El periodismo taurino
En las primitivas “recepciones” lo que importaba era el lucimiento al describir una corrida. Es lo que da sello, todavía, a la crónica: el asentamiento literario
El periodismo taurino es tan antiguo como las corridas de toros que para Ortega y Gasset, y tal como las conocemos hoy, se remontan a mediados del XVII. Ortega y Gasset dice que quien no conozca la historia de la corrida no conoce la historia de España, al menos desde la fecha de 1650. La corrida representa, según Ortega, la peculiar estructura social de nuestro pueblo. Si hacemos caso a Gonzalo Santonja y su libro Por los albores del toreo de a pie, la historia de la corrida puede situarse por lo menos dos siglos atrás. Pese a todo, Ortega y Gasset tiene en esto de los toros, que aprendió de su padre Ortega Munilla, mucho mérito. La idea de una gran enciclopedia partió de él, aunque la llevó a cabo don José María de Cossío que le dio nombre.El periodismo taurino tiene una historia antigua, sea con el nombre de recepción, reseña, revista o crónica. Y ha atraído con frecuencia a ilustres extranjeros. Ernest Hemingway fue el máximo cronista de los Sanfermines. Un caso singular es el de Mihail Koltsov, corresponsal de guerra de Pravda y agente de Stalin, que se preguntaba si a las cuatro de la tarde la guerra se suspendía para que los madrileños pudieran asistir a los toros. El ritual le inspira singulares analogías y llama procesión medieval al paseíllo.
El concepto de periodismo nace a principios del siglo XIX, coincidente con la Constitución y las Cortes de Cádiz o un poco antes. Y el periodismo taurino es consecuencia del interés que los lectores empiezan a tener por los toros. Pero antes de que los periodistas fueran lo que hoy son, lo que hoy somos, había fiestas de toros. De alguna forma había que llamar a quienes se encargaban de dar noticias de las mismas. La palabra de mejor fortuna es revista, de la que deriva revistero, pero hay más. Recepciones es, creo, la más antigua.
Casi todos los que se han ocupado de este periodismo inicial, José María de Cossío con especial énfasis, creen que en las recepciones lo que importaba era el lucimiento al describir una corrida. Es lo que da sello, todavía, a la crónica: el asentamiento literario. De esta vertiente han surgido los mejores críticos del siglo XIX y el siglo XX. Después de la Guerra del 36, pese a figuras como Julio Urrutia, Cañabate y posteriormente Navalón y Joaquín Vidal, el nivel literario descendió. Es difícil conciliar conocimientos taurinos, estilo literario y criterio. Pero en cualquier caso, esa especie de brillo literario, de necesidad de estilo ha perdurado como aspiración de la grey taurina: de los intelectuales aficionados y de los aficionados ilustrados entre los que me encuentro y de los cronistas entre los que me encontraba hasta hace poco, después de contar durante veinticinco años en El Mundo unas 130 corridas por temporada.
Es difícil conciliar conocimientos taurinos, estilo literario y criterio. Pero en cualquier caso, esa especie de brillo literario, de necesidad de estilo ha perdurado como aspiración de la grey taurinaEl precedente de la crónica actual son pues las recepciones ya aludidas, de intención literaria. Hay una de 1605 que, apoyándose en un verso de Góngora, Cossío atribuye a Cervantes: “Mandáronse escribir estas hazañas / a don Quijote, Sancho y su jumento”. Luego viene la de Quevedo en la Plaza Mayor de Madrid el 21 de agosto de 1623. Pedro Gómez Aparicio la califica como “la primera reseña minuciosa y puntual” de una corrida. Se titula “Las cañas que jugó Su Majestad cuando vino el Príncipe de Gales” y el tono es de lo más alabancioso para el rey. Vean: “acometió con valor / retiróse con destreza; / no hubo más toros ni cañas / que verle correr en ellas. / En sí agotó la alabanza / y en su garbo y su belleza”.El periodismo discurre en paralelo con la evolución de la corrida caballeresca a la corrida de a pie y a las tauromaquias, que son los conjuntos de normas para lidiar con seguridad. Las dos más famosas son la de Paquiro y la de Pepe-Hillo que, tras dictar las leyes que harían invulnerables a los toreros, fue muerto de cornada.
