Un poeta republicano
Como joven educado en la Restauración, necesitó durante años vivir su rebeldía distanciado de la política. Después del fracaso de la Primera República, la política se había convertido en una gran mentira, un abismo entre la España real y la España oficial, un pacto entre dos partidos que representaban pocos matices dentro del mismo caciquismo. La denuncia de la política promovida por escritores como Unamuno o Baroja se debía a la farsa gubernamental de la monarquía restaurada.
Cuando su maestro Fernando de los Ríos le indicó las posibilidades políticas de Mariana Pineda, García Lorca se negó porque identificaba la política con la mentira y prefería escenificar la verdad de un amor y la capacidad de convertir los sentimientos en poesía pura. Pero el socialismo humanista de don Fernando dejó una huella profunda, muy compatible con la lectura vanguardista de la herida romántica que García Lorca asumió en 1929 con motivo de una crisis vital y estética que desembocaría en Poeta en Nueva York. Composiciones como “Grito hacia Roma” condensaron un socialismo humanista en el que las muchedumbres dejaban de ser una masificación peligrosa de soledades para convertirse en una rebeldía articulada en el deseo de que la Tierra sea capaz de dar sus frutos para todos.
Ese deseo se articuló también como forma democrática de Estado con la proclamación de la Segunda República en abril de 1931. Cercano al ministro Fernando de los Ríos, viajó con él por África y empezó a colaborar en los proyectos culturales del nuevo régimen. No se trataba solo de la admiración y la amistad sentida por un político republicano, sino de la identificación con un deseo de progreso que desde la Institución Libre de Enseñanza había pretendido cambiar la injusta sociedad española a través de la educación. Dignidad económica y cultural es lo que late en la ilusión republicana de su “Alocución al pueblo de Fuente Vaqueros”, texto que leyó en septiembre de 1931 para responder al reconocimiento de su pueblo natal.
El trabajo de García Lorca como director de La Barraca definió su imagen pública como un escritor republicano. No tardó la prensa de derechas en hacer bromas sobre su personalidad, bromas que pasaron a críticas duras cuando sus obras de teatro consiguieron unir las formas del éxito popular de entonces, sobre todo el drama rural, con el cuestionamiento de los dogmas religiosos y sociales del pensamiento reaccionario.
Ante la crispación que la derecha española iba imponiendo para justificar un golpe de Estado, García Lorca reaccionó en sus declaraciones y en su trabajo acercándose a actitudes revolucionarias. No militó en ningún partido, pero tampoco dudó en identificarse con la República como ciudadano y en perseguir con su escritura la denuncia de las diversas formas de represión, íntima y social, que había sufrido España durante siglos. En febrero de 1936, siendo el escritor de más dimensión pública del momento, no dudó en leer un Manifiesto de Intelectuales en apoyo del Frente Popular. Unos meses después fue ejecutado.