Chicos del arroyo
Ya se había informado de su publicación incluso antes de que apareciera la versión castellana, cuando Seix Barral compró, en el otoño de 2013, los derechos para España. Disponible ya en una traducción de Fernando Aramburu, Hermanos de sangre es la única obra conocida de un periodista alemán, Ernst Haffner, al que se le perdió la pista en la década de los treinta y cuyo nombre, completamente olvidado durante décadas, fue espectacularmente rescatado por una pequeña editorial (Metrolit) que lo ha difundido por toda Europa. Publicada en 1932 con el título de Juventud en la carretera a Berlín, la novela fue prohibida por los nazis y de su autor —que trabajó también como asistente social, dice la escueta nota de presentación— nunca más se supo, incluso ahora que las ediciones en su lengua original han añadido a la cubierta el marchamo de best-seller. Lo ha sido por su excelente acogida, pero quien la lea esperando pasar un buen rato, puede llevarse una sorpresa más bien desagradable. Dura, descarnada y con no pocos momentos desgarradores, la narración, que tiene algo de documental, se ambienta en los años de la República de Weimar y relata las peripecias de una pandilla de “chicos del arroyo” —la referencia a Pasolini no es gratuita— que malviven a la intemperie en una época de penuria extrema, recurriendo a pequeños hurtos u ofreciendo su cuerpo por unas monedas. La novela participa de la tradición picaresca y de algún modo adelanta los tonos más negros del neorrealismo, pero impresiona aún más por su retrato de una época inmediatamente anterior a la conquista del poder por los bárbaros, entre quienes algunos de los personajes podrían haber hecho carrera. La miseria engendra violencia y no hace falta ir más allá en las conclusiones.
No puede decirse que no haya buenas biografías traducidas de Virginia Woolf, como la ya clásica de Quentin Bell (Lumen) o la más breve aunque bien urdida de Nigel Nicolson (Mondadori), ambos ligados por lazos familiares o heredados a la autora de Las olas, pero la que ha dado a conocer ahora la periodista y escritora argentina Irene Chikiar Bauer —Virginia Woolf. La vida por escrito (Taurus)— es la primera concebida originalmente en lengua castellana. Afirma Chikiar que fue la desconfianza que le produjo la lectura de la primera de ellas, debida al sobrino de la autora de Bloomsbury —hijo de Vanessa Bell, su hermana, pintora y miembro activo del mismo grupo—, lo que le condujo a emprender una investigación de primera mano de la que ha nacido un libro, ciertamente voluminoso, que destaca por su agilidad narrativa y no elude las cuestiones más controvertidas. Insistiendo en el perfil más vitalista de la escritora, que no se opone a las depresiones cíclicas que minaron su salud y la conducirían al suicidio, la biógrafa destaca la influencia del padre, Leslie Stephen, y en general las relaciones con su círculo más íntimo, su sexualidad inhibida —una suerte de lesbianismo “latente” o platónico— o las contradicciones de una personalidad que se resiste a ser etiquetada. Chikiar acierta cuando señala que su supuesta “locura” ha sido invocada a menudo de forma rutinaria, pero quizá se muestra poco generosa con Leonard Woolf, el leal marido de Virginia, sobre cuya devoción incondicional por su mujer no caben dudas razonables.
Acogida al extravagante y bello título La muchacha de dos cabezas, la colección de ensayo de Errata Naturae ha publicado libros muy valiosos de Thoreau, Genet, Bataille o el mencionado Pasolini, y debemos agradecerle además que haga hueco en su catálogo a la difusión del pensamiento más estimulante de la Antigüedad, saqueado por los recetarios de autoayuda —porque sirve para vivir, al contrario que bastantes de las burdas consejas con las que a veces se mezcla— pero mucho más luminoso si se muestra en el original y acompañado de la glosa de intérpretes solventes. Tras los fragmentos escogidos de Epicuro reunidos en el volumen Filosofía para la felicidad, que se presentaba precedido de tres esclarecedores textos de Emilio Lledó, Carlos García Gual y Pierre Hadot, la colección publica ahora el famoso Manual de Epicteto, al que los editores añaden un “para la vida feliz” en el título y la extensa Lectura, imprescindible, del tercero de los autores citados, una autoridad en filosofía antigua que —como todos los académicos verdaderamente sabios— buscó trascender los límites de su disciplina. Obra de su discípulo Arriano de Nicomedia, que recogió las enseñanzas orales de Epicteto, el Manual es uno de los textos fundamentales de la escuela estoica en época ya romana. Merece la pena enfrentarse a ambos, pues las acepciones comúnmente asociadas a los términos epicúreo o estoico no reflejan la riqueza de las respectivas cosmovisiones que, aunque transmitidas de manera incompleta y con frecuencia a través de testimonios indirectos, forman parte del legado más vigente de la cultura grecolatina o de la parte de ella que no sólo brilla en los museos.