Juan Goytisolo: “Cervantes es el territorio de la duda”
—Recibe usted el Premio Cervantes este 23 de abril. ¿Le han adelantado algo sobre cuestiones de protocolo para la ceremonia en la Universidad de Alcalá?
—Ya les he avisado de que iré correctamente vestido. Con corbata. Con la corbata. Digo la corbata porque tengo la misma desde hace cuarenta años. Pero nada de frac, smoking o pajarita.
—Cuando se anunció que le habían concedido el premio Cervantes, hubo un debate en las redes sociales sobre si lo aceptaría o no. Algunos auguraban que lo rechazaría porque nunca ha sido un entusiasta de los galardones; otros dijimos que no podía rechazar un premio que lleva el nombre de Cervantes, su autor más admirado.
“No querían darme ese premio. La resistencia no era tanto por mi obra literaria como por mi posición frente al canon español, por haber introducido los temas tabú de la cultura española”—Ni se me ocurrió rechazarlo. —Entra un gorrión en la sala. Goytisolo calla y contempla cómo el pajarillo revolotea unos instantes hasta encontrar de nuevo la salida al patio y sus naranjos. Sonríe y prosigue:— No querían darme ese premio. Normalmente, tendría que haberlo recibido hace veinte años, pero había una voluntad de no dármelo. La resistencia no era tanto por mi obra literaria como por mi posición frente al canon español, por haber introducido los temas tabú de la cultura española. Es decir, el hecho de que la cultura castellana y catalana en sus tres primeros siglos era mudéjar, y sus modelos literarios eran árabes, y el hecho de que la gran literatura española fue creada en buena medida por los judeoconversos. De alguna manera, pensé, este premio era una victoria y una reivindicación póstuma de Américo Castro y Francisco Márquez Villanueva. En este aspecto me gustó. Pero, por otro lado, tuve un cierto sentimiento de decepción. El que se resistieran a darme el premio era una prueba de la fuerza de mi trabajo. Al admitirme, quizá consideraban que esta fuerza había disminuido, había perdido potencial subversivo.—¿Y qué cree usted? ¿Ha perdido potencial subversivo?
—No lo sé. Esa fue la duda que me asaltó.
—Usted sigue siendo el más cervantino de los autores españoles. ¿Quién es Cervantes? Intente contárselo a un chico o una chica de dieciocho años.
“El personaje enloquecido por sus lecturas se transforma en el de un autor enloquecido por los poderes de la literatura. Esta es para mí la gran lección de Cervantes”—La invención de la novela cervantina sólo es comparable a Las mil y una noches. Para mí son las dos obras madre de todos los relatos, el relato de los relatos. Di un curso sobre Las mil y una noches hace años en Santander y quedé realmente impresionado por esa modernidad que Borges captó tan bien. Cervantes no conocía probablemente Las mil y una noches, pero en El Quijote está el germen de la novela moderna de forma muy clara. Sobre todo en la segunda parte. En la segunda parte el juego entre el falso Quijote de Avellaneda y el propio Quijote hace que el tema del personaje enloquecido por sus lecturas se transforme en el de un autor enloquecido por los poderes de la literatura. Esta es para mí la gran lección de Cervantes.—Incluso hoy, cualquiera que se ponga a escribir una novela debe constatar que Cervantes ya lo inventó casi todo.
—Así es. Todo eso existía de otra forma, de una forma más suelta, no en una estructura novelesca, en Las mil y una noches. El encadenamiento de un relato tras otro, los relatos dentro de los relatos, la recreación de los relatos…. Y, sobre todo, la incertidumbre, el territorio de la duda. Yo no creo en los libros sagrados, ni en la Torah ni en la Biblia ni en El Corán, pero creo en Las mil y una noches porque allí todo es dudoso. La literatura es el territorio de la duda y Cervantes es el territorio de la duda. ¿Sabe que en dariya, el árabe dialectal marroquí, la duda y el gusano se dicen con la misma palabra?
