Miradas de escritor
Antonio Orejudo, Cristina López Barrio, María Dueñas y Javier Sierra han participado este año en la VI edición del ciclo
Numeroso público se ha congregado en las sesiones, organizadas por el Museo Carmen Thyssen Málaga con la colaboración de la Fundación José Manuel Lara, en las que autores de reconocido prestigio abordaron la relación entre la pintura y la literatura a partir de las obras de la Colección permanente del museo malagueño.La directora artística del Museo Carmen Thyssen Málaga, Lourdes Moreno, ha destacado la importancia de que reconocidos escritores dirijan, una vez más, su mirada hacia la Colección permanente, “enriqueciendo con sus aportaciones la interpretación de la misma, no sólo desde el ámbito académico, sino desde la palabra, desde el mundo de las ideas y la imaginación”. El Auditorio de la pinacoteca se ha quedado pequeño para acoger el ciclo, consolidado en la agenda cultural malagueña, para el que las dos instituciones implicadas están trabajando ya de cara a la edición del próximo año.
La primera conferencia, “El arte de la travesura”, corrió a cargo de Antonio Orejudo, que eligió la obra Travesuras de la modelo de Raimundo de Madrazo y Garreta (1885). El autor de Los cinco y yo habló de “una obra aparentemente costumbrista y menor que bajo una anécdota aparentemente banal contiene algunas ideas interesantes. Sólo hay que mirar atentamente”.
Le siguió Cristina López Barrio, que optó por el lienzo Vista del Guadalquivir de Manuel Barón y Carrillo (1854). “Andalucía bajo el influjo de la belleza romántica: viajeros y paisajes” fue el título de su intervención, en la que analizó cómo Andalucía era un territorio exótico y misterioso para muchos de los viajeros extranjeros que la frecuentaban a finales del siglo XVIII y principios de XIX. Su paisaje y folklore, imbuidos de la nueva pasión del romanticismo, dejaron una profunda huella tanto en la literatura como en la pintura, que la finalista del Premio Planeta 2017 fue detallando en su charla.
La escritora María Dueñas eligió la obra Baile flamenco de Ricard Canals i Llambí. Su conferencia, “El flamenco y la emigración”, le sirvió para adentrarse en su última novela, Las hijas del capitán, con la que se traslada al Nueva York de los años treinta de la mano de tres jóvenes emigrantes malagueñas. A través de las miradas y las vivencias de las hermanas Arenas, el libro aborda la vida de la nutrida colonia española que por entonces residía en la ciudad: sus barrios, sus trabajos y negocios, sus afanes cotidianos y la manera en la que mitigaban la nostalgia, con espectáculos entre los que el flamenco tenía una presencia muy significativa.
El ciclo lo cerró Javier Sierra, que habló sobre el cuadro La Anunciación, de Jerónimo Ezquerra. “El arte como puerta a otros mundos” fue el título de su intervención, en la que analizó cómo una de las funciones del arte ha sido la de hacer visible lo invisible. Para el ganador del Premio Planeta en 2017, el arte y su objetivo mágico se “inventaron” en la Prehistoria y sus efectos llegan hasta nuestros días, como demostró repasando otros cuadros famosos de la historia de la pintura.
Las infinitas formas de definir un caballo
La función de la literatura debería pasar por el trabajo en torno a esa fuerza de arrastre seductora y liberadora que es —que puede llegar a ser— la imaginación literaria
VIOLETA ROS
En uno de los pasajes iniciales de la novela Tiempos difíciles, Thomas Gradgrind —uno de sus personajes principales— se presenta ante los desvalidos alumnos de la escuela que dirige y les pide, de forma abrupta, la definición de un caballo. “Chica número veinte, dígame la definición de caballo”, exige Gradgrind. La chica número veinte es Sissy Jupe, hija de un domador de caballos que, abrumada por una pregunta tan concreta pero tan abstracta a un mismo tiempo, se queda en silencio. “¡La chica número veinte, incapaz de definir un caballo! —grita Gradgrind— ¡La chica número veinte desprovista de hechos con respecto a uno de los animales más comunes!”. Gradgrind, que se define a sí mismo como un hombre “listo para pesar y medir cualquier porción de la naturaleza humana, y poder decirle exactamente a cuánto asciende”, no entiende la dificultad que su pregunta puede llegar a suponer para alguien como Sissy, y ante el silencio de la niña, insiste: “¡A ver, la definición de caballo de algún chico. Bitzer, la suya”. Bitzer, el chico obediente y funcional, responde exacta y maquinalmente a lo que Gradgrind le está preguntando. El silencio abrumado de Sissy Jupe y la respuesta técnica de Bitzer aparecen en esta escena como dos reacciones antagónicas ante la violencia de una escuela que sólo reconoce un único lenguaje: el lenguaje de los hechos, de las cantidades y de los datos; un lenguaje en el que no cabe el excedente de sentido con el que las palabras más sencillas, en ocasiones, cargan.Tiempos difíciles se publicó en 1854, en el contexto de la revolución industrial, como una novela de tesis con la que Dickens se posicionaba en contra de los principios de la filosofía utilitarista que constituía el pensamiento hegemónico del momento. En el silencio de Sissy Jupe ante una pregunta aparentemente tan sencilla, en la distancia que separa la realidad de su representación a través del lenguaje, la novela abre un espacio en blanco, un respiradero que el propio Dickens nombra, a lo largo de su texto, con la palabra imaginación.
En un trabajo publicado originalmente en 1991, la filósofa norteamericana Martha Nussbaum recurre a este mismo pasaje para exponer un concepto que desarrollará de forma más extensa en trabajos posteriores y que resuena con fuerza en los estudios literarios más actuales: el concepto de imaginación literaria. Con este concepto, Nussbaum se refiere a la capacidad del lenguaje literario “de ver una cosa como otra; de ver una cosa en otra”. Nussbaum parte de la reflexión acerca de las dificultades de Sissy Jupe a la hora de encontrar una definición válida del término caballo —una definición que sea legible para el señor Gradgrind y, por extensión, que se ajuste al lenguaje utilitarista del mundo que el señor Gradgrind representa— para proponer una concepción de la imaginación literaria que transcienda lo meramente retórico y que se conciba como una práctica social.
El discurso literario es, entre otras cosas, el escenario en el que se manifiestan de forma más tangible las fricciones entre los distintos lenguajes que configuran la compleja realidad que habitamos como sujetos sociales. Precisamente porque la imaginación es la materia prima con la que el discurso literario opera, la literatura nos enseña que el lenguaje produce una imagen de mundo y que pueden existir a un mismo tiempo tantas imágenes de mundo como lenguajes seamos capaces de articular. Aunquela relación entre lenguaje y mundo nunca es del todo transparente, en el discurso literario esa opacidad se produce de manera más explícita. Es en esa opacidad donde se aloja la potencia de lo literario y es en ese hiato —en esa distancia entre el mundo y su representación— donde entran en juego los distintos usos de la imaginación literaria.
En el contexto de cualquier proyecto educativo verdaderamente emancipador, la función de la literatura debería pasar necesariamente por el trabajo en torno a esa fuerza de arrastre seductora y liberadora que es —que puede llegar a ser— la imaginación literaria. Ese trabajo es una cuestión de lenguaje, y es lo que se juega, al fin y al cabo, en las infinitas formas de definir un caballo.