Cazadores de instantes
Los mejores fotógrafos son cazadores de instantes, pero ese fogonazo invisible que hay en el interior de la cámara, ese fugaz milagro electrónico y químico en virtud del cual la luz impresiona la película en fracciones de segundo, es también un artificio de la eternidad.
La fotografía, afortunadamente, aún pertenece al mundo. La silenciosa confrontación con el retrato en blanco y negro de un desconocido es una experiencia que puede devolverle a uno la sensación de la verdad. Todo lo que ha sido necesario para que tal encuentro suceda constituye una cadena inagotable de azares, mecanismos, decisiones y vidas que acaban resolviéndose en el solo impacto de una mirada y una presencia […]. También es un prodigio la mirada, un oficio de una infinita sofisticación intelectual, y sin embargo, parece que miramos como respiramos, como percibimos el calor o el frío o sentimos la sed.
Decía Ramón Gómez de la Serna que para escribir hacía falta escribir muy bien y además estar un poco moribundo. También, para escribir, para pintar, o para hacer fotografías hace falta aprender a mirar, a rendirse cada instante al milagro de lo obvio, de lo que está delante de los ojos. La literatura es una hipóstasis de la voz, una imitación del flujo vital y verbal de la memoria. La fotografía es la condensación o el paroxismo de la mirada, del arte cotidiano y dificilísimo de mirar las cosas con los ojos abiertos. La literatura da cuenta del mundo inventándolo: igual hace la fotografía, es decir, la mirada. No hay un mundo exterior que los ojos perciban, cuyas imágenes queden impresionadas en la corteza cerebral o en el breve rectángulo de la película. La inteligencia, la astucia, el adiestramiento de quien mira construyen el mundo igual que lo construía el pintor del siglo XV mediante la perspectiva. La mirada, desde luego, pareciendo tan natural, es histórica: desde Picasso, incluso desde Cézanne, sabemos que el espacio retratado por la pintura de tradición renacentista es tan convencional como el de los mosaicos bizantinos o los bajorrelieves egipcios.
La mirada, como el idioma, no es una emanación espontánea de nuestras almas o de nuestras fisiologías, sino un proyecto de aprendizaje, y también un acuerdo: aprendemos a usar las pupilas al mismo tiempo que a usar los sonidos o las manos, y a interpretar y a clasificar las percepciones visuales igual que clasificamos e interpretamos las sonoras.
Del libro Sostener la mirada. Imágenes de la Alpujarra.
Fotos de Ricardo Martín y texto de Antonio Muñoz Molina.
Centro Andaluz de la Fotografía.