El género egoísta
En España se juzgaba irrelevante, propio de metomentodos, leer epistolarios y otras secciones de la escritura biográfica. La cosa está cambiando, aunque el yo ajeno revelado aún desconcierta a muchos, que no saben a qué carta quedarse
Somos egoístas cuando leemos libros que sus autores nunca quisieron que los demás leyéramos. Tan egoístas como ellos y ellas, que, unas más y otros menos, pasaron una buena parte de su vida contestando cartas y guardando las que recibían, sin molestarse en romperlas o negárselas a la posteridad. Hace años, no tantos, en España se juzgaba irrelevante, propio de metomentodos, leer epistolarios y otras secciones de la escritura biográfica. La cosa está cambiando, aunque el yo ajeno revelado aún desconcierta a muchos, que no saben a qué carta quedarse.De la abundancia reciente menciono aquí los últimos que he leído: el segundo volumen de la extraordinaria edición emprendida por Cambridge University Press de The Letters of Samuel Beckett, de momento sólo disponibles en inglés; bajo el título Crónica de mí mismo (Errata Naturae), un centenar de las muchas escritas por el poeta Walt Whitman, así como las que Vicente Aleixandre le escribió a Miguel Hernández y a su mujer Josefina Manresa, prematuramente convertida en viuda de guerra, De Nobel a novel (Espasa). Tres obras maestras del género epistolar. Esperan lectura Puedo contar contigo (Destino), las cartas intercambiadas entre Carmen Laforet y Ramón J. Sender, un tándem para mí inesperado, y las Cartas a Véra de Nabokov (RBA), que no sólo tratan, por lo que llevo ojeado, de amor conyugal y mariposas.
Quiero hablar más extensamente de un libro que llevaba muchos años agotado y aparece ahora reeditado por la editorial Comba. Se trata de De mar a mar, sesenta y siete cartas intercambiadas entre Rosa Chacel y Ana María Moix desde el día de 1965 en que la joven prenovísima de dieciocho años le escribe a la novelista exiliada, poniendo en el sobre una dirección incierta de Río de Janeiro. La carta llegó y fue respondida larga y generosamente por Chacel, quien, en otro de sus muchos envíos a otros corresponsales, que cita en el prólogo de su excelente edición Ana Rodríguez Fischer, entraba así al trapo del arte epistolar: “¿Es el epistolario una relación de contacto personal o es un conocimiento de obra? No sé qué decir, pero en nuestro presente se nos aparece como un lujo demasiado caro. No importa, todo es cuestión de habilidad económica”.
Rosa Chacel tuvo esa “habilidad económica” de la carta, y quedará algún día, si se hace justicia, como epistológrafa de máxima altura en nuestra lengua. Rodríguez Fischer anuncia en dicho prólogo que la mayoría de sus cartas está aún por recoger, y juzgando por el breve y delicioso apéndice de cartas a Javier Marías incluido en la preciosa recopilación de textos chacelianos Astillas (Fundación Banco Santander, 2013) y, sobre todo, por estas a Ana Moix, no cabe duda de su agudeza en establecer una “relación de contacto personal”, así como del profundo instinto literario y perceptividad sentimental, deslumbrantes sobre todo en algunas de las cartas (números 26, 30 y 59). De mar a mar es un libro de encantadora lectura. La adolescente y la casi setentona pierden pronto la formalidad táctica y se confiesan, discutiendo de libros, de cine (en el que Godard las separa), de amigos comunes, con pasajes de gran fuerza de Ana María (su desgarrada carta 65, de marzo de 1970). El retrato dual es elocuente, y lo que se dicen da ganas de leer en sus libros propios a ambas escritoras desaparecidas.