Los pistoleros y el dilema
Durante el final de la segunda década del siglo XX y el inicio de la tercera, Barcelona se convirtió en un imponente escenario del terror. Los habitantes de la ciudad convivieron con los atentados de un modo natural, lo cual no quiere decir que lo hicieran sin dramatismo o dolor, sin miedo ni odio. Simplemente, se habituaron a la muerte, se habituaron a encontrarse con ella a la vuelta de cualquier esquina. El precio de la vida cotizaba a la par de la calderilla. La violencia era y es el mejor alimento para la violencia. Aquello que años después la pacifista Germaine Tillion definiría como “los enemigos complementarios” al hablar de la guerra de Argelia se produjo hasta sus últimos detalles en Barcelona. Una situación en la que todos legitiman la violencia propia en la del otro. El terrorismo como justificación de la tortura y las ejecuciones arbitrarias y estas como justificación del terrorismo. Un bucle interminable.
El origen: político. Y el origen del origen: económico. El intento de una clase social por mantener a toda costa sus privilegios históricos, y el de otra por alcanzar un estado de dignidad y justicia que los resarciera de la opresión. El viento de las nuevas ideologías impulsaba la lucha. Al fin un resplandor ilusionante brillaba en el horizonte. La hora de la equidad parecía haber llegado. La revolución. El rompeolas de la Historia. Uno de ellos. Y cada individuo tomando una posición ante ese desafío. Cada uno entendiendo dónde y de qué modo debían alcanzarse sus derechos, y los de su clase, y en el lado contrario cada cual entendiendo a su manera de qué modo debía defender sus privilegios, o hasta qué punto ceder. En esa multiplicidad de visiones radica la riqueza de caracteres que aparecen en aquel momento y en aquel lugar.
Si acercamos mínimamente el foco nos encontraremos con toda la gama de los grises para pintar héroes, miserables, traidores, visionarios, mártires y renegados. Hubo de todo eso, y lo hubo con todos los matices posibles. De modo que, en paralelo al interés histórico de ese momento que ya empieza a anunciar la Guerra Civil, nos encontramos con el interés literario como soporte o explicación de esa infinita sucesión de registros. Porque el arco va desde esa especie de santo laico que fue Ángel Pestaña a alguien como Martínez Anido, un individuo empeñado en erigirse como una caricatura valleinclanesca del mal. Entre uno y otro cabe todo un tratado sobre la conducta humana. Y caben todos los grandes temas de la literatura. La ambición, el poder, la dignidad, la valentía, la traición, la cobardía, la crueldad, la avaricia.
El dilema de Maquiavelo sobre el fin y los medios es una constante en cualquier organización o individuo que se decidan a emplear la violencia para conseguir sus objetivos. Un conflicto que va más allá de lo político y alcanza de lleno el terreno de la conciencia. En ese sentido, la Barcelona de aquel tiempo fue un laboratorio único. Y muchos de sus protagonistas, queriéndolo o sin quererlo, se convirtieron en prototipos y en víctimas del dilema maquiavélico.