El linaje judeoconverso de la santa
Asimilada por los hagiógrafos a una ejemplar familia de “cristianos viejos”, la estirpe de Teresa no ha sido definitivamente documentada hasta bien entrado el siglo XX
Puede decirse que santa Teresa, que ha originado tal masa de escritos, no cuenta aún con una biografía rigurosa, secuestrada como ha estado durante tanto tiempo por hagiógrafos, empeñados, más que en descubrir la persona y las condiciones humanas de la Santa, en acoplarla al modelo de santidad dominante.Y aquella santidad (porque la santidad también tiene su historia) exigía expresiones acordes con los estereotipos forjados ya a principios del siglo XVII. Si, por ventura, el querido como santo no respondía a la imagen, la única de que se disponía, de la santidad barroca, para eso estaban los hagiógrafos y la fantasía tan valorada y tan activa entonces, para transfigurar la realidad. En buena parte el hagiografiado no era tanto el santo de la realidad vivida cuanto el santo deseado e imaginado, que tenía que estar socialmente predestinado y, por ello, nacer de padres limpios de sangre puesto que los convencionalismos de la sociedad terrena se trasladaban con la mayor naturalidad a las sociedades de lo sobrenatural. Y así se forjó la imagen de la santa deseada.
Hay que decir que santa Teresa contó con hagiógrafos de excepción como fueron fray Luis de León, en su Vida inconclusa, y el jesuita Francisco de Ribera, a los pocos años de morir la madre Teresa. Ambos asientan ya el principio: “fue esta dichosa mujer natural de Ávila, ciudad antigua de Castilla, de padres nobles y virtuosos” (fray Luis); “fue nacida por entrambas partes de noble linaje” (Ribera).
La identificación de nobleza (incluso del estado prenobiliar de la hidalguía) con la limpieza de sangre era un presupuesto connaturalizado en aquellas mentalidades y bien patente ya en los propios procesos de beatificación. No es que mintieran los deponentes; es que no podían ni imaginar que hubiera sido de otra manera. Decía un testigo de las elites abulenses, don Francisco de Valderrábano, en 1610, en clima cordialmente antimorisco: “Los padres nombrados en el artículo fueron notorios hijosdalgo, cristianos viejos, libres de toda raza y mancha de moros, judíos y penitenciados por el Santo Oficio, y por tales habidos e tenidos y comúnmente reputados. Y ansí demás de lo dicho lo ha oído decir a otras personas graves y ancianas desta ciudad que tienen noticia de las cosas antiguas de ella”. Lo mismo casi repetía su mujer, que “conoció muy bien a la santa madre Teresa de Jesús de vista, trato y comunicación en el monasterio de la Encarnación desta ciudad, donde esta declarante estuvo seglar por espacio de siete años. Siendo la santa madre Teresa de Jesús monja de aquel convento antes que saliese a fundar el de San Joseph”.
Y todo quedó listo para ser repetido hasta el siglo XX por la historia erudita, convencida de ser la santa una representante genuina de la dominante “raza hispana”, como lo estaba Gabriel de Jesús en su obra, simpática por otra parte, en cuatro volúmenes, La Santa de la raza (1929-1935). Se llegaba incluso a reaccionar como cualquier cristiano viejo, al estilo del impulsor de los estudios teresianos, Silverio de Santa Teresa, al asentar, así sin más, cual tesis indiscutible: “Descendía santa Teresa de limpia sangre, o lo que es lo mismo, que en sus ascendientes no había moros ni judíos”.
Un descubrimiento sensacional
En esta tranquila posesión se estaba cuando en 1946 tuvo lugar un descubrimiento sensacional. El historiador Narciso Alonso Cortés publicaba en el Boletín de la Real Academia un artículo sobre los litigios de la familia pleiteadora de los Cepeda. El más importante fue el provocado y mantenido por el padre y tíos paternos de la niña Teresa de Ahumada entre 1519 y 1523. Querían probar la posesión de su hidalguía con los privilegios fiscales y la consideración social que de ello se derivaban. Por la sala correspondiente de la Chancillería desfilaron testigos numerosos. No es posible entrar en detalles, todos ellos reveladores de comportamientos colectivos de aquella sociedad de Ávila y de los mecanismos de integración social de los Cepeda o los “toledanos”, “hombres de bien —declaran algunos—, pero habidos e tenidos por confesos de parte del dicho su padre”.
