Cuando las imágenes tienen voz
El editor de Lunwerg rastrea los antecedentes y define los rasgos que caracterizan el género de la ficción ilustrada, basado en historias visuales que proponen una nueva forma de mirar
“La imagen se confronta, ineludiblemente, una vez más con el texto”
—Émile Zola
Pero no es menos cierto que en el fondo todos amamos el storytelling para saber más de otros, quizás de nosotros mismos, y por eso nos gusta tanto contar y que nos cuenten historias.
No resulta fácil retroceder a los orígenes del arte y la palabra, pero últimamente hemos observado frecuentes muestras de estudio, atención en medios e incluso tributos a nuestros vestigios. El cine documental, la literatura crítica e incluso algunos libros de lujo han logrado que Altamira, Chauvet o Lascaux sean parte de nuestro imaginario, tengan su espacio más allá de estudiosos y expertos.
Maurice Blanchot escribió que tal vez gracias a cuevas como estas logramos que “el arte, desde su nacimiento, se afirme y sea; y cada vez que se afirme, sea su perpetuo nacimiento” 1. El arte como fecha de nacimiento. El origen, no solo de una actividad en tanto que expresión simbólica, sino como elemento de representación. El habla precede a la escritura, y también anteriores son las representaciones gráficas. El arte como creador de vínculos infinitos.
Desde niño me gustaban las ilustraciones. Recuerdo algunos de mis libros infantiles, no tantos ni tan cuidadosamente ilustrados como ahora, como las sagas de los Cinco, los Hollister, Guillermo Brown y en especial la colección Historias Color de Bruguera, entre cuyas páginas moraban Tom Sawyer, Lawrence de Arabia, Gulliver, mujercitas, mosqueteros, piratas y sobre todo, niños con espíritu aventurero. Aún recuerdo la nota de la parte inferior de la portada: 60 páginas ilustradas. No eran muchas, pero suficientes para viajar por el mundo y conocer todo tipo de lugares y objetos. Allí parecía estar todo, como en aquel Orbis sensualium pictus que todos admiramos. Un catálogo universal, el mundo de las imágenes casi como una vocación fantástica, formativa, divulgativa y hasta digestiva (las palabras estampadas entran mejor). Y eso de las ilustraciones, lo confieso, no se cura nunca. Resuenan como el eco imaginario que —anotaba Argullol— habita en todo arte: “Unos hombres han simulado unas imágenes del mundo y de sí mismos para que los espectadores, a su vez convertidos en simuladores, las hayan asumido y propagado a través de un eco interminable” 2.
Cuando uno crece (visualmente) tiene la tentación de echar a volar por sí mismo (las imágenes) y dejar atrás la férrea compañía de los padres (las palabras). Hay un momento, al comienzo de la historia del libro ilustrado, en el que se cae en la cuenta de que la relación imagen-palabra es puramente ornamental. El sentido pictorialista de los comienzos pretendía “ilustrar” textos muy específicos, y con el tiempo comienzan a aparecer ediciones de clásicos cada vez mejor reproducidas (del blanco y negro al huecograbado, de ahí a las láminas encartadas y finalmente la entrada del color, un poco desvirtuado al principio y más real con el paso del tiempo). A finales del siglo XIX y comienzos del XX Gustave Doré, Walter Crane, Aubrey Beardsley y Arthur Rackham compusieron obras ilustradas y publicaciones majestuosas, pero seguían sin resolver —tampoco lo pretendían— la cuestión de la secuencia gráfica. Simplemente se trataba de libros ilustrados, una especie de diseño complementario dotado de cierto lenguaje “expresivo” —como consideraba Barthes a la creación artística— más allá de la literatura.
Y al pensar como un artista, la cabeza se llena de pigmentos que lo desbordan todo. Aparece el álbum ilustrado. Teóricamente, incorporar imagen y texto supone ganar coherencia y homogeneidad, pero en la práctica, la influencia de la pintura es perversa, y las imágenes pueden acabar desplazando a las palabras. Se gana en superficie de página, pero la extensión en el número de las mismas es más limitado. Hay diversos géneros, como hay diversas audiencias, pero considerando que el cómic (el puro, no la novela gráfica) tiene su propio registro y coordenadas, lo cierto es que hasta hace poco este formato álbum ha tenido una frecuencia y presencia de público mayoritariamente infantil.
