Consignas de resistencia
Abocadas a reinventarse en un contexto cada vez más difícil, las librerías españolas ensayan múltiples estrategias para hacer frente a la crisis mayor de su historia
Aunque según el informe anual de la Confederación Española de Gremios y Asociaciones de Libreros (CEGAL) España es el país europeo con mayor número de librerías —5.556 en 2013— y el segundo, tras Chipre, con más librerías por habitante, es también el país europeo donde desde el 2008 más librerías se han cerrado: el 21%. Los libreros experimentan una caída de la facturación acumulada desde 2011 del 26%. Una crisis de manual de un gremio que se ve abocado a reinventarse para sobrevivir porque su función básica, la de vender libros, va en continuo descenso. Ni libros, ni editoriales, ni bibliotecas, ni siquiera lectores, son ya lo que eran hasta hace dos escasas décadas. No digamos las librerías, esos lugares que los lectores del Antiguo Régimen llegamos a amar como una segunda casa, tal los borrachos a las tabernas. Como tantos sectores de la economía y la sociedad españolas —y mundiales, que esto no es causa local—, el libro y las librerías se enfrentan a una crisis que ha conducido a la necesidad de renovarse o cerrar. Desde la revolución tecnológica digital y la llegada de Internet como el motor más global de intercambio y comunicación que haya existido, intuimos que una cuenta atrás ha comenzado.Mientras muchas librerías tradicionales cierran, otras se transforman en espacios globales de animación cultural o en híbridos de hostelería donde se aúnan placeres y usos antes separados. Cada vez más librerías incorporan a su mobiliario máquinas de café, pequeños bistrós o cartas de vino. De aquí a nada pediremos un cortado con un pitufo de Stendhal o una tosta de Vila-Matas. Las consignas de resistencia son claras: únete a otros para hacer frente a los grandes monstruos globales de la venta del libro —Amazon— y poder concienciar así a las instituciones de la importancia del sector, logrando planes estratégicos; revisa tus fondos y especialízate, y, sobre todo, o reinventas y dinamizas tu local convirtiéndolo en una casa de acogida para lectores o, directamente, te mueres. En la comunidad española más tradicionalmente vinculada a la celebración del libro como objeto cultural, Cataluña, cerró en 2013 la librería barcelonesa Catalònia, casi noventa años después de haberse creado. Ahora es un McDonald’s. Solo es una más de las casi 500 que han cerrado en España en los últimos seis años: Áncora y Delfín, la Librería General de Arte Martínez Pérez, Ona, Rumor, Tragaluz… Pero no todas las librerías casi centenarias han cerrado. Ahí está el ejemplo de la Cervantes de Oviedo, un precioso y veterano establecimiento —93 años— que sigue siendo un referente absoluto de dinamismo en la comunidad, y donde su dueña, Concha Quirós, supo coger el testigo de su padre y transmitirlo ahora a su sobrino Alfredo.
Jesús Otaola, director de las librerías Proteo y Prometeo de Málaga, dos espacios que desde hace 47 años suman y ejemplifican el prestigio y la capacidad de innovación dentro del sector, con premios nacionales por su trayectoria, admite que para reducir la sangría que supone el continuo descenso de facturación desde 2008 han tenido que “encontrar nuevas vías de ampliación y afianzamiento del negocio y, sobre todo, reducir gastos de forma drástica. Por suerte, no ha habido que echar a nadie, pero nuestros locales, los gastos de alquiler y sueldos se han reducido a la mitad y el trabajo se ha doblado”. Así han potenciando la relación telemática con los clientes y suscriptores, y aumentado enormemente las actividades paralelas: creación de clubes de lectores, visitas constantes de autores para presentar las novedades, charlas y talleres de escritura, apoyo al autor local como base para mantener y crear cantera, o autoediciones bajo demanda. “El buen librero actual es un consejero especialista que debe tener formación en nuevas tecnologías, y facilitar el acceso a bases de datos y compras a través de la Red”, dice.
