La Revolución que cambió el mundo
Hasta mediados del siglo XIX, los campesinos rusos se compraban y vendían con la tierra. A principios del XX apenas habían mejorado su condición. Subsistían en condiciones extremas de explotación y hambre. En contraste, los aristócratas y grandes propietarios habitaban en palacios ostentosos y vivían en un lujo ofensivo. Había nobles que se permitían mantener su propia orquesta, caprichosas princesas que cada año cambiaban la decoración de sus palacios según la moda de París, galanes que se hacían traer rosas frescas, lilas y mimosas del sur de Francia, Dios sabe a qué costo, para cortejar a sus amantes.
Tan flagrante injusticia social favoreció el nacimiento en Rusia de grupos anarquistas y comunistas que aspiraban a derrocar el sistema, un fenómeno existente también en el resto de Europa. Uno de estos grupos, el emergente Partido Obrero Socialdemócrata de Rusia (POSDR), que agrupaba tanto a obreros industriales como a campesinos, se escindió en dos tendencias: la menchevique, más moderada, y la bolchevique, radical, que finalmente se impuso liderada por Lenin.
En 1905 una manifestación multitudinaria que intentaba entregar una respetuosa carta de protesta al zar fue recibida frente al Palacio de Invierno con descargas de fusilería (Domingo Rojo). Para buena parte del pueblo el zar, que hasta entonces había sido “el padrecito”, se convirtió en “Nicolás el Sanguinario”.
El malestar creció con la entrada de Rusia en la Gran Guerra (contra Alemania y Austria), a la que siguió una desastrosa serie de derrotas y una terrible sangría de su ejército mal preparado y equipado, lo que aumentó el descontento del pueblo y condujo a motines y huelgas que terminaron con la abdicación del zar para dar paso a un gobierno provisional. En ese contexto Alemania ofreció su apoyo al líder bolchevique Lenin para que encabezara la revolución capaz de conseguir el armisticio exigido por el pueblo. La primera tentativa, en febrero de 1917 se saldó con un fracaso. Lenin tuvo que huir de Petrogrado (antes San Petersburgo) disfrazado de humilde obrero (lo que nunca fue), pero el nuevo intento, en octubre, triunfó (la Revolución de Octubre). Lenin consiguió el poder que ansiaba para imponer la dictadura del proletariado y Alemania consiguió una buena porción de la Rusia más productiva (tratado de Brest-Litovsk, 1918).
Así fue como los rusos cambiaron la autocracia zarista que esclavizaba al pueblo por una autocracia comunista que lo esclavizaba igualmente en nombre del Estado pretendidamente socialista, en el que no faltó una clase privilegiada, la nomenklatura o burocracia estatal. ¿Por qué Rusia no acaba de desprenderse de los gobiernos autoritarios a pesar de la caída del comunismo y la conversión a las urnas democráticas? Quizá tenga que ver con el carácter ruso a caballo entre Europa y Asia, la compleja sociedad igualmente representada por los palacios neoclásicos de San Petersburgo y las orientales cúpulas de cebolla del Kremlin.
Mientras tanto las ancianas que pertenecieron a las Juventudes Comunistas y ahora dormitan en sus sillas de vigilante de sala en el Museo del Sitio de Leningrado, tiran de la manga del turista para mostrarle, casi con ternura, el retrato de Stalin relegado por la nueva dirección del museo al rincón más remoto.