Autoanálisis y testimonio
En la dilatada obra literaria de Juan Goytisolo, con tanta dedicación a las novelas como al ensayo, la obra autobiográfica destacará sin duda como un hito a caballo entre esas otras dimensiones
Goytisolo publicó su autobiografía en dos volúmenes aparecidos sucesivamente en 1985 y 1986 con los títulos de Coto vedado y En los reinos de taifa, aunque en 1995 y 1997 realizó algunas correcciones y anotaciones a pie de página en las versiones de Mondadori, que pueden considerarse las ediciones definitivas. En la literatura española, pero no sólo en ella, es muy común la publicación de las autobiografías en dos volúmenes distintos, consagrado el primero a la etapa de formación de la personalidad, centrada en la infancia y primera juventud, y la segunda a la proyección pública. Esta publicación en entregas distintas ocurrió también con las autobiografías de Carlos Barral (Años de penitencia, Los años sin excusa y Cuando las horas veloces), José Manuel Caballero Bonald (Tiempo de guerras perdidas y La costumbre de vivir) y Carlos Castilla del Pino (Pretérito imperfecto y Casa del olivo), por citar a tres escritores de la misma generación que Juan Goytisolo cuya obra autobiográfica es de calidad destacable.En el caso de la de Juan Goytisolo hay diferencias bastantes notables que van más allá de la diferencia de edad representada en uno y otro volumen. La principal tiene que ver con el tono y contenido de las intervenciones narrativas que nos retrotraen al tiempo de la escritura, o mejor, al momento de la evocación. Es condición del género que muchas autobiografías, que son escritas siempre en un presente muy alejado de los hechos, hagan intervenir este presente evaluando o comentando en 1985 y 1987 lo que pudo ocurrir en 1935 o 1960, según sea el primer o segundo volumen. Juan Goytisolo ha querido diferenciar ambos tiempos separando en capítulos distintos y poniendo en cursiva los textos de estas intervenciones presentes, de tal manera que queda claro para el lector lo que es el mundo representado y el comentario de quien hace la representación. Ocurre además la particularidad de que el tono y el grado de intervención de esos pasajes cambian bastante según se trate de Coto vedado o En los reinos de taifa.
En el caso de Coto vedado estos contrapuntos de autor tienen una tonalidad casi lírica, a modo de una voz que se desarrolla en ristras y adopta la forma de enumeraciones caóticas, en series de frases que están en prosa pero pueden leerse como versículos, en los que determinadas vicisitudes narradas o bien el hecho mismo de las dificultades de la memoria, reciben glosa en disposiciones y tono casi poemáticos. En Coto vedado, cada dos o tres capítulos en que se narra la infancia, las relaciones con los padres, etc., se incluye un texto de esta naturaleza, muy elaborado estilísticamente, que rompe además la tonalidad narrativa de los capítulos contiguos. En En los reinos de taifa, en cambio, estas intervenciones que rompen la serie narrativa son menos frecuentes, tanto porque se tiene menos necesidad de plantear los arcanos y dificultades y trampas de la memoria como por el hecho de que hay una mayor proximidad tonal. Las interrupciones de lo específicamente narrativo adoptan en En los reinos de taifa otra forma, más cercana al ensayo, a la reflexión de tipo evaluativo sobre lo que el lector está leyendo, o bien, en la parte final del libro, dan paso a la inclusión de textos de apoyo. Por su calidad testimonial, pero también por la complejidad de las reflexiones personales introducidas quiero destacar entre estos textos la emocionada carta escrita en Moscú, enviada a su mujer Monique Lange, en la que le confiesa abiertamente su homosexualidad y los temores sobre la relación futura de ambos, y que reproduce íntegra traducida del original en francés. También hay otros textos ensayísticos de apoyo incluidos dentro de En los reinos de taifa, en que establece reflexiones sobre la evolución estilística de su obra, sobre su creciente compromiso con el mundo árabe y en general sobre lo que podríamos calificar de cambio de estilo a partir del que aquí se denomina su Don Julián.
Goytisolo ha querido diferenciar los tiempos separando en capítulos distintos y poniendo en cursiva los textos de las intervenciones presentes, de tal manera que queda claro para el lector lo que es el mundo representado y el comentario de quien hace la representaciónJunto a la diferencia de estilo de las intervenciones del presente de la escritura hay otras diferencias notables entre Coto vedado y En los reinos de taifa. Obviamente las principales tienen que ver con la naturaleza de los hechos narrados. En el primer volumen lo que se narra es la vida familiar. Coto vedado añade a otras autobiografías de época una singular mirada sociológica al espacio familiar. Juan Goytisolo es consciente de que su familia, con tres hermanos escritores, constituye un caso singular que vincula al concepto freudiano de novela familiar. Sigmund Freud, más que Lacan, está presidiendo bastante de cuanto se dice en este primer volumen. Esa es la explicación de que la autobiografía dedique sus primeros capítulos a los antecedentes familiares de los indianos enriquecidos en Cuba, los abuelos y los tíos, la decadencia de una burguesía en la que permanecen muchos elementos de un mundo fenecido, en que Juan Goytisolo dice no reconocerse. Esta “extraterritorialidad”, sobre todo respecto a su padre y en general respecto a la vida familiar, aumenta cuando añade el episodio de pederastia perpetrado por el abuelo materno, que Juan describe con detalle.En general esta autobiografía bascula entre momentos de una descarnada y valiente sinceridad en lo personal y textos de cierta autocomplacencia respecto al lugar literario conseguido. Entre los primeros destacan los relativos al descubrimiento y reflexión de su homosexualidad, que no se limita a la confesión de la citada carta a Monique, sino que ha sido avanzada antes con episodios que muestran las difíciles relaciones con las mujeres, pero también su tendencia a ciertos tipos masculinos muy marcadamente alejados de la sexualidad convencional de su clase burguesa. En los segundos apenas se vislumbra autocrítica, una vez Goytisolo emprende la caída de Damasco que supuso Reivindicación del conde don Julián. Salvo el homenaje, excelente, que hace a su descubrimiento de los lugares de la costa murciana y almeriense que desembocó en Campos de Níjar, que vindica mucho más como desvelamiento de una cultura que como estilo de escritura.
Lo que no puede dejar de decirse, porque le otorga un gran valor de testigo, es lo mucho que estos dos volúmenes pueden contribuir a una historia interna de los dos mundos literarios (y no solo literarios) retratados: por un lado la Barcelona en la que nació la revista Laye y el grupo de los cincuenta, mucho menos glorioso de lo que se ha mitificado. Por otro, un París que no se limita a los escritores del boom, puesto que la relación establecida con Monique Lange le permite entrar en otro mundo mucho más amplio y donde quedará como pieza magnífica el retrato que hace de Jean Genet, al que en realidad considera un maestro vital y literario, y a quien dedica el capítulo titulado “El territorio del poeta”. No es menor, por la singular personalidad de ella, pero también por la admirada emoción con que se glosa, el dedicado a “Monique”. Y de entre la que podríamos llamar dimensión social destaco el extenso capítulo dedicado al nacimiento y muerte de la revista Libre, que lleva por título “El gato negro de la rue de Bièvre”, donde ofrece un testimonio detallado y valiosísimo del tema de Cuba cuando el caso Padilla, que quebró las relaciones intelectuales y personales del mejor grupo de escritores en español del siglo XX.