de negocios). Málaga puede ilustrar sobre esa “diversidad” social de Amigos del País: el primer director fue el obispo Ferrer y Figueredo y el vicedirector el conde de Villalcázar de Sirga; sin embargo, la mayoría de los socios pertenecían a la milicia estante en la ciudad, al personal de la administración central y al sector de los comerciantes naturales y extranjeros.
La Ilustración condujo a las Sociedades Económicas al conocimiento de las ciencias humanas y de la naturaleza (“las ciencias útiles”), de la agricultura y del comercio. Su propósito era estudiar las causas del estancamiento económico y proponer remedios. A nivel local o provincial, fomentar la población, aprovechar los recursos endógenos y desarrollar las actividades económicas. Los Amigos del País apoyaron las reformas emprendidas por la Monarquía para modernizar España, difundieron la literatura económica europea, y defendieron las ideas del fisiocratismo y las medidas liberalizadoras que favorecerían el crecimiento.
La principal preocupación que les guio fue la extensión y mejora de la educación, la beneficencia y la cultura para liberar a los hombres de la ignorancia, supersticiones, dogmas y prejuicios y, a la vez, mejorar sus derechos y condiciones de vida material y moral. Todos estos proyectos formaron parte de la primera modernización conservadora de España que para Antonio Elorza implicó poner “la maquinaria del poder al servicio de una racionalización interna de la sociedad estamental, siempre dentro de un estricto respeto hacia la esfera de privilegios económicos e institucionales de nobleza y clero”. A pesar de sus logros en los dos últimos siglos de la Historia de España, la existencia de estas Sociedades siempre estuvo supeditada a periodos de desaparición —ante la falta de libertades— y de resurgimiento en democracia. Hoy apenas perviven en España una veintena de ellas.