Deseo, peligro
Dos obras escritas en plena guerra mundial, durante los años de la ocupación japonesa, sirven como carta de presentación de una autora hasta ahora inédita en castellano, la china Eileen Chang, de nuevo muy popular en su país de origen —especialmente en Hong Kong y Shanghai, escenarios habituales de su narrativa y de su vida anterior al exilio— tras el redescubrimiento que siguió al ostracismo derivado de su marcha a los Estados Unidos. Publicadas por Asteroide en un volumen que lleva el título de la primera de ellas, tanto la novela corta Un amor que destruye ciudades (1943) como el relato Bloqueados (1944) revelan a una escritora de trazo sutil y elegantes maneras, capaz de trascender el fondo melodramático de las historias gracias a una mirada inteligente que no idealiza a sus personajes. La novela cuenta las tribulaciones de una joven divorciada que ha vuelto con su familia tras un matrimonio desastroso y debe ahora convivir con el peso asfixiante de las tradiciones de las que se había emancipado, tanto más cuando traba relación con el candidato —pretendido, antes que pretendiente— a casarse con una de sus hermanas pequeñas y ambos se entregan, muy paulatinamente, a un amor obstaculizado por mil cautelas, en medio de la guerra que pese a su poder destructor es sólo un decorado. La hipocresía de un entorno opresivo, pero también la inseguridad y las propias mezquindades de los protagonistas, sometidos a una tensión sexual no del todo desinteresada, son descritos de un modo —de ahí su razonable modernidad— que no permite hablar de heroínas románticas. Como “ángel caído de la literatura china”, ha definido a la autora el realizador taiwanés Ang Lee, que adaptó con éxito al cine —Deseo, peligro (2007)— la novela homónima de Chang donde esta, como en Un amor, trataba de pasiones irrefrenables y aún más aventuradas.
Rescatada por Impedimenta, el sello que está reeditando —o como en este caso, dando a conocer por primera vez— las obras de Stanislaw Lem en traducciones directas del polaco, Astronautas (1951) no fue la novela que inauguró la trayectoria del gran autor de Solaris, pero sí la primera que las autoridades comunistas le permitieron publicar y su estreno en el género de la llamada ficción científica, muy favorablemente acogido por un público que como explica el prologuista de la edición, Jerzy Jarzebski, estaba saturado por los subproductos adscritos a las consignas del realismo socialista —las llamadas “novelas de producción”— y recibió con comprensible alivio la propuesta fantástica de Lem, aunque tampoco esta se libraba del peaje ideológico en forma de alabanzas al régimen o de condena al capitalismo imperialista. Es el año 2000 y la humanidad ha alcanzado la paz por obra del socialismo internacional, pero sobre el planeta se cierne una amenaza procedente de una civilización extraterrestre radicada en Venus. El famoso bólido o meteorito de Tunguska, caído en Siberia en 1908, es el punto de partida de un relato todavía primerizo, lastrado por el didactismo —en unas palabras de comienzos de los setenta, el propio Lem concedía que su historia era “extremadamente ingenua, prácticamente un cuento para niños”— y lejos de títulos, como el citado, en los que Lem se erige como maestro de la ficción a secas, pero Astronautas tiene el encanto de las obras pioneras y sobre todo el tiempo, como les ha ocurrido a otras narraciones coetáneas e igualmente disparatadas del lado de acá del antiguo telón de acero, le ha otorgado un a ratos delicioso aire retrofuturista.
Del en otra época muy editado Somerset Maugham, tan presente en las bibliotecas familiares, recordamos haber leído con gratitud, en aquellos desvencijados tomos de la colección Reno, la novela que dedicó a Gauguin, titulada Soberbia —The Moon and Sixpence— en la edición española; con algo de fastidio la prestigiada, pero quejumbrosa y autolancinante Servidumbre humana, y con una mezcla de ambas sensaciones la que tal vez sea su obra más conocida, El filo de la navaja. Todas ellas fueron llevadas al cine y aumentaron la fama de un escritor que permaneció ajeno a los afanes experimentales de su generación, la del modernismo, y padeció en consecuencia un cierto menosprecio por parte de sus representantes, pero es posible que en este juicio demasiado severo y en buena medida heredado por la crítica posterior haya influido —además de su innegable tendencia al patetismo— el hecho de que fuera un best-seller al que las ventas hicieron millonario. Publicado por Atalanta, Lluvia y otros cuentos muestra la faceta de Maugham como narrador en la distancia breve, terreno en el que para muchos alcanzó, por la contención a que lo obligaba el formato, sus mejores logros. Todos los incluidos, una docena escogida entre el centenar que lleva su firma, tienen una factura impecable, pero el relato que titula la selección —del que hay también varias versiones cinematográficas, en las que la libertina Sadie Thompson fue encarnada por mitos de la pantalla como Gloria Swanson, Joan Crawford o Rita Hayworth— bastaría para dar a su autor la oportunidad de la relectura.