—No lo sabía. Pero parece lógico: la duda corroe y serpentea como el gusano. En fin, ¿qué sabemos del Cervantes de carne y hueso? ¿Es probable que fuera de origen judío?
—No tenemos la certeza, pero hay un 99 por ciento de probabilidades de que descendiera de cristianos nuevos. Pese a haber sido herido en Lepanto, no le concedieron permiso para emigrar a América. Esta es una pista. Y hay otra en la primera página de El Quijote cuando se dice que la dieta de Don Quijote era duelos y quebrantos los sábados. Américo Castro dijo que esa era una opinión muy negativa acerca de lo que Don Quijote comía ese día de la semana y dedujo que se refería a tocino. Más tarde, un investigador norteamericano encontró en el Cancionero de burlas un poema de Antón Montoro, el Ropero, que era judío y decía: “Un día en que hallándome de viaje no trové sino tocino y hube de mercar de él. Y entonces para mi mayor duelo tuve que quebrantar la jura de mis abuelos”. Este era un poema muy conocido por las familias judeoconversas y a él debe aludir la frase de El Quijote.
—Cervantes dice que ha encontrado la novela en el mercadillo de Alcalá de Henares, escrita en aljamía por un tal Cide Hamete Benengeli. ¿A qué obedece esa, llamémosla así, broma?
—Se han emitido miles de hipótesis acerca de esto; cada lector puede formular la suya. Lo evidente es que la estancia de Cervantes en Argel fue decisiva para su formación. Como persona, por lo que sufrió. Y como incitación al descubrimiento de algo que los cristianos viejos encerrados en España no podían entender, que era la diversidad del mundo.
—Acaba de recordar usted su oposición como escritor e intelectual al canon español. Ese canon, simplificando, viene a decir que España nació católica y castellanoparlante, negando que somos un pueblo mestizo y plural.
—Incluso hay historiadores muy estimables como Menéndez Pidal que hablan del emperador español Trajano. Sagunto, Numancia, Viriato, todo eso ya era español según el canon. Pero Américo Castro descubrió que el término español nació en Francia para designar a los que venían de la Península cuando aquí unos se consideraban castellanos, otros aragoneses, los de allá catalanes, etcétera. El canon español es el nacionalcatólico y está fuertemente metido en la mentalidad española. Julio Rodríguez Puértolas me contó una vez que Ridruejo, estando ya en la oposición, siendo ya muy liberal, andaba por California cuando en una tertulia se empezó a hablar de los posibles orígenes judíos de Cervantes. Entonces, Ridruejo pegó un puñetazo en la mesa y dijo: “¡A éste no me lo toquéis!” O sea que Ridruejo, ya en su etapa democrática, no en su etapa falangista, no podía concebir que Cervantes pudiera haber sido de origen judío.
—De Américo Castro sabemos algo más, pero el sevillano Márquez Villanueva sigue siendo un ilustre desconocido incluso en los medios ilustrados españoles. Murió hace un año sin que casi nadie hablara de él.
—Es increíble. En cualquier otro país la muerte de Márquez Villanueva hubiera sido noticia de primera página en todos los periódicos. Era profesor de Harvard y el hombre que mejor conocía la cultura española. De él aprendí muchísimo. Su caso es otra muestra de la resistencia del canon nacionalcatólico. Su libro Santiago: trayectoria de un mito, que debería ser obligada lectura para todo aquel que quiera conocer nuestra historia, no le ganó las simpatías de la Iglesia. A partir de ahí, el medio intelectual conservador le condenó al ostracismo. Márquez Villanueva demostró muchas de las cosas que sólo eran una intuición en Américo Castro.
