El cristal agrietado de la Tierra
El ser humano ha multiplicado por cien la tasa de desaparición natural de especies con un cóctel de factores que están provocando la sexta extinción global
Hace casi 4000 millones de años que existe vida celular en la Tierra. Una vida celular que desde aquel preciso instante comenzó a diversificarse y expandirse por todo el planeta hasta conformar un sistema frágil como un cristal construido con hilos que conforman redes y que agrupa a 8,7 millones de especies diferentes, según la última estimación, aunque el número real aún se desconoce. Esa obra tallada por la evolución se ha fracturado a lo largo de su larga historia en procesos que han durado millones de años, y en otros muchos millones se ha reconstruido. Sin embargo, ahora se agrieta a una velocidad inusitada, acabando con una biodiversidad que llevaba los últimos 65 millones de años haciendo filigranas adaptativas, conformando el organismo vivo del que hablaba James Lovelock en La venganza de la Tierra.La ciencia no duda hoy en calificarlo como la sexta extinción masiva y planetaria de especies, pero si en las anteriores los causantes fueron las catástrofes naturales —la caída de un meteorito, movimientos geológicos internos, glaciaciones o volcanes—, ahora numerosas evidencias nos acusan: el origen está en la acción directa e indirecta de nuestra especie. A medida que nos hemos multiplicado, hasta superar los 7000 millones de personas —la “explosión demográfica”, lo llamó Paul R. Ehrlich—, también hemos aumentado, y por más de cien veces, la tasa de extinción natural de otros habitantes del planeta. Es un proceso que ha ocurrido en tan solo 500 años pero que en los últimos avanza imparable, azuzado por la degradación de los territorios, el cambio climático, la contaminación, la sobreexplotación y un trasiego de especies que las convierte en invasoras fuera de su entorno, mientras otras minoritarias se cazan hasta el exterminio.
En lo que respecta a los animales, recientemente investigadores de las universidades de México y de Stanford, en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS), tras analizar el estado de más de 27.000 especies, han llegado a la conclusión de que se está produciendo una “defaunación catastrófica”. Ahí van algunos de sus datos: en 2016, solo quedaban 35.000 leones africanos, un 43% menos que en 1993; las poblaciones de orangutanes de Borneo han descendido un 25% y las jirafas han pasado de 115.000 especímenes en 1985 a 97.000 en 2015. En el caso de los anfibios, se calcula que hoy el 41% de las especies están en extinción. En general, estiman que el 40% de los mamíferos han perdido el 80% del territorio que tenían hace 25 años.
Igualmente desolador es el retrato que se realiza en el “Informe Planeta Vivo” de la ONG ambiental WWF, cuya última entrega de 2016 destaca la pérdida del 81% del hábitat de agua dulce por culpa de las presas y de la contaminación, y que pone de relevancia la grave destrucción de hábitats ya irrecuperables.
Es un proceso que ha ocurrido en tan solo 500 años pero que en los últimos avanza imparable, azuzado por la degradación de los territorios, el cambio climático, la contaminación, la sobreexplotación y el trasiego de especiesNo hay una fecha exacta para la aparición de las primeras grietas preocupantes en la biodiversidad, si bien todos los analistas concluyen que se ha acelerado desde la segunda mitad del siglo XX. Si desde 1500 han dejado de existir 338 especies de vertebrados y otras 279 ya no existen más que en zoológicos o tras las vallas, solo en el pasado siglo hay más de 500 que se han sumado a la lista de especies en peligro de extinción de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN). “Por desgracia, fenómenos como la caza furtiva están resurgiendo a medida que en el sudeste asiático y China se genera una clase media y alta que reclama productos que en Europa ya han caído”, señala Luis Suárez, responsable de Biodiversidad en WWF España.La situación no es mejor para las plantas. Se calcula que una cuarta parte está en extinción y la deforestación de bosques tropicales sigue imparable ante la presión de cultivos como el aceite de palma, la expansión de la ganadería y la extracción de madera. Investigadores como Tim Newbold, genetista de la University College London, avisaban en 2016 de que habíamos sobrepasado los límites que el sistema podía tolerar: “Sabemos que la pérdida de biodiversidad afecta a la función del sistema, aunque no tenemos claro cómo afecta y lo cierto es que en muchas partes del mundo, la situación está llegando a un punto en que probablemente será necesaria la intervención humana para mantener la función de los ecosistemas”.
