Poesía en Vandalia
Celebrada la sexta edición de un Encuentro convertido en cita de referencia
Un contratiempo de última hora impidió la presencia de Pablo García Baena en el VI Encuentro Poesía en Vandalia, pero el maestro cordobés pudo delegar en su amigo el poeta Juan Lamillar, quien, con la ayuda inestimable de Guillermo Carnero, le dio voz en la convocatoria sevillana, convertida en una cita de referencia para los amantes del género. Las jornadas tuvieron lugar los días 8, 9 y 10 de noviembre en la sede de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras, institución que colabora en el Encuentro junto a la Orquesta Barroca de Sevilla, algunos de cuyos músicos cerraron la jornada inaugural.Tras las palabras de bienvenida de Rafael Valencia y Ana Gavín, el diálogo de apertura lo protagonizaron Guillermo Carnero y Juan Lamillar, que habló y leyó en nombre de Pablo García Baena, moderados por el poeta y director de Vandalia Jacobo Cortines. Las dos siguientes jornadas se celebraron sendas mesas redondas en las que participaron Jaime Siles, Jesús Aguado, Marta Sanz y Vicente Luis Mora (el 9 de noviembre), y Luis García Montero, Juan Vicente Piqueras, Ada Salas y Yolanda Morató (el 10 de noviembre), moderados en ambos casos por el editor Ignacio F. Garmendia.
Acerca del grupo ‘Cántico’
Fragmentos escogidos del diálogo entre Guillermo Carnero y Pablo García Baena, moderado por Jacobo Cortines
—JC a PGB: ¿Cuándo empezaste a detectar que las cosas estaban cambiando en la recepción de la poesía de Cántico?
Empiezo a sentir que algo cambia cuando en El Baúl, la tienda de antigüedades que regentaba en Torremolinos, empiezan a visitarme [poetas jóvenes] que me traían noticias del interés que Cántico suscitaba en Madrid, todos anhelantes de conocerme y de que yo volviera a ser el poeta que ellos conocían y disfrutaban. En 1970 apareció la antología poética de Enrique Martín Pardo, Nueva poesía española, sobre los poetas que luego se denominarían “novísimos”, y en el prólogo citaba a Cántico como precursor. Ya pisando el umbral de los setenta, en el setenta y uno se me hace el primer homenaje de la poesía malagueña joven. Llegan telegramas y cartas de adhesión de toda España. Y un buen día aparece Guillermo Carnero, que me había anticipado su llegada en una carta muy graciosa, en la que decía que venía a Torremolinos a trabajar y no a tomar copas. Como me había dicho que iba a hacer una investigación universitaria, pensé que se trataría de un señor cascarrabias y calvo, y me encontré con un joven animoso. Empezamos en seguida a revolver cartas, fotos y papeles.
—JC a GC: ¿Cuál fue tu primer contacto con los poetas de Cántico?
Aprovechando un viaje en que acompañé a mi padre a Madrid en 1964, compré, en la librería Abril si no me equivoco, muchos libros de la colección Adonais, entre ellos Antiguo muchacho de Pablo (1950). El ejemplar lleva la fecha de compra de abril de 1964. El de El aire que no vuelve de Julio Aumente (1955), lleva 3 de mayo de 1965. De Elegía de Medina Azahara de Ricardo Molina, que salió en Ágora en 1957, tengo dos ejemplares sin fecha de compra. […] En Barcelona tuve de profesor a José Manuel Blecua, y de compañeros de curso a Pedro Gimferrer y Ana María Moix. Blecua había sido suscriptor de Cántico, había colaborado en las selecciones de poesía del Siglo de Oro que la revista publicaba, y siendo un gran experto en el Barroco, es natural que Cántico le interesara profundamente. A mí (no sé si a los demás) me habló de ellos, no en clase, porque daba Siglo de Oro, sino en los pasillos. […] Presenté en 1975 la memoria de licenciatura o tesina, que Blecua me dirigió, y que trataba de la revista Cántico. Él me prestó ejemplares de la revista, y también Manuel Álvarez Ortega. Hice un viaje a Málaga, Córdoba y Bujalance, y pude reunir documentación abundante y fotografías, que me prestaron Pablo, Juan Bernier y Mario López. En 1976 la memoria de licenciatura se publicó, convertida en un libro, que tuvo una segunda edición actualizada y muy ampliada en 2009, en la que incluí en el grupo, como benjamín, a Vicente Núñez.
