Don Emilio
Desde su estrado en La Laguna, Lledó era el maestro que nos enseñaba responsabilidad para aprender y exigencia para cumplir el sueño de ser ciudadanos libres
Un hombre que llegaba a clase antes que los alumnos, se subía al estrado y ya era claridad el día. Su carpeta era marrón, gastada. Dentro llevaba un cuaderno, quizá un libro. Se agarraba a la carpeta como agarraba años antes la maleta de madera que fue su equipaje de ilusión para Alemania. En el estrado era alto, mucho más alto que en los pasillos. Llevaba una ropa ligera, quizá clara, y caminaba de un lado al otro, ante la pizarra. Allí dentro, y afuera, en los pasillos, que eran el hábitat de su magisterio, estaba atento a todas las miradas. Era difícil advertirle un gesto de fastidio, y no tan solo porque fuera amable sino porque siempre expresaba, en su propia mirada, la esperanza de aprender algo de aquel que tuviera delante.En aquel momento explicaba Filosofía, aunque su asignatura se llamaba Historia de las Ideas Filosóficas. En realidad, enseñaba a hablar; enseñaba a pensar, y por tanto enseñaba a hablar. Su idioma de raíz sentimental no era el español, tan solo, que lo hablaba ya entonces como si lo estuviera paladeando; su idioma de raíz sentimental era, sobre todo, el griego. Como tantos europeos de su tiempo, perturbados por las guerras y por la soledad de los idiomas propios, abrazó el griego como una manera de que las dictaduras, y también las dictaduras de la mente, no le quitaran las ganas de saber más, de saber más con otros.
Eso enseñaba don Emilio: enseñaba a saber. Sus recorridos ante el encerado eran los recorridos de un joven sabio que aún no tenía 40 años pero que se había hecho desde el dolor y con el esfuerzo. Su raíz era sevillana, de Salteras, pueblo al que luego le ha dado todo lo que tenía antes de viajar a Madrid y a Alemania: la ilusión de vivir. En un momento dado, esa ilusión era, sobre todo, la de vivir con libros, y ahora Salteras tiene una biblioteca que él alienta. De los libros viene, a los libros va, y a sus alumnos nos llevó a los libros. Esa raíz sevillana luego se mezcló con otras procedencias: Vicálvaro, Bocángel, Madrid, Heidelberg, La Laguna, Barcelona, Madrid de nuevo, la calle O’Donnell, el Retiro, la calle Felipe VI, Segovia, las nietas, la ruta de las nietas, los hijos, la ruta de los hijos, los largos paseos por la ciudad donde oyó con terror los bombardeos y la ciudad en la que aprendió a mirar, de nuevo, los cuadros de El Prado y a estar, ya en la España pacífica, dominando los sentimientos que hicieron de miedo su infancia y por tanto la parte del recuerdo que es susceptible de sentir rencor. Y a él ese animal no lo mordió.
Como tantos europeos de su tiempo, perturbados por las guerras y por la soledad de los idiomas propios, abrazó el griego como una manera de que las dictaduras no le quitaran las ganas de saber más, de saber más con otrosEn el estrado era el maestro. Y ahora es difícil no verlo en el estrado. Su viaje vital ha tenido torceduras graves, llantos que ahora se dicen en voz baja, posiblemente en los poemas que no dice; pero jamás, y esta es una palabra que solo se puede decir excepcionalmente y de muy pocas personas, se le ha visto desfallecer.Ha aprendido para enseñar, y sigue aprendiendo. Por eso también ha aprendido a quitar el dolor propio de su conversación pública, y eso ha hecho aún más atractiva su figura de maestro: sabes, cuando te acercas a él, que se ofrecerá como una esponja, que tus ideas, por muy estrambóticas o pánicas que le resulten, hallarán acogida. Por decirlo así, es como si tú le dieras a Brancusi una piedra y él la convirtiera en la espalda bella de una muchacha.
Él fue el Brancusi de nuestras ideas torpes. Y gracias a esa hechura de sus manos, largas, de músico o de doctor en cirugía, muchos se hicieron lectores o artistas, siguiendo la ruta de las manos nobles del maestro.
Aquel estrado nos lo descubrió, en la Universidad de La Laguna, a la que él llama “mi Universidad”. Tras él, cuando dejó ese recinto y aquel encargo (enseñar a jóvenes tinerfeños que quedarían deslumbrados por la generosidad de su dedicación personal al oficio de enseñar), se fueron numerosos estudiantes que le siguieron a Barcelona y a Madrid.
Esos estudiantes, ya mayores que él cuando se fue a La Laguna, luego han ido a agasajarle cada vez que Lledó ha subido escalones en su prestigio intelectual, jalonado de premios que a veces le han venido por triplicado.
Al tiempo que se ha radicalizado como ciudadano, Lledó ha reclamado de la conversación nacional respeto para los argumentos de otros. Nunca ha transigido con la injusticia, la corrupción y el desprecio a los derechos humanosA la Academia, donde llegó por sus acreditados méritos, de modo que podía haber llegado mucho antes, lo fueron a ver tomar posesión sus primeros estudiantes laguneros, y los de Valladolid, y los de Barcelona, y sus nuevos alumnos de la UNED, y de la Sevilla de su infancia, y de todas partes. A él no le gusta que se le llame así, pero es cierto que tras él hemos ido todos como si fuera un nuevo, y esclarecido, flautista de Hamelín.Es un hombre de una inteligencia escuchadora, por decirlo con palabras que a él le gusta mezclar. Enseña y escucha, te hace sentir cómodo en el aula y en la conversación.
El tiempo lo ha hecho más radical; no comprende ni transige cuando se le plantean los grumos viscosos de la actualidad política o educativa. Pero no se ha hecho (de nuevo voy a palabras que a él le gustan) un radical bobalicón, que va contra esto y aquello para que le aplauda la grada.
Al tiempo que se ha radicalizado como ciudadano, también ha reclamado de la conversación nacional respeto para los argumentos de otros. Pero nunca ha transigido con la injusticia, con el horror que le producen la desvergüenza de la corrupción y del desprecio a los derechos humanos. Está en contra, como lo estuvo entonces, de las heridas que la mala educación deja en los países, y esa acción suya, contraria al analfabetismo general que padecemos, no es nueva: ya estaba en él cuando nos enseñaba. Desde el estrado don Emilio, al que jamás le quité el don y el usted, era el maestro que nos enseñaba responsabilidad para aprender y exigencia para cumplir el sueño de ser ciudadanos libres.
Es mi maestro. De él aprendo como desde el primer día que lo vi subido al estrado de la clase en la segunda planta de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de La Laguna, su universidad.