Muy desobediente
Condenso estas ideas para explicar la suerte de lección vital y literaria que, desde muy joven, he recibido de José Manuel Caballero Bonald, una lección que alcanza sentido en sus extremos. Caballero Bonald es un ciudadano político. A lo largo de muchos años, desde los tiempos más difíciles de la Dictadura hasta las renuncias más imprudentes de la Democracia, la presencia del escritor ha sido constante en las causas propias de la rebeldía. Pero, además, Caballero Bonald ha sido un escritor muy celoso de su autonomía estética, de su orgullo poético, cultivando estilos y procedimientos alejados de la facilidad comunicativa. Incluso en tiempos en los que el compromiso pudo caer en la reivindicación de los contenidos y en los descuidos de las formas, su obra poética se caracterizó por un minucioso trabajo de encarnación en el lenguaje.
Esta dinámica de compromiso humano profundo y de apuesta estética en las tradiciones barrocas e irracionalistas ofrece varias enseñanzas imprescindibles en el oficio de la escritura. La primera de ellas es que las decisiones sobre la música, el tono, la adjetivación y la sintaxis tienen tanto peso ideológico como un argumento o una afirmación. La segunda es la evidencia literaria y ética de que un buen mensaje no justifica un mal verso. Sea cual sea el camino que se elige entre las múltiples tradiciones literarias, el poeta debe ser consciente de que la escritura es una responsabilidad de palabras y efectos, de los efectos provocados por las palabras y de las palabras entendidas como efectos literarios y no como expresiones de una verdad esencial anterior o al margen de la propia escritura.
Esta conciencia nos ayuda a comprender la raíz de la obra de Caballero Bonald, su compromiso ético y estético. La mirada del poeta dialoga en los extremos con la postura cívica a través de una apuesta por la desobediencia. Frente a las normas injustas y la precariedad rutinaria, el ciudadano participa en la protesta, se une a la voluntad colectiva. Pero en la experiencia literaria se define como rebelde en la negación del lenguaje común. Su palabra merodea, rompe, crea campos nuevos de imprevistas significaciones. La voz personal de la escritura rebelde nos sirve también para comprender que las causas colectivas corren peligro de muerte cuando se componen de conciencias diluidas en la multitud y no se apoyan en voluntades convencidas de su propia independencia.
En su libro Manual de infractores (2005), Caballero Bonald sugiere que “la poesía / vendría a ser como la réplica / a ese interrogante / que se ha quedado sin contestar”. Pues eso. Los sueños nos decepcionan con frecuencia porque se atreven a buscar respuestas. La poesía solo busca preguntas.