Mención aparte merece el libro de artista. Aquellos en los que el creador imagina y compone cada rincón, desarrolla el tono, la secuencia, la mise en page, combina sus elementos y decide los acabados. Y entonces el creador es más artista, y menos autor: “El artista no es un creador, sino más bien un receptor […] el creador rara vez sabe lo que está haciendo […] La imagen tiene que estar colmada no de parecido, sino de búsqueda” 3. Siempre hubo libros de artista, no es solo parte fundamental del proceso de trabajo, sino que constituye el ejercicio, más o menos racional, de trazar coordenadas sobre el propio imaginario. Con el advenimiento de internet, la nube y las costumbres digitales, la pérdida de peso específico del papel y del soporte físico, parecía abocar a una inundación visual. De repente todo debía ser ilustrado para que simulase un libro objeto. Pero no nos engañemos, no todo vale. Y la transferencia de un contenido artístico debe prevalecer sobre el soporte. Si abrimos el ángulo de encuadre, las cosas no han cambiado tanto. Los libros de arte nunca morirán, contarán con más o menos medios, se resolverán de mejor o peor forma y tendrán mayor fortuna comercial o se desvanecerán en librerías de viejo: pero la magia de pasar páginas ilustradas no nos abandonará nunca.
¿De qué hablamos cuando hablamos de ficción ilustrada? Cuando hace cinco años en Lunwerg nos planteamos trabajar con ilustradores, queríamos proponer una nueva forma de mirar, un acercamiento a lugares menos concurridos en librerías: los libros personales de ilustración. Aún recuerdo las primeras entrevistas con algunos de nuestros artistas: “El libro será tu libro”. No queríamos hacer clásicos, para los que ya hay editores maravillosos a los que respetamos. Tampoco pretendíamos hacer catálogos de artista, ya que pensamos que su vida es más propia de galerías o ferias, mientras que en las librerías son aves fugaces. Y no estaba en nuestro ideario abrumar a un mercado ya saturado con lanzamientos de colecciones que uniformasen el trabajo de autores tan diferentes.
Para cerrar el círculo debíamos contar historias, pero cediendo parte del protagonismo a lo visual. De hecho, las ilustraciones debían ser las grandes protagonistas ya que la transformación operaba en el modo de lectura: cada página como un lienzo, cada doble página como una composición y cada salto de página, definitivamente una sorpresa. Un libro personal e ilustrado que se lea como una novela, que interpele a las personas y que a cada una de ellas le provoque una sensación diferente, pues no puede ser de otra manera: “Una obra de arte siempre tiene algo personal, por lo que la experiencia es interpersonal e intersubjetiva” 4.
De este modo, llegamos a trabajar con material sensible de muy diferentes artistas con un lenguaje gráfico muy definido, pero cuya potencialidad narrativa necesitaba crecer para tener un mayor peso específico, tanto a nivel de marca personal, como de autor. Nuestro valor no es sino el de nuestros autores por aceptar el reto del salto al vacío, por ayudarnos a desarrollar temas que precisaban una ventana de color, y por jugar a experimentar con la delgada línea entre realidad y ficción dentro del contexto en el que viven: “El creador vive una preocupación teleológica: en qué llegarán a convertirse sus personajes” 5. El proceso es sencillo, el arte brota de la intención, y lo más bello es completar el círculo: desde la imaginación de un artista hasta llegar, con la inestimable complicidad de editores y libreros, a quien lo descubre en cualquier librería, reseña o red social. Nuestro agradecimiento a todos por la confianza es enorme.
Lo demás, ya se sabe, es silencio. O brillo y susurro, como el que resuena en el personaje de Chus Martínez, cuando le confiesa a Enrique Vila-Matas: “Si los artistas son intelectuales, desde luego no son un lujo. Son una necesidad. Es más, pueden cambiarnos la vida […] Lo que nos conviene son ideas y una energía que sea diferente” 6.
Manchemos la página, volvamos a pensar en imágenes, la historia aparecerá de repente, y entonces la podremos compartir.