De mi desiderata
La biblioteca de cualquier bibliófilo siempre tiene adquisiciones pendientes, los libros que deseamos pero siguen inaccesibles, por su rareza o por los precios prohibitivos
De siempre me han apasionado las listas, los diccionarios. En la Sevilla sixties, Quico Rivas me solía tomar el pelo al respecto. Algo digo sobre esa afición en La ronda de los días. Una de las cosas que le gustó de ese libro a Octavio Paz fue precisamente mi alabanza de las listas. A él también le apasionaban, empezando por la de la japonesa y medieval Sei Shonagon, por mí desconocida antes de que me la señalara. Una desiderata, y de la mía va este artículo, es la lista de los libros que queremos comprar y todavía no hemos podido. En tiempos hasta se imprimían, como lo hizo precisamente en Sevilla, de paso, el ilustre bibliógrafo chileno José Toribio Medina, aunque bien es verdad que lo que solicitaba no era necesariamente los libros, sino al menos su descripción…En mi desiderata hay mucho libro que, si sigue en ella, es solo por razones económicas, es decir que si uno fuera Fernando Zóbel (ayer) o José María Lafuente (hoy), haría mucho que los habría tachado.
En mi desiderata hay dos títulos que estaban en la de mi amigo y rival Juan Bonilla, y que en la mía siguen, y en la suya no. Tampoco él es Zóbel ni Lafuente. Los consiguió, a precio suave, en la por él llamada “calle de los libros”, la jalonada de Norte a Sur por los maravillosos libreros novomúndicos. Me refiero a Li-Po y otros poemas (1920), del mexicano José Juan Tablada, y a 5 metros de poemas (1927), del peruano Carlos Oquendo de Amat. El primero estuve a punto de conseguirlo hace siglos en Caracas, donde se editó, pero quien me prometió venderme su ejemplar acabó fallándome.
Por el lado Ezra Pound, siguen en mi desiderata un título que… ni con dinero, que es A Lume Spento (1908), su “entrando en fuego” veneciano, y otro que siempre he visto “muy marcadito” (expresión del recordado Carlos Pérez): su traducción de Twelve Occupations (1916), del belga Jean de Bosschère, otro del Londres vorticista.
Simbolismo, cubismo, futurismo, metafísica, Novecientos, dadá, surrealismo, fotolibros, músicas satiescas, unismo polaco: territorios en los que he ido acumulando bastantes piezas raras, pero ¡cuántas lagunas todavía!Simbolismo, cubismo, futurismo, metafísica, Novecientos, dadá, surrealismo, fotolibros, músicas satiescas, unismo polaco: territorios en los que he ido acumulando bastantes piezas raras, en algún caso encontradas en lugares “barateiros”, por usar el nombre de un alfarrabista lisboeta. Pero ¡cuántas lagunas todavía! Algunas podría cubrirlas a base de talonario, y pienso en los primeros Max Jacob, en los primeros Reverdy, en los Calligrammes (1918) de Apollinaire, en el Atget póstumo (1930) con prólogo de Mac Orlan, en el Paris (1931) de Moï Ver, en Le deuil des Névons (1954) de Char con frontispicio al aguafuerte de nuestro Luis Fernández, en partituras de Varèse, en el preciosísimo Comptines (1926), de Pierre Roy… Pero lo nuestro no es cazar con dinamita, sino “la chine”.En una venta de rarezas bibliográficas celebrada en 2002, en la galería 1900-2000 de París, ya estaba vendida cuando llegué una maravilla de François Bernouard, “el poeta-tipógrafo de la rosa”: un cartel de un festival de piano de los “Six”, que luego descubrí en una casa amiga. Me queda sin embargo el consuelo de que aquella misma noche sí adquirí, por más o menos el bastante dinero que costaba aquella pieza, un retrato fotográfico de Georges Auric por Man Ray.
A Jean-Paul Kahn, gran coleccionista francés de surrealismo fallecido el pasado verano, que aquella noche a una caja de cartón con la colección completa de LEF añadió, por consejo mío, otra con la de Broom, siempre le envidié el que tuviera un ejemplar del póstumo Gaspard de la nuit (Angers, 1842), de Aloysius Bertrand, prologado por Sainte-Beuve: el primer volumen de poemas en prosa de la historia. En dos de mis visitas intentó dar con él para enseñármelo, pero en ninguna de las dos lo logró.
