Recuerdos y olvidos
La edición norteamericana de la novela apareció a finales de los cincuenta y poco después se tradujo al alemán, pero desde entonces ha permanecido durante décadas en el limbo. Publicada por Periférica y Errata Naturae, Regreso a Berlín es una obra de ficción, aunque inspirada en el viaje real que la escritora estadounidense Verna B. Carleton y su íntima amiga la fotógrafa alemana Gisèle Freund, que se había exiliado tras la llegada de Hitler al poder, hicieron en 1957 a la antigua capital del Reich. Cuentan los editores que fue la autora, que tenía igualmente ascendientes germánicos, la que convenció a Freund de enfrentarse a una vuelta que le provocaba sentimientos encontrados, y no es difícil ver en la novela rastros de ese dilema, habitual en los desterrados, que tenía tanto más sentido tras los aberrantes crímenes cometidos durante el nazismo. También al protagonista Eric, que escapó del país a tiempo y ha renegado de él hasta el extremo de fingirse británico, la sola idea de volver —o hasta de hablar su lengua— le resultaba insoportable, pero una vez que lo hace, en compañía de su mujer inglesa y de una periodista norteamericana que ejerce como narradora, comprueba que su justificado rencor ha seguido en algunos casos direcciones equivocadas. El reencuentro con familiares y el conocimiento de hechos que no sabía o no recordaba le hacen comprender que en su ofendido ensimismamiento ha habido una parte no pequeña de egoísmo. Carleton, que proyecta una mirada comprensiva y al mismo tiempo muy severa sobre la dividida Alemania de posguerra, tiene la rara virtud de combinar la agilidad y la reflexión sobre cuestiones morales, relativas a la responsabilidad o la culpa, que aún hoy sobrevuelan aquellos años aciagos. Inteligencia y honestidad se dan la mano en un memorable relato que vale por muchos libros de Historia.
No puede decirse que el naturalismo, atendiendo a su obsesión por el peso de la herencia genética —lo que se llamaba, con vaguedad inquietante, mala sangre—, respondiera a un impulso necesariamente progresista, pero lo cierto es que Émile Zola, que tampoco lo era sino de manera tímida, acabó convertido en un paladín de la izquierda por novelas como Germinal —decenas de mineros agradecidos asistieron a su entierro— o sobre todo por su valerosa defensa de Dreyfus en el famoso affaire que dividió a la sociedad francesa de entre siglos. Había vivido en la precariedad y no dejó de mostrar —sin juzgarla, de acuerdo con la norma de la escuela— la injusticia social en sus obras, pero su elevación al santoral laico proviene de la inquina que le profesaron los furibundos reaccionarios de la Action Française, por lo demás horrorizados ante la crudeza de lo que uno de sus críticos había llamado “literatura pútrida”. Editados y traducidos por Mauro Armiño, impecable como siempre en la presentación del autor y su contexto, los Cuentos completos (Páginas de Espuma) de Zola muestran la faceta menos difundida de su narrativa, integrada por varias colecciones de contes y nouvelles que aparecieron antes en periódicos o revistas. Evocaciones de la juventud bohemia, estampas líricas, escenas de los miserables que proliferaron en el París del Segundo Imperio, relatos tremendistas, sátiras de los hábitos burgueses o crónicas dramatizadas que recogen sucesos casi reportajeados, forman un conjunto variopinto que evoluciona desde la sensibilidad tardorromántica al realismo de corte psicológico o clínico, aunque en la distancia breve el narrador, como señala Armiño, no se ciñera tanto a los postulados de su poética determinista.
Estigmatizado como uno de los más notorios traidores de cuantos integraron la constelación de la España afrancesada, José Marchena ha padecido una secular campaña de difamación que desde muy pronto redujo la figura del ilustrado sevillano a una caricatura espantable. “El viento de la incredulidad, lo descabellado de su vida, la intemperanza de su carácter, en que todo fue violento y extremoso, inutilizaron en él admirables cualidades nativas”, concedía Menéndez Pelayo en su imprescindible Historia de los heterodoxos, donde don Marcelino, como hizo cuando trató de otros descarriados, no dejaba de dedicarle elogios oblicuos. Los rasgos más negativos se repetían en las semblanzas que lo retrataban a partir de supuestos defectos como la baja estatura, la fealdad o su “amor excesivo por las mujeres” que el doctor Marañón achacaba, muy en su línea, al tamaño de sus atributos. Coordinado por Alberto Romero Ferrer, el volumen colectivo Sin fe, sin patria y hasta sin lengua: José Marchena (Renacimiento), cuyo título remite a la relación de denuestos del polígrafo santanderino, propone una “contralectura” de esa tradición denigratoria por parte de un grupo de estudiosos que se distancian de los tópicos referidos a sus “apostasías y andanzas” y reivindican al abate desde la perspectiva de su notable y variada contribución a la filología. A propósito del ensayismo, sugiere Alberto González Troyano, usando de la definición de Gracián para remarcar la significación del adjetivo, que tal vez lo que molestara fuera la afición de Marchena por “discurrir a lo libre”.