Ante el desafío que ello podría suponer, y el costo económico, todos los expertos coinciden en que en un mundo cada vez más urbanizado, la especie humana debe ser consciente de que depende de esa biodiversidad para su supervivencia.
Al reducirse el número de animales y plantas, hay fenómenos que se ven afectados y de los que depende la biodiversidad que conocemos. Son organismos vivos los que se encargan de la polinización, los que controlan de forma natural las plagas, los que son capaces de descontaminar los mares o limpian el aire que respiramos. Su pérdida son hilos rotos en las redes ecológicas que provocan un efecto cascada de consecuencias fatales para la sostenibilidad de las sociedades humanas, dada la velocidad a la que sucede: para que de forma natural se hubieran extinguido los vertebrados desaparecidos desde 1900 hasta hoy habrían hecho falta 10.000 años.
En lo que respecta a los animales, los investigadores han llegado a la conclusión de que se está produciendo una “defaunación catastrófica”. Estiman que el 40% de los mamíferos han perdido el 80% del territorio que tenían hace 25 añosEl problema es el peligroso cóctel de factores destructivos que hay detrás. “Si hubiera una sola causa, las especies se adaptarían, como ha venido ocurriendo en la evolución, pero hay demasiados enemigos y por ello la recuperación, si la hay, es muy limitada”, asegura Fernando Valladares, biólogo del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. “En España tenemos varios ejemplos de especies en extinción por caza, por traslado de hongos o porque se han hecho repoblaciones con especies que no son de una zona. Y todo se mezcla”, apunta el científico, que lleva muchos años estudiando el impacto del cambio climático en las especies.De ese cóctel, si tiene que destacar una causa, Valladares menciona la degradación de los hábitats: “La biodiversidad nos ofrece servicios de un gran valor y no lo vemos”, apunta. El biólogo, junto a 40 científicos internacionales, ha participado en un trabajo reciente que evalúa precisamente la productividad de la biodiversidad de los bosques. Su conclusión: cada año se pierden 500.000 millones de dólares con su destrucción, más del doble de lo que costaría iniciar políticas para su conservación. “El aumento de la biomasa enriquece porque los bosques ricos en especies suman más recursos que la superficie cultivada y deforestada. Pero hay un umbral y si se cruza el ecosistema cambia y ya no podemos volver a lo anterior”, señala Valladares.
Si bien no existen soluciones mágicas para reconstruir todos los hilos rotos por las especies extintas del cristal, sí hay herramientas para conservar lo que queda. Así, para evitar el comercio ilegal de especies, en 1975 entró en vigor el convenio CITES que han firmado 183 países y debiera ser eficaz. “No lo es porque se mueve mucho dinero, pero se pueden endurecer las reglas y calificarlo de crimen como el tráfico de drogas o armas”, apunta Luis Suárez. Otra herramienta es el Convenio de Biodiversidad Biológica de la ONU, de 1993, y también la UE tiene su Estrategia de Conservación de la Biodiversidad.
“Si no empezamos a tomar conciencia de las consecuencias devastadoras de nuestra conducta rapaz y aniquiladora, irremisiblemente la especie humana caerá (tras el mastodonte, el alca gigante, la paloma migradora y sus demás víctimas) en el olvido de la extinción”, sentenció el paleoantropólogo Richard Leakey en su libro La sexta extinción. Otros, como el físico Stephen Hawking, recomiendan buscar otro planeta habitable. Pero ¿será tan biodiverso como el nuestro?