El buen humor
Entre los críticos (aunque no entre los lectores) se da por hecho que existe un Mendoza menor, autor de las obras más evidentemente cómicas; y uno mayor, que firma los más serios. Sin embargo, la serie que se inicia con El misterio de la cripta embrujada constituye un experimento literario semejante al emprendido por Cervantes en sus Novelas ejemplares.
Hacia 1613 había dos tendencias en la ficción: la realista, representada por el género picaresco; y la idealista, propia de los libros de caballerías o de los de pastores. En sus Novelas ejemplares, Cervantes intentó fundir ambas, y muy bien podría haber llamado a sus piezas Novelas experimentales. Pero las tituló ejemplares porque servían de muestra, de ejemplo de cómo debía ser, según él, la narrativa de ficción.
Pues bien, Eduardo Mendoza lleva a cabo en esas obras supuestamente menores un intento equivalente, al fundir en ellas dos géneros que pertenecen a tradiciones literarias diferentes y que en principio no tienen nada en común: la novela picaresca española y la novela negra anglosajona.
Esto en cuanto al tercero de los tópicos. En cuanto al segundo —que el humor es un ingrediente esencial de su obra—, cabe preguntarse qué significa eso. ¿Es Mendoza un humorista como Los Morancos? Y si no es así, ¿qué los diferencia? ¿Hay diferentes tipos de humor? Y en caso afirmativo, ¿cuál es el que practica Mendoza?
La respuesta más simple a la pregunta de por qué es cómico lo cómico explica el humor como una válvula de escape a la represión que imponen las culturas. Por eso hacen reír los chistes verdes y el humor negro. Sin embargo, a pesar de que los libros de Mendoza contienen humor sexual, humor negro y hasta escatológico, su humorismo no descansa ni mucho menos sobre la liberación de la opresión cultural.
¿Practica entonces Mendoza aquel tipo de risa que Platón, Aristóteles y Hobbes relacionaban con el escarnio a quienes consideramos inferiores? Ese es, desde luego, el humor de Los Morancos cuando imitan a una maruja sevillana o el que nos hacía reír de niños cuando el Coyote fallaba una y otra vez en sus intentos por cazar al Correcaminos. En ambos casos, es la inferioridad la que provoca una risa que está relacionada con nuestra dimensión demoníaca, como decía Baudelaire.
Pero el humor de Mendoza no tiene nada de oscuro ni nace del abuso a los inferiores. Si nos reímos con el pícaro de El misterio de la cripta embrujada no es porque lo consideremos inferior. Su comicidad nace más bien de la incongruencia entre su condición social y su manera de expresarse y cavilar, que inevitablemente nos recuerda esa otra incongruencia cómica que fue situar a un caballero andante en un territorio tan poco épico como La Mancha.
Y por aquí llegamos al primer lugar común: las raíces cervantinas de Mendoza, que yo más que en su humor las veo en su buen humor, en su actitud nada trascendente de abordar el oficio y en su defensa —oh, herejía— del entretenimiento. Sí, del entretenimiento, que, como dijo Cervantes en el prólogo a sus ejemplares, “no siempre se está en los templos; no siempre se ocupan los oratorios; no siempre se asiste a los negocios, por calificados que sean. Horas hay de recreación, donde el afligido espíritu descanse. Para este efecto se plantan las alamedas, se buscan las fuentes, se allanan las cuestas y se cultivan, con curiosidad, los jardines”.