—JC a PGB: ¿En qué medida la vivencia andaluza de la religiosidad va más allá de la religión?
El andaluz creyente se cree siempre en presencia de la divinidad, y por eso son continuos los arrepentimientos, las confesiones, las acciones de gracias, incluso en algunos momentos, los reproches. Y hay un monólogo interno (no se puede hablar de diálogo) con Jesús, el hombre que anduvo por Galilea, el más humano de los dioses. Por todo esto, se le ofrece lo que tiene más valor para los hombres, todo lo que es agradable a los sentidos, el canto gregoriano, el arder de las velas, los aromas (del incienso, la mirra o el cinamomo), el tacto de la flor junto al terciopelo bordado. Todo lo que a nosotros nos gusta y nos hace disfrutar lo ofrecemos a quien creemos más semejante. La religión, por otra parte, son las normas, los preceptos, los dogmas, en los cuales se cree con más o menos intensidad según se acerquen a lo más nuestro. Roma, al fin y al cabo, tiene la llave de los cielos.
—JC a GC: Has planteado matices no siempre bien comprendidos acerca de la expresión literaria de la religiosidad en Cántico.
En mi libro de 1976 sobre Cántico hablé de “correlato religioso prescindible”, y al reeditarlo en 2009 sustituí la frase por “culturalismo religioso”. Esa estética, cito literalmente, “genera un universo simbólico en el ámbito de las emociones, las actitudes y los valores humanos, independiente de la creencia, la doctrina o la ética religiosa, aunque no contraria a ellas. Es decir, no supone negarlas pero sí impide entender tales textos como poesía intrínseca y confesionalmente religiosa”. […] La religión es una aventura espiritual y un acervo de pensamientos y emociones que tienen un alcance intelectual y artístico que trasciende lo propiamente religioso.
—JC a PGB: Visto con la suficiente distancia, el grupo Cántico no parece ser homogéneo, sino estar dividido en subgrupos, ¿qué tenían en común además de la amistad?
En realidad, no se nos llama grupo hasta que en 1976 aparece el libro de Guillermo Carnero. Éramos cinco amigos que se reunían para hablar de temas más o menos literarios y leer sus propios poemas. Sin duda, Ricardo Molina, Julio Aumente y yo éramos el subgrupo más unido de los que formábamos la reunión. Y es en la poesía de estos tres amigos donde se formaría la estética que luego se llamó de Cántico. Juan Bernier, por otra parte, decía que él era el prosista de Cántico. Su primer libro, Aquí en la tierra, que salió en 1948, es verdaderamente un libro sorprendente, no sin cierto prosaísmo. La aparición de su diario, una vez fallecido, ha dado ocasión a creer que es una viva pintura de la realidad de la posguerra. Julio Aumente, antes de la aparición de la revista, ya escribía largos poemas a los que llamaba Cántico. Con la dispersión del grupo, y su huida a Madrid, unido al poco caso que se hizo a su libro La antesala (espléndido libro que lleva todo el sello y la ejecutoria de Cántico), cambia su estilo y se pasa a ese movimiento de la primera democracia llamado “la movida”, a un lenguaje de humor descarnado y terrible que lo aparta totalmente de lo que había sido su poesía en Cántico, pero que sin duda tiene mucho interés. Mario López es el último de los poetas en llegar al grupo. Leyó sus poemas con esa entonación tan suya de la campiña cordobesa y apreciamos desde el principio su conocimiento de los olivares, de las sementeras, de las mesanas, todo aquel mundo rural nos traía a la memoria a Virgilio: “oh campo, cuándo te contemplaré”. Indudablemente su poesía es distinta, casi un poco nos devuelve a una poesía anterior al 27, pero no se le podía negar veracidad, frescura e intensidad poética. Desde entonces fue uno de los valederos de Cántico, a lo que se unía su bondad natural y su simpatía.
—JC a GC: ¿Compartes ese punto de vista?
