Historia de un amor imposible
La Fundación Lara publica por primera vez el ‘Diario’ completo de Marga Gil Roësset, junto a otros textos y documentos escritos o reunidos por Juan Ramón Jiménez
Largamente esperada, la edición de Marga hace realidad uno de los proyectos más queridos del poeta de Moguer, nunca hasta ahora llevado a efecto. El Diario de Marga Gil Roësset, más los poemas, prosas o apuntes que Juan Ramón Jiménez y su mujer, Zenobia Camprubí, dedicaron a su joven amiga, se reúnen en un volumen prologado por Carmen Hernández-Pinzón, representante de los herederos del poeta, y una semblanza de la artista a cargo de su sobrina la escritora Marga Clark.La trágica figura de Marga Gil Roësset (1908-1932), dibujante y escultora de vanguardia, está marcada por su temprano suicidio a los 22 años de edad a causa del amor no correspondido que sentía por Juan Ramón Jiménez. De temperamento rebelde y personalidad decidida —“ejemplo de vitalidad exaltada, de voluntad constante, de capricho enérjico”—, Marga se había declarado sin éxito al poeta, que contaba entonces 50 años y lamentó profundamente la muerte de su admiradora. Rescatada del olvido en los últimos años, la escasa obra conservada de Marga ha sido celebrada por una originalidad que la equipara a las principales artistas europeas del periodo.
Juan Ramón Jiménez guardó el Diario de Marga en una carpeta junto con otros papeles asociados a su vida y muerte, incluidos varios borradores de un índice con los contenidos que llevaría el libro dedicado a su memoria. “Si pensaste al morir —leemos en una semblanza póstuma, hoy añadida al corpus de Españoles de tres mundos— que ibas a ser bien recordada, no te equivocaste, Marga. Acaso te recordaremos pocos, pero nuestro recuerdo te será fiel y firme”. La edición de Marga ofrece a los lectores un valioso testimonio que es, también, una forma de homenaje.
Como explica Carmen Hernández-Pinzón, “Juan Ramón dejó preparado para su publicación este libro que ve la luz ahora. Tanto él como Zenobia quisieron escribir esta trágica historia, para que se conociera cómo ocurrieron realmente los hechos y no se tergiversaran los acontecimientos. El exilio y el robo de este manuscrito en el asalto a su casa de la calle Padilla, hicieron imposible cumplir ese deseo del matrimonio”.
En los últimos años de la vida de Juan Ramón, durante la convivencia con el padre de Carmen (Francisco Hernández-Pinzón), el poeta le manifestó a este su gran interés por recuperar esa carpeta que contenía todo lo relacionado con Marga, así como la posibilidad de ver editado el homenaje a la artista. La muerte de Zenobia y el declive y fallecimiento de Juan Ramón impidieron que se llevara a cabo, “pero mi padre, al que va dedicado este libro —recuerda—, intentó por todos los medios, como albacea testamentario, cumplir la voluntad del Nobel. Y dejó constancia escrita de ese deseo, como se puede apreciar en una emotiva dedicatoria que se transcribe en el libro, a modo de encargo incluso para después de su muerte”. Carmen Hernández-Pinzón ha podido, por fin, hacer realidad la promesa que le hizo a su padre.
Aunque la historia era parcialmente conocida, la publicación de Marga recompone todos los testimonios y arroja luz sobre la conmovedora peripecia de la muchacha. “Cuando mi padre lo dejó en mis manos, nadie conocía el Diario, tampoco la familia de Marga. Lo ocurrido después se explica en el prólogo. En ese afán de dar a conocer esta historia, se publicaron fragmentos hace unos años, y también su sobrina Marga Clark, que en su semblanza nos acerca con más intensidad a la figura de su tía, publicó algunos fragmentos del Diario en su libro Amarga luz”.
Sobre la propia Marga Gil, destaca que fue “un ser excepcional y genial. Creo que a partir de este libro se la conocerá mejor como mujer y como artista. Merece que se haga un estudio a fondo de todas sus facetas y sé que su familia lo llevará a cabo. Siempre los he animado a ello, pero mi misión acaba con la publicación de este manuscrito. Debo seguir trabajando en otros muchos proyectos que el poeta dejó inéditos”.
Luis Antonio de Villena evoca la rebelión de los Panero
‘Lúcidos bordes de abismo’ se presentó en Madrid a los medios
Ensayo y memoria se dan cita en Lúcidos bordes de abismo, donde Luis Antonio de Villena recuerda la estrecha relación que mantuvo con casi todos los miembros de la familia Panero, cuyo denominador común fue “su rebelión contra la vida”. El libro toma como punto de partida el estreno de El desencanto, la película dirigida por Jaime Chávarri en 1976, y llega hasta la reciente muerte de Leopoldo María Panero en marzo de 2014, cuando el autor, que los había tratado durante años y en la intimidad, se vio legitimado para contar sus experiencias.Anécdotas, vivencias compartidas o conversaciones con los hermanos —Leopoldo María, Juan Luis y Michi— y la madre, Felicidad Blanc, se suceden en un libro que tampoco elude la valoración crítica. “El mito de la familia Panero —declaró el autor en la presentación de la obra— empieza cuando todos se vuelven contra el padre, como referente de un modelo de familia que los hizo infelices. Más tarde los hijos se volverían contra la madre, elegante y distinguida, pero que se inventó un mito romántico para salvarse de la soledad”. Al final culparían a la propia vida: “Llegaron a la conclusión de que la vida es un error y vivieron según esa idea”.
El autor tuvo especial relación con Leopoldo María, “para quien la escritura era una terapia. Su estancia en los psiquiátricos —recordó— sirvió para que se estabilizara, aunque no le ayudó a mejorar. Leopoldo no murió, dejó que la vida lo matase”. A pesar de su éxito literario —“fue un gran poeta, aunque al final muy repetitivo”—, muchos sólo celebraban al “monstruo”. Juan Luis era “el más normal, pero su pose de señorito en El desencanto le pasaría factura”, mientras que Michi fue “un gran perdedor”. Era el más joven y fue el primero en morir, siempre “protegido por las mujeres”.
Villena calificó este libro de “raro, sobre todo en España, no lo sería tanto en la cultura anglosajona. Ofrece las luces y las sombras de todos los miembros de la familia, porque no se trata, cuando se recrea una vida, de erigir estatuas de mármol. Las buenas biografías solo pueden escribirse post mortem. Hay que contar lo visible y lo invisible, como ellos mismos se atrevieron a hacer”.