En el ámbito simbolista empiezo a tener buena parte de lo que quería tener, pero todavía me faltan cosas muy deseadas: los Baudelaire o Mallarmé canónicos, algunas de las joyas tempranas de Max Elskamp, esos dos esplendores gemelos que son Les vierges y Les tombeaux, ambos de Rodenbach y de 1895, y con xilografías respectivamente de Józef Ripl-Ronai, el nabi húngaro, y del escocés James Pitcairn-Jones… Todo ello, obviamente, conseguible en tiendas de postín. Más complicado en cambio sería hacerse con la primera (1908) del Barnabooth, de Valery Larbaud.
En el ámbito de nuestro modernismo he tenido a tiro la mayoría de las rarezas juanramonianas, con las que no he podido hacerme porque estaban en la estratosfera, y lo mismo me ha sucedido con títulos darianos como Azul (1888) o Los raros (1896).
De mi muy admirado Rafael Lasso de la Vega he conseguido estos dos últimos años dos de las pocas piezas que me faltaban. Se me siguen resistiendo en cambio la primera de Oaristes (Venecia, 1940), y las dos seudo-primeras, es decir las dos autofalsificaciones: Prestigios (supuestamente Madrid, 1916) y Presencias (supuestamente San Sebastián, 1918), en realidad salidas, tres décadas después, de las mismas prensas florentinas que sus supuestas reediciones.
No soy librero, durante varias etapas de mi vida he tenido cargos públicos y en definitiva he comprado poco a particulares. Algunas ausencias podría cubrirlas a base de talonario, pero lo nuestro no es cazar con dinamita, sino “la chine”En mi desiderata siguen Poemas cortos en prosa (1925), de Fernando María de Milicua, del que en internet hay un ejemplar prohibitivo. Los dos primeros poemarios de Arconada. Poemes en ondes hertzianes (1919), de Salvat-Papasseit. Fervor de Bilbao (1926) y alguna otra rareza ruanesca. Los preciosísimos (de fondo, y forma) títulos iniciales de Cunqueiro. Mapa-Mundy (1934), de un Hanybal Gaos, un enigma sin solucionar. Fonds perdu (Toulouse, 1939), de José Soler Casabón, compositor aragonés próximo a los cubistas. Ecuatorial (1918), de Huidobro. Metamorfosis (1920), de Joaquín Edwards Bello. Haikais (1922), de Rafael Lozano, y del mismo año, Bazar, de Bernárdez. Luna de enfrente (1925) y otros Borges. Las plaquettes de Novo y Molinari con viñetas lorquianas. Los dos poemarios fundacionales de Vallejo, jamás vistos, y los dos de Oswald de Andrade, encontrados hace siglos en Lisboa, dedicados, pero… a precios vertiginosos que el tiempo, obviamente, ha hecho buenos. ¡Qué larga todavía la desiderata!Sigo sin tener Luciérnagas (1900), de aquel Bargiela para el que su Tuy natal era lo que Brujas para Rodenbach. A Trapiello le regaló un ejemplar un lector. Luego compró otro en el Rastro, con la mala suerte (para mí) de que en lugar de lucir la fantástica cubierta rojinegra de Leal da Câmara aquel tuviera una tapa puramente tipográfica.
No soy librero. Encima, durante varias etapas de mi vida he tenido cargos públicos. Todo ello para decir que he comprado poco a particulares. ¡Qué pena no haber podido ejercer de Abelardo Linares el día en que, en una biblioteca madrileña de fábula, di, en un estante alto, con un pequeño objeto en el que sus dueños no habían reparado hasta ese instante! En mis manos tenía… ¡un ejemplar, plegado, de La prose du Transibérien (1913) de Blaise Cendrars, con sus colores simultáneos de Sonia Delaunay!
Suelo bromear con que me cortaría la coleta si el Transiberiano, o si A Lume Spento… En plan más modesto qué bueno sería toparse con Tres aristócratas del sonido (1934), folleto porteño del pianista Ricardo Viñes (una devoción particular) sobre Debussy, Satie y Ravel, reedición exenta de un artículo para La Nación. Solo lo he visto una vez, en San Juan de Luz, en una muestra viñesca comisariada por Aldo Ciccolini. Sé que hay otro en el fondo satiesco del IMEC y otro más en París, en la BN. Siempre miro por si acaso, en la sección Música de todas las librerías de viejo… ¿Llegará pronto el momento maravilloso de tacharlo de la desiderata?