Un mundo animado
Visionario por excelencia entre los pioneros del prerromanticismo inglés, William Blake es un autor proverbialmente hermético que alterna los pasajes oscuros con claridades cegadoras, sobre todo en las obras, hermosamente caligrafiadas e ilustradas por él mismo, que integran sus Libros proféticos. Primera que recoge en castellano el ciclo completo, la monumental edición de Atalanta no solo ofrece los originales confrontados e impecablemente traducidos por Bernardo Santano, sino también las planchas en las que Blake recreó el arte olvidado de los grabadores medievales, de un modo arcaizante y a la vez novísimo que dejó perplejos a sus contemporáneos y sería más tarde reivindicado por los soñadores de la hermandad prerrafaelita. El segundo volumen, ahora conocido, recoge las últimas entregas de la serie, Milton: poema en dos libros (1804-1811) y Jerusalén: la Emanación del Gigante Albion (1804-1820), que culminaron una de las propuestas estéticas e ideológicas más extrañas y fascinadoras de todo tiempo. Recalca Santano la extrema complejidad de ambos poemas y cómo el flujo de la narración contiene abundantes digresiones, inspiradas a veces en episodios autobiográficos, que Blake incorporaba al discurso de una manera casi inconsciente —“sin premeditación, e incluso contra mi voluntad”— que anticipó el automatismo de las vanguardias. Para orientar a quienes deseen adentrarse en la intrincada mitología del demiurgo, el traductor ha elaborado un Glosario con información sobre las figuras y los símbolos, de significados a menudo cambiantes, que habitan su mundo, no mecánico sino animado o “dotado de alma” —lo precisa Patrick Harpur— y lleno de extraordinarias criaturas que desmienten la idea de un orden racional.
El neoplatonismo, la tradición gnóstica, los arcanos de la cábala, las sagas del ciclo artúrico o las cosmogonías de Oriente son algunas de las fuentes de las que bebió Blake, pero sobre todas ellas destaca la Biblia. Su obra puede por ello aducirse como ejemplo de lo que nos perdemos si dejamos de estar familiarizados con un legado que, al margen de las creencias personales, constituye uno de los fundamentos de la civilización moderna e impregna la historia del arte y la literatura de referencias ineludibles para conocer su sentido. Redactada por decenas de especialistas, la Historia del cristianismo (Ariel) dirigida por el gran estudioso de las sensibilidades Alain Corbin —heredero de Lucien Febvre, autor de valiosas monografías sobre la prostitución, la sexualidad, el oído o el olfato y coordinador de una celebrada Historia del cuerpo (Taurus)— ofrece una aproximación tal vez demasiado sumaria, pero rigurosa y bien concebida, que vale como esclarecedora síntesis de un itinerario de más de dos milenios en los que ha habido de todo. Ajenos a cualquier forma de proselitismo, los autores se dicen movidos por una voluntad de guiar a los lectores no necesariamente devotos que conserven algo de “curiosidad intelectual” o deseen entender mejor una parte no desdeñable de la cultura que nos constituye. Cabría recomendar el libro incluso a los más renuentes, pues frente a sus predecesores que no ignoraban los dogmas y principios contra los que arremetían, proliferan hoy los ateos o activistas anticlericales —curiosamente tolerantes con las tropelías del fanatismo religioso en otros credos o latitudes— que no pasan de esforzados ceporros.
Piadoso no parece que fuera, pero quizá tampoco el asesino desalmado cuya aterradora leyenda difundió él mismo. En la azarosa trayectoria de Pedro Luis de Gálvez, poeta menor pero no indigno de recuerdo, hay momentos muy divulgados como la ronda del bohemio paseando a su hijo muerto en una caja de zapatos para inspirar lástima a las víctimas de su irreprimible tendencia al sable y otros, igualmente truculentos pero sin duda más graves, relacionados con los paseos alucinados —casi siempre ebrio, ataviado con sombrero ancho, exhibiendo los pistolones y las cananas amenazantes— por las checas del Madrid asediado. Se sabía que el ya fallecido Quico Rivas había dedicado una biografía —o más bien una quest: el relato de la vida y la busca de esa vida— al autor de ¡Buitres!, pero el original, nunca hasta ahora publicado, se daba por perdido en el incendio de su casa de Grazalema. Rescatada por Juan Bonilla para la editorial Zut, tras una pesquisa novelesca que incluye los nombres del pintor, ensayista y cineasta Carlos García-Alix y el librero Manolo “Gulliver”, la Reivindicación de don Pedro Luis de Gálvez a través de sus úlceras, sables y sonetos es un libro apasionado que hace honor a una de las consignas del biografiado: “Romanticismo y nitroglicerina”. Para Rivas, por cierto, que no da crédito a los testimonios aportados por los acusadores —nunca ha sido demostrada su implicación en el asesinato de Muñoz Seca— o las autoinculpaciones de Gálvez, el poeta y hampón, lejos de ser un criminal en serie, no pasó de “fantoche revolucionario”.