Vandalia publica ‘Historias’ de Juan Ramón Jiménez
Reconstruido conforme a las indicaciones del poeta, el libro contiene 27 textos inéditos
Escritos en Moguer entre 1909 y 1912, los poemas de Historias acompañaron a Juan Ramón Jiménez toda su vida. El poeta corrigió el libro en 1921 y algunos de los textos del mismo formaron parte de sus sucesivas antologías, pero otros quedaron pendientes de publicación conforme al guion revisado que fijaría en su exilio de Puerto Rico. Recuperado por Vandalia en un volumen que ha contado con la colaboración de la Fundación Banco Sabadell y la inestimable ayuda de Carmen Hernández-Pinzón, representante de los herederos de Juan Ramón Jiménez, Historias contiene 27 poemas inéditos, procedentes de la sala Zenobia-JRJ de la Universidad de Puerto Rico, e incluye un pormenorizado estudio introductorio y un cuaderno con fotos, facsímiles de los manuscritos y otros documentos gráficos.
La edición de Rocío Fernández Berrocal, reconocida especialista en la obra del Nobel andaluz, ofrece por primera vez el libro completo, dividido en cuatro secciones: “Historias para niños sin corazón”, “Otras marinas de ensueño”, “La niña muerta” —dedicada a una sobrina que falleció con solo 26 meses— y “El tren lejano”. Frente a la consabida imagen del autor replegado en su “torre de marfil”, el poeta se manifiesta aquí, del mismo modo que en Platero y yo, como un gran observador de la realidad y de la naturaleza humana. Historias lleva implícita toda la luz de Moguer, con su mágico tiempo dentro, y el recuerdo de sus vivencias de colegial en El Puerto de Santa María. Es el Juan Ramón primero de la “etapa sensitiva”, que medita y prepara el camino de Diario de un poeta reciencasado. El poeta puro de los niños, el mar, el ensueño elegíaco y la permanente melancolía.
Como explica Fernández Berrocal, el libro contiene “la esencia de la evolución literaria de Juan Ramón en esa época de aislamiento, de reflexión personal y poética hacia su ideal de poesía y belleza”. Los poemas inéditos forman parte de “un rico manantial inexplorado que muestra nuevos matices de su inmensa y siempre alta creación poética. Historias destaca por su intensidad, su emoción y su pureza. El espíritu del poeta se abre a su entorno y el sentimiento aflora en textos de gran sensibilidad y hondura”. La editora destaca que esos años de retiro en Moguer fueron muy fecundos y que muchos de sus poemas de entonces solo vieron la luz en antologías: “La marcha al exilio, el saqueo de su casa de Madrid y, finalmente, la enfermedad de ambos y la muerte de Zenobia hicieron que muchos proyectos quedaran inéditos. La obra de Juan Ramón, como su vida, fue salto, revolución, naufragio permanente”.
Ruinas de la memoria sentimental
El nuevo poemario de Joaquín Pérez Azaústre nace de la fecunda imbricación del arte popular, especialmente el cine, en el discurso emotivo
Explica el autor de Poemas para ser leídos en un centro comercial, publicado en Vandalia, que inició el viaje ahora concluido cuando, mientras paseaba por uno de esos establecimientos, tuvo la impresión de estar atravesando las ruinas rutilantes de nuestra memoria sentimental, poblada por escenas y personajes de un imaginario compartido. Elogiado por maestros como Pere Gimferrer y José Manuel Caballero Bonald, Joaquín Pérez Azaústre combina en su nueva entrega —un libro redondo y singular, desprejuiciado, deslumbrante— el rigor y el brillo del estilo, presente en toda su obra, con la capacidad para llegar a un público amplio.
Concebidos y escritos a lo largo de una década, a raíz de la publicación de El jersey rojo (2006), los poemas ahondan en una veta que siguió desarrollándose en paralelo a las entregas posteriores de Pérez Azaústre, nacida de la fecunda imbricación del arte popular en el discurso emotivo. Tras acabar el libro citado, el poeta sintió que su escritura continuaba, pero de otra manera: “Predominaba, digamos, un cierto intimismo culturalista popular. Ya entonces lo titulé Poemas para ser leídos en un centro comercial, porque hay veces que un título nombra un libro, como sucede en este caso. El título ha sido faro, guía, pulso y orientación”.
Estuvo a punto de publicar una primera versión en 2009, pero se le cruzó la escritura de otros libros de fuerte carácter unitario: Las Ollerías (2011) y Vida y leyenda del jinete eléctrico (2013). El proyecto, sin embargo, siguió su andadura, “como una música de fondo que acompañó a aquellos dos libros y que después ha continuado creciendo. Ha sido un compañero fiel y grato, y en parte por eso me resistía a terminarlo. Podríamos decir que en este libro están todos mis libros”.
Hay en los poemas, señala el autor, “dos ideas más o menos evidentes: la imagen del centro comercial como lugar de reflexión indirecta para una parte de la cultura contemporánea, o lo que hemos entendido como cultura desde un planteamiento popular —el cine especialmente—, y la reciente devastación de esos espacios, poco a poco abandonados, porque las formas de consumo se han individualizado. Hay también una nostalgia del rito simbólico de las salas de cine, que parecen definitivamente abandonadas como lugar de encuentro”.
Es significativo el primer poema, “Petrópolis”, una confesión de Stefan Zweig poco antes de tomar la decisión de suicidarse ante el avance del nazismo. “El exiliado teme que pueda llegar hasta allí y prefiere antes quitarse la vida. Ya lo ha perdido todo: no tiene ni libros, ni amigos, ni ciudad. Solo le queda su nombre, la conciencia de lo que ha sido, de su mundo de ayer. Hay una experiencia cultural que se borra, que nos es arrebatada. Eso está presente en el libro, desde ahí se parte. Es cierto que también hay celebración, amor, elegía y desgarro, pero el dolor es grieta y elemento germinador”.
En el plano formal destacan el pulso periodístico ajustado al margen del poema, la alternancia en verso y prosa o el tratamiento de la referencia cinematográfica de un modo íntimo que la acerca al terreno de la autobiografía: “Siempre he creído —concluye Pérez Azaústre— en la capacidad del poema para encarnar cualquier discurso artístico, desde varios niveles de lenguaje, hasta fundirse en una nueva realidad. No estoy de acuerdo con quienes propugnan un planteamiento formal invariable: la poesía buena es esto, y no puede ser aquello. De ninguna manera. Me interesan los autores que evolucionan, que se revisan a sí mismos, porque también la propia escritura muta y se atempera a nuestra respiración, y en momentos distintos de la vida puede ayudarnos a decir otras cosas, o incluso las mismas, con registros estéticos distintos”.