Teresa Gómez publica ‘La espalda de la violinista’
Vandalia recupera a una de las voces destacadas de la generación granadina que alumbró “La otra sentimentalidad”
Poeta de trayectoria casi secreta, Teresa Gómez ha dado a conocer su obra en antologías o entregas esporádicas. Publicado por Vandalia, La espalda de la violinista es su primer libro propiamente dicho, un poemario que nació de la contemplación de la intérprete de un concierto de violín, cuando la danza de pequeños músculos de su espalda sugirió a la autora el contraste entre el silencioso trabajo de la violinista y la fluidez del sonido resultante. El prólogo de Ángeles Mora destaca la originalidad de sus metáforas e imágenes, así como la intensidad y la fuerza de su escritura lírica. La poesía de Teresa Gómez explora la realidad a través de las emociones: el amor, la distancia, la angustia, el desencanto o la esperanza laten bajo cada verso constituyendo la clave de una voz con un alto grado de autoconciencia, que por una parte construye una identidad propia y elegida, frente a los condicionantes ideológicos impuestos, y por otra analiza y cuestiona el discurso dominante desde una voluntad de resistencia.
—¿Qué lugar ha ocupado la poesía en su vida?
—No recuerdo mi vida sin poesía. Sin embargo, dado que mi desarrollo profesional ha discurrido al margen de ella, como maestra y psicopedagoga especialista en necesidades educativas específicas, me he desenvuelto siempre en una especie de esquizofrenia que me ha llevado de la poesía a la educación y viceversa, sintiendo siempre que el tiempo que le dedicaba a un ámbito se lo estaba robando al otro. En todo caso, soy una escritora muy lenta y trabajo mucho mis textos, disfruto haciéndolo.
—¿Qué le sugiere oír hablar de “La otra sentimentalidad”?
—Gratitud y ternura. Para mí fue un espacio físico, emocional e intelectual. Hice mía la apuesta que rechazaba la estética reaccionaria de los elegidos y el pesado canon de la uniformización, y asumí con enorme entusiasmo la propuesta de una mirada, “otra”, que cuestionaba nuestra propia historia, la pequeña, la individual. Mi pretendida condición de poeta y también de mujer poeta. Despertó en mí la conciencia de reconstrucción y la necesidad de asumir el compromiso que creo que podría decirse que aún hoy me define.
“La otra sentimentalidad” está en la génesis de mi identidad poética, en la forma radicalmente histórica de mirar, en la convicción de que la dicotomía pensar/sentir no es más que un constructo ficticio, de que el lenguaje no es inocente sino que está marcado por el poder… Aquella aventura dejó en mis versos, como creo que en los de todos, una señal inequívoca; pero enseguida cada uno de nosotros siguió su camino.
—¿Qué relación tiene con la música?
—La música es una de mis grandes pasiones, creo que no hay lenguaje más universal. Es la poesía en su esencia, privada de todo lo superfluo. Cuando decía que trabajo mucho mis textos, era en este sentido, quiero pulirlos hasta quedarme solo con lo imprescindible y siempre he pensado que si consiguiera llegar al final de este camino, quedarían la música y el silencio. Aunque también he escuchado a músicos decir que la poesía llega allí donde el sonido solo no puede llegar.
—¿Cómo definiría su poesía?
—En gran medida es un ejercicio de reflexión con la finalidad de poner un poco de orden en mi propio mundo, de buscar respuestas, de explorar la realidad a través de las emociones. Sería hermoso que mis intentos coincidiesen con las respuestas que estaba buscando otra persona o, mejor aún, que alguien pudiera sentir que he puesto palabras a su dolor o a su esperanza. Pertenezco a una generación que creció con la idea de que nuestros versos contribuían a un mundo mejor y ha presenciado con asombro y angustia cómo se desvanecían las ilusiones renacidas en la Transición. Ahora sabemos que la literatura no va a cambiar el mundo, pero queremos seguir creyendo que nos ayuda a situarnos en él, a entendernos con él, a descubrirlo y en cierto modo a construirlo.
