Libro digital: oferta y demanda
Un mercado se construye sobre la casación de la oferta y la demanda. En el caso del libro digital en España la oferta no es suficientemente competitiva, lo que supone un obstáculo al desarrollo del mercado que he querido resaltar en primer término, porque lo último que quisiera transmitir es que escribo desde la complacencia y la falta de sentido crítico hacia el lado de la partida en que estoy situado. Ese es el reparo mayor que me suscitan quienes se erigen en adalides de la llamada cultura libre: su incapacidad para percatarse de las inconsistencias de la postura que tan ferozmente defienden y para atender a las razones de la industria a la que pretenden abatir. Nunca he tolerado bien los fundamentalismos, no los practico respecto de lo mío y menos aún estoy dispuesto a aceptarlos de quienes aspiran a imponer lo suyo (en este caso, la hegemonía de la tecnología, y de todo aquello que esta hace posible, sobre los derechos legítimos que puedan oponérsele).
Así las cosas, los libros se copian y distribuyen sin permiso a plena luz del día, y la demanda regular queda reducida a aquellos lectores provistos de una singular conciencia acerca del valor del trabajo ajeno o con una especial afección hacia el autor de la obra por la que están dispuestos a recompensarle. El resto, esto es, la inmensa mayoría, simplemente se sirve a placer en esa despensa irregular a la que se accede sin ningún esfuerzo a través de los resultados de Google.
Uno de los argumentos con los que se bendice este expolio es que los libros digitales son demasiado caros. Argumento pintoresco, que no se utiliza con otros bienes y servicios para justificar su expropiación colectiva, y que no impide que los libros de precios razonables sean igualmente pirateados a mansalva. No soy ni seré nunca partidario de criminalizar a los usuarios, pero ha llegado el momento de recurrir a la ley para neutralizar con firmeza a esos intermediarios que distorsionan sin título alguno la oferta del libro digital acostumbrando a los lectores a un modelo de demanda aberrante e insostenible, que no se postula para ningún mercado, a menos que se pretenda el colapso de la industria que lo abastece y el fraude masivo al Estado, que por esta vía jamás podrá recaudar sus impuestos.
Hasta la fecha, la industria editorial no ha tenido una ley que la ampare en la red. Si un día llega a existir, le impondrá una responsabilidad a la que difícilmente podrá sustraerse: la de ofertar el libro digital en condiciones más verosímiles.