Puede decirse que santa Teresa no cuenta aún con una biografía rigurosa, secuestrada como ha estado durante tanto tiempo por hagiógrafos, empeñados, más que en descubrir la persona, en acoplarla al modelo de santidad dominantePor si fuera poco, a la Audiencia llegó un testimonio citado y solicitado con insistencia y que la Inquisición de Toledo se resistía a evacuar. Es el documento más decisivo, el auténtico descubrimiento. El escribano y notario del Santo Oficio certificaba que el día 22 de junio de 1485 el padre de los contendientes, “Joán de Toledo, mercader, hijo de Alonso Sánchez, vecinos de Toledo a la colación de Santa Leocadia, dio, presentó e juró ante los señores inquisidores que a la sazón eran una confesión en que dijo e confesó haber hecho e cometido muchos y graves crímenes y delitos de herejía y apostasía contra nuestra sancta fe católica”.El cúmulo de evidencias no impidió que se librase la ejecutoria de hidalguía. Lo que tiene también su historia, puesto que la original, la concedida y que consta en la Chancillería, era una hidalguía local (“solamente” para dos pueblos de la tierra de Ávila y para la ciudad). Pero aquella familia se las arregló para alterar de forma sustancial las copias que exhibían convirtiendo el “solamente” en “especialmente”. Con lo cual, la hidalguía de “gotera”, tan limitada, se trocó en hidalguía universal para esgrimir ante quien fuera preciso, como se ve que necesitaban hacer los Cepeda por las Indias. Una de estas copias alteradas era la remitida por doña Teresa de Ahumada en 1561 a su hermano Lorenzo (en Indias): “He dicho que le enviaré un traslado de la ejecutoria, que dicen no puede estar mejor”.
Durante largo tiempo se disponía solamente de los fragmentos (más que suficientes) ofrecidos por Alonso Cortés. Porque resultó que los legajos del pleito de marras habían volado muy pronto de su hogar, el archivo de la Chancillería de Valladolid. Pasaban los años y no aparecían. Las razones de su desaparición podían sospecharse pero no se revelaron, al igual que no se supo de dónde llegaron cuando reaparecieron en 1986. Por si acaso, la documentación íntegra fue publicada de forma inmediata.
La negra honra
Un documento tan inesperado y elocuente dio pie a las interpretaciones más variadas. Algunos, ignorantes de lo que era la realidad conversa, decían que, como el judío había sido el abuelo, la nieta no tenía más que alguna gotita perdida de sangre no limpia. Otros, más recientemente, y por el contrario, proclamaron, y siguen proclamando, una santa Teresa judía que respira judaísmo, que bebe sus símbolos en la cultura hebrea y que, incluso, fue estudiosa de la cábala, etc., etc.
Prescindiendo de exageraciones palmarias y con tan escasa base histórica, lo cierto es que la madre Teresa, consciente de su linaje, que de muy niña vio cómo se compraba la hidalguía familiar, es una crítica radical de un sistema social en el que, se interprete como se interprete, tanto pesaba la honra, la limpieza de sangre, incluso como garantía de ortodoxia. No se cansará de rechazar frontalmente los “negros puntos de honra”, “la negra honra”, expresiones tan presentes en sus escritos. Se ríe: “porque por maravilla hay honrado en el mundo si es pobre, antes, aunque lo sea en sí, le tienen en poco”; “que pobres nunca son muy honrados”. Desenmascara la mentira social de una honra que procede no solo del linaje sino también de la compra: “Tengo para mí que honras y dineros casi siempre andan juntos, yo lo tengo bien visto por experiencia”.
Da la sensación de que las marginaciones sociales de los judeoconversos se fueron agravando con el tiempo. Una muestra de ello es la presencia creciente de los llamados “estatutos de limpieza de sangre” (que también lo eran de limpieza de fe), que se fueron implantando con dureza en las órdenes religiosas. La de los carmelitas descalzos tardó más en aplicarlos, pero al fin los impuso vedando el ingreso al “pretendiente de generación de judíos o moriscos, sin límite, y de confesos o penitenciados hasta la cuarta generación inclusive”. Esto sucedía a los quince años de muerta la fundadora y en una orden en la que, como dice la bien informada enfermera de la madre Teresa, “desde antes que la Santa muriese se recibieron algunas de las que llaman israelitas y después también se han recibido”.