Las librerías se enfrentan a la necesidad de renovarse o cerrar. Desde la revolución tecnológica digital y la llegada de Internet como el motor más global de intercambio y comunicación que haya existido, intuimos que una cuenta atrás ha comenzadoPero quizás la respuesta más llamativa de las librerías españolas ha sido incorporar servicios tradicionalmente asociados a la hostelería dentro de sus locales. En Bilbao, la librería Cámara ha remodelado el espacio y ahora ofrece cafés y mesitas. La librería Quorum en Cádiz ha reducido uno de los locales y otro es una cafetería con libros. La Central, una impresionante librería de Madrid situada en un edificio de tres plantas de la calle Callao, tiene un restaurante-bistró y un local, El garito, donde se celebran lecturas, presentaciones y actividades abiertas al público. La Buena Vida de Madrid, una librería pionera de este modelo mestizo, nacida muy al amparo del maridaje de cine, música y libros, ya se anuncia en su nuevo local como Café del Libro. En la Cálamo de Zaragoza se hacen catas de vinos. Todas tienen perfil de Facebook, blog y web propias, y organizan continuamente actividades relacionadas con el libro o la cultura.De un blog del periódico digital soitu.es nació el impulso de la librería madrileña Tipos Infames hace cuatro años. Mixtura de sala de exposiciones, enoteca y librería, está regentada por Alfonso Tordesillas, Gonzalo Queipo y Francisco Llorca, quienes, animados por el modelo de La Buena Vida, levantaron ese local soñado para amantes del libro que aún no existía. “Somos tres socios trabajadores, lectores antes que libreros, que adoramos la parte de prescripción y conversación directa del librero tradicional y que intentamos ampliar este espíritu aprovechando el mundo 2.0 y las herramientas que el mundo digital nos da: tienda online, comunidad de lectores, blog, redes sociales. Vemos los cambios tecnológicos como un aliado. Somos una librería con parroquia donde lo importante pasa dentro”, dice Francisco. Y dentro no se para: concursos, talleres, encuentros, días en los que un autor se viste de librero, vinos y vinos, libros y libros, pequeñas editoriales de delicatessen literarias en sus vitrinas para “luchar por esos 2.000 o 3.000 lectores, que son el núcleo duro, decía Constantino Bértolo, que sustenta y decide el destino de la literatura en nuestro país”.
Juan Miguel Salvador, propietario de la librería Diógenes de Alcalá de Henares desde hace 27 años y actual secretario de la CEGAL, advierte de que la unión gremial es “vital” para concienciar al Gobierno y de que es necesario “crear una política del libro sólida. Hablamos de un sector cultural estratégico donde cada día se pierden puestos de trabajo”. Y señala a Francia, que tiene desde hace años un organismo mixto privado y público que permite el apoyo constante a las librerías con ayudas a remodelaciones, líneas de créditos, sellos oficiales de librería de referencia, y ciertas ventajas fiscales, para que puedan hacer frente con alguna protección legal a las dos grandes amenazas digitales: “por un lado Amazon, que no respeta la ley del precio fijo del libro y a pesar de su enorme facturación no tributa según las leyes de nuestro país y, por otro, la piratería, que en España es muy alta”, denuncia. “No es de recibo que Amazon venda al precio que le dé la gana y luego se las arregle para no tributar”. CEGAL espera aún sentencia ante una demanda contra la compañía por prácticas desleales.
¿Hay futuro entonces? Otaola se encoge de hombros: “no lo sé; solo sé que el presente es reinventarse para sobrevivir”. “Para lograrlo necesitamos pelear con las mismas reglas”, apunta grave Salvador. “Creo que cuanto más pequeño y dinámico seas, más posibilidades tienes de sobrevivir llevando a cabo tu pasión”, añade el infame Llorca. Pero mientras llega la época en la que gane el Nobel de Literatura un tuitero virtual, sobran razones para seguir viéndose en las librerías. Por placer, por pasión, por simple sed, de vinos o de ideas. Ahora andan más juntas que nunca.