—A saber…
“Hay tres temas tabú en el canon nacional-católico: el carácter mudéjar de nuestra literatura, el papel de los judeoconversos y un extrañamiento del tema erótico”—En primer lugar, el papel de los musulmanes y de los judíos en la historia de España. Márquez Villanueva dice que hay tres temas tabú en la tradición canónica: el carácter mudéjar de la literatura castellana y catalana, el papel de los judeoconversos y un extrañamiento del tema erótico. Por ejemplo, Menéndez Pidal decía que la literatura española, a diferencia de la francesa, era casta. Que lean La lozana andaluza, que lean La Celestina, que lean el Cancionero de burlas, y se darán cuenta de que esta castidad la impuso la Inquisición a medida que avanzaban los siglos XVI y XVII. Pero en la Edad Media…—En la Edad Media no éramos nada castos, ¿no?
—No. Es muy significativo que muy poca gente conozca el Cancionero de obras de burlas provocantes a risa, que para mí es una obra esencial.
—Recuerdo que usted ha dicho más de una vez que Menéndez Pelayo le ha servido con frecuencia de guía, pero al revés. Lo que para él era detestable, a usted le resultaba interesante.
—Sí. La Historia de los heterodoxos españoles la leí con mucha atención. Es un libro maravillosamente escrito, de una erudición asombrosa, pero, claro, con un enfoque ideológico devastador. Me bastaba ver cuando Menéndez Pelayo se metía con alguien para pensar que allí había gato encerrado. Me ponía a leer al criticado y siempre descubría muchísimas cosas interesantes. Por ejemplo, Blanco White lo leí gracias a Menéndez Pelayo. Le dedica un capítulo fulminante, pero no puede ocultar su admiración por el atacado.
—Es interesante que Menéndez Pelayo no pudiera ocultar su admiración por aquellos que estigmatizaba.
—Sí, el ataque era tanto más agresivo cuanto más pensaba que era gente inteligente y peligrosa para su visión, gente a la que tenía que aniquilar.
—Usted dio a conocer a Blanco White en la España contemporánea…
—Ya había sido descubierto, pero su obra no circulaba en España. Lo que hice fue la traducción de su obra inglesa, aprovechando que estaba en Estados Unidos y podía usar los recursos de sus universidades. Y hace pocos años trabajé sobre Blanco White y la independencia de Hispanoamérica. Fue el único intelectual español que tomó partido por la independencia de las colonias. Blanco White y Larra son las dos grandes figuras literarias de la primera mitad del siglo XIX español.
—Me gustaría recordarle otra cosa que ha dicho en varias ocasiones. En contra de lo que algunos puedan suponer, usted no tiene nada en contra de los novelistas de best-sellers. Afirma que les está agradecido porque ellos dan a las editoriales las ganancias que permiten publicar obras más minoritarias.
—Gracias a los campeones de ventas vivimos autores como yo. Por eso soy mucho más cruel con los poetas. Un poeta nunca puede aspirar a vivir publicando sus poemas; o sea, no tiene justificación si es malo. —Un destello de picardía brilla en los ojos azul claro de Goytisolo—. El mal poeta no tiene ninguna excusa.
—¿Puede aclarar esa distinción que suele hacer entre texto literario y producto editorial?
—Hace poco vi en televisión a un joven entrevistado que decía que su obra ya había sido llevada a la pantalla y traducida a quince idiomas. ¡Pues muy mala señal! Una obra como la de Joyce nunca ha sido llevada a la pantalla y resulta muy difícil de traducir. Lo que hace ese joven es producto editorial y no texto literario. El texto literario exige la relectura. Me han pedido una frase con motivo del Premio Cervantes y mi frase ha sido: “No busco lectores, busco relectores”.
—No busco lectores, busco relectores…
—Mire, para darle una idea, una muchacha joven me dijo: “Leí su obra Las virtudes del pájaro solitario y me gustó”. Yo le dije: “¿La ha releído usted?” Ella se quedó un poco desconcertada y me dijo: “No”. Y le dije: “Pues o usted es una mala lectora o yo soy un mal escritor”.
—¿Qué razones habría para releerle a usted o a cualquier otro escritor? ¿Que su obra no se entiende a la primera, que una primera lectura no permite saborear toda su riqueza, que cada lectura descubre una obra nueva?
