Fotos robadas
El segundo libro de poemas de Yolanda Morató plantea la necesidad de empezar una y otra vez, en un proceso constante de reconstrucción y reciclaje
Traductora y profesora de Filología Inglesa en la Universidad de Sevilla, Yolanda Morató (Huelva, 1976) sorprendió con su primer libro, Nadie vendrá a salvarnos (2015), y confirma en esta segunda entrega, publicada por Vandalia, la fuerza y la originalidad de su voz poética. Concebido como ajuste de cuentas con el presente, Ahora es el reconocimiento de la necesidad de encontrar formas de superar las pequeñas y grandes maldades que vivimos día a día, pero también es un canto a la satisfacción de poder vivir. Si en sus poemas anteriores proponía Morató una reflexión sobre los lazos invisibles que a veces nos amarran al pasado, Ahora es la tijera que intenta cortarlos. En un momento en el que la mal llamada autoficción está en auge, dice la autora, estos versos, limpios, afilados y de singular profundidad, muestran la cara B del proceso de escritura: en el ahora, ya nadie es quien fue.—Cómo surge Ahora? ¿Qué hilo conductor tiene el libro?
—Surge de un expolio, de ver el contenido de la casa de una anciana esparcido entre escombros en un contenedor de obra. Ese es el primer poema del libro y el que abre paso a todo lo que viene después. El hilo conductor, como indica el título, es el presente.
—¿Qué temas predominan en el poemario?
—Diría que el tema que predomina es el reciclaje vital, la necesidad de volver a empezar una y otra vez. Quien no cante a la vida se está perdiendo mucho, pero quien cante por cantar, sin ser consciente de lo que implica, quizás se lleve un chasco cuando se dé cuenta de que, como todos, está condenado a desafinar de vez en cuando.
—¿Hasta qué punto es autobiográfico? ¿Cuánto hay en la reflexión de su propia experiencia?
—Hay poemas que parten de experiencias personales, como “Biografía no autorizada”, que está dedicado al contenedor del que hablaba y con el que me topé un día de camino al trabajo; o el que describe mi incapacidad para oír (“Risa ahogada en el silencio”) y los que se centran en la discapacidad de otros para escuchar (“Estamos solos” o “La bofetada hipócrita”, por ejemplo). En cualquier caso, son puntos de partida, nada más. Con el último poema, “Foto robada”, describo en qué consisten los actos de escritura y recepción y por qué acudir a la biografía de quien escribe puede resultar engañoso.
—¿Cómo ha evolucionado su lenguaje poético?
—Mi primer libro era, en realidad, una recopilación de tres; había escrito los sesenta poemas entre 1994 y 2004. Aunque me parezca mentira, algunos están ya a un cuarto de siglo de distancia. Así que imagino que lo que más han cambiado son mis intereses y mi acercamiento a la escritura, el hacha con la que podo lo que escribo. Ahora está más afilada y siente mucha menos compasión.
—¿Cuáles son sus influencias y lecturas?
—Leo toda la poesía que puedo; también me gusta releer, en especial a autores a los que descubrí en mis años de instituto y universidad: Garcilaso y Quevedo, T.S. Eliot y Jaime Gil de Biedma, Felipe Benítez Reyes y Juan Bonilla, y a cuatro poetas que me encantan: Anne Sexton, Dorothy Parker, Wisława Szymborska y Ana Isabel Conejo.
—Alterna la poesía con la traducción, ¿qué le aportan ambas facetas?
—La traducción ofrece una doble vertiente: por un lado, se suele asumir ilusoriamente que al traductor le beneficia el hecho de no tener que erigir un texto desde cero; por otro, te limitan esos sólidos cimientos que, por ética y profesionalidad, no puedes alterar y por los que terminas reconstruyendo prácticamente todo lo demás. Pero es una labor tan exigente como satisfactoria; una especie de vicio que nunca he sido capaz de abandonar. En cuanto a la poesía, escribo desde que era niña, así que supongo que más que una satisfacción es un hábito.