Por supuesto. A mí me interesó siempre lo que Cántico tenía de disidencia con respecto a la poesía de posguerra, disidencia que alcanzaba su cota máxima en Pablo García Baena, la primera obra de Julio Aumente, y Elegía de Medina Azahara, Elegías de Sandua y Regalo de amante de Ricardo Molina. En Juan Bernier, sin menoscabo de su calidad, había concomitancias con el tremendismo y la poesía social, y también en Tres poemas (1948) de Ricardo Molina. Mario López reflejaba un mundo de égloga demasiado plácido y rural.
‘Fábula’ explora el carácter falsario de la memoria
Vandalia publica el nuevo libro de poemas de Javier Vela
Ganador del Premio Adonais y del Loewe a la Joven Creación, el poeta Javier Vela (Madrid, 1981) dirige en la actualidad la Fundación Carlos Edmundo de Ory. Se ha dedicado también a la traducción literaria y pronto aparecerá su primer libro de relatos. En Fábula, su nuevo poemario tras Hotel Origen (2015), emplea un lenguaje plástico y luminoso donde verso y versículo se funden sin ambages con la prosa poética.—¿Cómo definiría Fábula?
—Se trata de un conjunto de poemas cuya estructura íntima gira en torno al carácter falsario de la memoria. El libro es el relato sosegado de ese turbión de mitos y creencias que conforman nuestra noción de “verdad”, manipulada por la invención del recuerdo y el consuelo ilusorio de la ficción.
—Este libro pone a fin a un ciclo, ¿en qué ha cambiado su discurso poético en estos años? ¿Cómo definiría su poesía actual?
—Se ha dicho —y es cierto— que un libro mío anterior, Imaginario, marcaba una transición desde la abstracción simbólica a la figuración connotativa, y que constituía una especie de bisagra estética frente a los trabajos iniciales, de mayor carga retórica. Fábula viene a ahondar en un empeño iniciado hace ya casi una década, por medio, en este caso, de un compendio de poemas en prosa de cuño “neoimagista”, que no desdeña por ello la tradición simbolista de la que provengo.
—¿Qué temas predominan en estos poemas?
—La primera sección está integrada por textos alusivos a obras contemporáneas de cine y televisión, cuya pulsión narrativa queda abstraída por la mirada poética, evidenciando su virtualidad. Sigue una breve suite amorosa cuyo vínculo arraiga en el asombro por lo cotidiano, por la mera presencia de la figura amada, que a mí se me aparece en su dimensión metafísica, cargada de implicaciones latentes. “El sur”, por su parte, ahonda en mi doble condición atlántica y mediterránea, fruto de una conciencia a la deriva entre la orilla de los vencedores y la de los vencidos, y en donde la atención contemplativa mantiene al mismo tiempo una distancia crítica sobre lo observado que intenta revelarlo bajo una nueva luz. “Retrato de familia” es un canto coral a lo que somos como comunidad, a nuestras fortalezas y debilidades, en las estribaciones de un nuevo “mal del siglo” originado por el periodo de crisis y estancamiento social que aún hoy seguimos atravesando. El quinto (y más autobiográfico) segmento del libro desliza una interpretación mítica acerca de mi historia y mi siempre cambiante identidad: las confesiones del “fabulador”; en tanto que, en el último, es la escritura misma la que se convierte en el objeto de la enunciación, en un juego de espejos vehiculado por las invocaciones de la palabra poética.
—¿Qué otros géneros le interesan como creador?
—Siento predilección por las formas breves. Relatos míos han visto la luz en revistas como Eñe o Clarín, y la editorial Menoscuarto publicará este mismo año un volumen titulado Pequeñas sediciones. Por lo demás, acabo de terminar una novela ambientada en el contexto de las migraciones que están teniendo lugar, para vergüenza nuestra, en Europa, en este caso por razones climáticas, con un niño sureño como protagonista.
—¿Para qué sirve hoy escribir poesía?
—Para vivir mejor y más humanamente. Hemos llegado a un punto en que nuestras palabras están emponzoñadas por el lenguaje técnico que emplean la economía y la política y que los medios continuamente remedan. El poema les da una nueva vida, haciéndonos más libres y conscientes para desentrañar nuestro día a día.