“El texto literario exige la relectura. A Cervantes lo he releído cuatro veces. A los veinticinco años, a los cuarenta, a los sesenta y a los ochenta”—A Cervantes lo he releído cuatro veces. A los veinticinco años, a los cuarenta, a los sesenta y a los ochenta. En estos últimos años he releído o estoy releyendo a Diderot, Tolstói, Dostoievski, Thomas Mann, etcétera.—¿Y qué le ofrecen esas relecturas?
—A veces decepción y a veces un descubrimiento. Las relecturas de Cervantes siempre me han aportado nuevos descubrimientos. A los veintitantos años leí a Dostoievski y Tolstói y me gustó más Dostoievski que Tolstói. Aquello de que si Dios no existe, todo está permitido, resulta atractivo para un joven. Pero en la relectura me di cuenta de que Tolstói era mucho más artista; la arquitectura de su trabajo es superior a la de Dostoievski, en mi opinión. También releí últimamente algunas novelas del boom. Por ejemplo, La casa verde de Mario Vargas Llosa es una obra genial. Me gustó mucho más que la primera vez. En cambio, Rayuela me decepcionó. Hay mucha teoría sobre la construcción de la novela en esta obra de Cortázar, pero sin llegar a crear la literatura fundacional de Joyce, de Proust, del Céline del Voyage au bout de la nuit. En Rayuela hay una reflexión continua sobre el proceso de la escritura y me acordé de esa frase de Proust al final de El tiempo recobrado: “Una novela en la que hay teorías es como un objeto en el que se deja la etiqueta del precio”.
—Cambiemos de tercio. Hace tres o cuatro años, usted fue de los que expresó su deseo de que la Primavera Árabe terminara bien, con libertad y dignidad para los pueblos del norte de África y Oriente Próximo. Pero, salvo el caso de Túnez, todo es bastante desastroso, ¿no?
—Desastroso, sí. —El tono de Goytisolo es ahora apenado—. Ya no puedo viajar a los países árabes a los que me gustaría volver, como Yemen o Egipto…
—¿Acertaban entonces los que decían que el mundo árabe no tiene remedio?
—No. Me parece que era Kant quien decía que 1793, es decir, el terror, la guillotina, Robespierre, no anula 1789, la Declaración de los Derechos Humanos. La guillotina desapareció, pero la semilla de 1789 ha quedado. Yo creo que la semilla de 2011 va a perdurar.
—Estoy de acuerdo. Tampoco la Revolución Francesa implantó de modo definitivo la democracia en ese país. Después vinieron Napoleón, la restauración borbónica y nuevas revoluciones, las de 1830, 1840, la Comuna…
—Estuve en El Cairo dos meses después de la caída de Mubarak y hablé con los jóvenes del Movimiento del 25 de Enero. Hablaban con gran entusiasmo de que era una situación irreversible y yo les dije: “Miren, en España, desde la primera Constitución, la de las Cortes de Cádiz, hasta 1978, hubo dos repúblicas, tres dictaduras y tres guerras civiles, como mínimo. La historia nunca avanza en línea recta, sino con saltos hacia delante y hacia atrás, hacia la derecha y hacia la izquierda. Es un proceso largo y tortuoso”.
—Vive usted en Marrakech desde hace más de tres décadas. ¿Qué ha cambiado en esta ciudad?
—Sigue siendo muy vital, pero han cambiado muchas cosas. Han desaparecido los cafés populares de la plaza; los cuentistas están despareciendo, porque los que mueren no dejan escuela detrás de ellos; el cine que había cerca de mi casa ha cerrado… La ciudad se llena de turistas. El otro día, en esta calleja donde vivo, sólo se hablaba en francés, español y alemán. Sólo en esta calleja hay cinco riads. —La voz de Goytisolo manifiesta fatiga. Bebe un sorbo de agua del vaso que tiene sobre la mesa, cercado por periódicos, revistas y libros, y concluye:— Pero aquí está la tribu: hay tres chicos que han nacido en casa y forman parte de la tribu. Ahora no cambio Marrakech por nada. A mi edad tampoco estoy para lanzarme a nuevas aventuras.