Vida, obra y leyenda de la Tirana
La biografía de la famosa actriz del XVIII, obra de José María Martín Valverde, se publica en coedición de la Fundación Lara y el Centro de Estudios Andaluces
Galardonada con el XII Premio de Ensayo de la Fundación de Municipios Pablo de Olavide, La Tirana (1755-1803). Una actriz en la época de Carlos III reconstruye la trayectoria de un verdadero mito del teatro de su tiempo. Partiendo de los inicios en su Sevilla natal, José María Martín Valverde sigue el exitoso itinerario de la Tirana desde su incorporación a las tablas con apenas quince años, ya en el Madrid donde desarrollaría toda su carrera, hasta su consagración en las dos últimas décadas del siglo, en las que ejerció como máximo exponente de una generación de actores que renovó la profesión y reconquistó el espacio público. Sus pasos en el oficio, también en calidad de coautora, aparecen de la mano de circunstancias personales como su tormentoso divorcio o los problemas de salud que la llevarían a una temprana retirada. El retrato de la Tirana ilumina un momento crucial en la historia del teatro, pero recrea asimismo la atmósfera moral, intelectual, artística y política de toda una época.
—¿Cómo se produce su acercamiento a esta figura del teatro español?
—El acercamiento a la figura de Rosario Fernández es fortuito. En realidad, mi afición a la música me llevó a interesarme por la actividad musical española del barroco tardío y del neoclasicismo. En aquella época, las actrices, en general, también cantaban, pues el espectáculo teatral estaba próximo al género musical: todas las funciones iban acompañadas de música, incidental o de acompañamiento a los textos.
—Su biografía alterna el análisis del personaje y el de la época.
—Lo que ha pervivido son obras literarias, documentos escritos, la gran pintura española de la época (no solo Goya) y la música. Aparte de la literatura, ya en vida de Rosario Fernández empieza a publicarse prensa, lo que ayuda a tomar el pulso a la sociedad de aquel tiempo. Junto al documento diario y muchas veces chispeante, es preciso acudir a la enorme cantidad de documentación que podemos llamar aburrida, pero que a menudo arroja un caudal impresionante de vida: protocolos notariales, atestados judiciales que aportan información precisa sobre nuestros personajes. Hablamos de esa época fascinante en que la sociedad española empezó a ser moderna.
—¿Qué destacaría de la Tirana, personal y profesionalmente?
—Fue una mujer inteligente y enérgica cuando la vida se lo exigió, a pesar de tenerlo casi todo en contra. Supo valerse de su bien ganada fama de actriz para hacer frente a su destino (fatal) de mujer casada, en una época en que no se permitía el divorcio. Como actriz, la Tirana forma parte del elenco de actores y actrices que ejercieron durante la transición del teatro tradicional español hacia prácticas teatrales modernas.
—¿Qué opinión le merece la leyenda que rodea a la Tirana?
—La imagen que se ha transmitido se fraguó en los albores del llamado “teatro sicalíptico”, en la segunda mitad del XIX, bajo intereses comerciales, digamos picantes. Escritores y folletinistas exhumaron a la Tirana, a base de aureolarla con episodios licenciosos: amante de Goya y cosas por el estilo. Más recientemente, el cine español de los años cuarenta y cincuenta, en su vertiente casticista, abundó en perfiles semejantes.
—¿Cómo era el teatro de finales del XVIII?
—La Tirana vivió todavía y ejerció aún en un espectáculo teatral en que se interactuaba: el público mantenía contacto, a veces muy fluido, con lo que ocurría en las tablas. Más aún, muchas de las obras que se representaban, especialmente el llamado género corto, sainetes y tonadillas escénicas, surgían del diálogo de los escritores populares con el público, con la opinión: literalmente se escribían sin mucho cuidado, en una especie de comunicación multicanal de rumores, lugares comunes, normas y polémicas locales que los actores amplificaban, en muchos casos con anécdotas de su propia vida diaria.