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Biblioteca de Alejandría

Raúl del Pozo  |  Firma invitada · Mercurio 187 - Enero 2017
  • In Firma invitada · Mercurio 187
  • — 27 Dic, 2016
© Óscar Astromujoff

© ÓSCAR ASTROMUJOFF

Al contrario que Sartre, yo sí he arañado la tierra, he buscado nidos, he tirado a los pájaros; no he gateado como él por los libros, pero igual que él descubrí que la biblioteca era el mundo atrapado en un espejo: “tenía el espesor infinito, la variedad, la imprevisibilidad”. Cuando yo era estudiante y bajaba en bici desde la aldea al Instituto Alfonso VIII de Cuenca descubrí la Biblioteca Pública Fermín Caballero y dejé de jugar al billar. Quizás el descubrimiento fue para mí no tan fabuloso como ver por primera vez el mar, Nueva York o una mujer desnuda, pero a partir de entonces aprendí no solo cosas de mí mismo, sino de los demás. Gracias a aquellas estanterías, que olían tan bien, descubrí la verdadera dimensión de la vida. Luego cuando leí a Borges comprendí que el paraíso estaba aquí y era una biblioteca. “Mi padre —escribe el Homero de la Pampa— me franqueó su biblioteca y me eduqué en ella. Mi padre nunca me señaló ningún libro. No me dijo, por ejemplo, ‘Este es el Quijote, una obra maestra’. Yo leía lo que me placía sin que nadie me dirigiera”. Ahora veo que hay bibliotecas abiertas y ya no voy a buscar libros en ellas, porque todo el saber, toda la fábula está en los anaqueles de las nubes. No hay que ir a ninguna parte; basta con darle a las teclas del ordenador para entrar en la biblioteca universal, sin carnet y sin dinero.

Roberto Casati en Elogio del papel dijo, para provocar, que lo que no se escribe en la pulpa de celulosa no es lectura. Aunque hay millones de ciudadanos que leen en las redes y en los libros electrónicos, también hay gente que sigue pensando que acceder a internet no es leer sino fisgar. En otras épocas la gente ha escrito, en los árboles, en los muros de las celdas y otros han descifrado los mensajes y los poemas. Hoy no se han cerrado las bibliotecas, siguen editándose libros, el folio subsiste, pero internet se ha cargado ya la mitad de las editoriales, de los libros, de las películas, de las canciones. Con el tiempo, como en la época del ludismo, dejará parados a millones de ciudadanos que trabajan en los hospitales, en los bancos y en la administración. Y hay quien se pregunta si en internet se lee o se huronea y cotillea. Da igual. Que cada cual lea como quiera; lo importante es que se escriba, se publique y haya una biblioteca abierta sea en las nubes o en los bares.

Me dijo Carmen Balcells cuando empezó la lucha entre el papel y el viento: “Lo importante en la escritura es la imaginación, el talento, el soporte es lo de menos”. Acertaba; en la lucha final está ganando la batalla lo que se escribe en el aire. La transformación digital ha dejado tiritando un modelo de producción, como ya ocurrió cuando aún no había surgido el papel y el pergamino resultaba caro. Primero fue la corteza del árbol, después la tablilla de arcilla, luego el papel, y por último internet, y ahora estamos en plena metamorfosis cultural: la oruga se transformó en mariposa. Como en tiempos de Cervantes “el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho”. Se puede leer en libros y periódicos, en dispositivos móviles, tabletas, diarios on line, teléfonos. Y así como muchos libros nunca fueron leídos, muchos textos de la Red, tampoco; se necesitarían años luz. Lo trascendente para el saber y para gozar de la lectura hedónica no es el soporte, ni las cifras de producción; lo importante es que “siempre perviva Alejandría” y no la destruyan los bárbaros, los fieles o los infieles.

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