Las reseñas iniciales son anónimas y la primera se publica en el Diario de Madrid el 20 de junio de 1793. La base de ellas es el voluntarismo y la espontaneidad, elementos que perduran aproximadamente hasta el último tercio del siglo XIX que es cuando se profesionaliza la revista, por decirlo de alguna manera, y se consolida la crónica, que es el verdadero sello del periodismo taurino. Esta evolución exige ya el juicio, la sentencia absolutoria o condenatoria, lo que, a su vez, suscita las primeras sospechas sobre la raíz de los elogios y la fiabilidad de quienes los prodigan.
Hay discrepancias sobre el inicio de la revista taurina. Gómez Aparicio acepta la citada revista de 1793, firmada en el Diario de Madrid por Un Curioso. Celia Forneas prefiere la fecha del 16 de julio de 1828 en El Correo Literario y Mercantil, 35 años después. La discrepancia radica en que Forneas niega condición de revista a la reseña de hace 35 años, pues “carece de aparato literario y crítico”; circunstancia que rebate Gómez Aparicio al afirmar que, justo un día después, en otra revista del mismo periódico firmada también por Un Curioso ya hay intención crítica. Por un día de más o de menos, no vale discutir. Lo importante es lo que escribe este segundo Curioso: “Los toros fueron de difícil entrada a los espadas y no dexaron el lucimiento que hubieran tenido si hubieran entrado mejor y con más arrogancia”.
Lo más llamativo de la tesis de Forneas es que las características literarias y críticas del artículo que la investigadora defiende como fundacional de la revista taurina, extrema las condiciones literarias hasta el punto de poder ser considerado germen o embrión de la crónica taurina que hoy se publica en los periódicos, con mejor o peor fortuna. No es de extrañar que se atribuya a Santos López Pelegrín, gran escritor que firmó sus crónicas con el pseudónimo de Abenamar y coautor, o por lo menos amanuense, de la Tauromaquia de Francisco Montes, la mejor preceptiva de todos los tiempos.
Abenamar es considerado uno de los padres procesales, el protocrítico. Con la inevitable confusión connatural a tiempos iniciáticos y aurorales, en los años de Abenamar se fija más o menos la naturaleza de la revista y de la crónica, equiparando lo taurino con la importancia que pudieran tener otros sectores de la actualidad.
Con esta premisa no es de extrañar que renombrados críticos ejerzan simultáneamente el comentario de ópera, la crónica de Cortes, la revista de teatro, el artículo político y… los toros. Suelen usar pseudónimo para la corrida y su nombre real para las otras funciones. Por ejemplo, Sobaquillo era el gran don Mariano de Cavia; don Modesto, José Antonio de la Loma; don Jerónimo, Peña y Goñi. Posteriormente la costumbre de simultanear toros y otra disciplina desapareció hasta la posguerra en que Antonio Valencia, crítico literario y teatral, firmaba como El Cachetero sus críticas taurinas en El Ruedo. Con la aparición de El Mundo en 1989, Pedro J. Ramírez recuperó una tradición perdida encargando a Javier Villán la crítica de teatro y la crónica taurina, ambas firmadas con el mismo nombre y sin seudónimo.
En la crítica taurina ha habido grandes escritores. Especial predilección tengo por Federico M. Alcázar, un filósofo de la estética taurina y López Barbadillo, traductor de los sonetos lujuriosos del Aretino. La cumbre, aún sin superar, es Gregorio Corrochano, corresponsal de guerra de ABC y director de España de Tánger, y en sus ratos libres de toros. En él se resumen el conocimiento técnico y la gran literatura de don Modesto y de Sobaquillo. Los citados, más otros muchos que llenarían algunas páginas, tenían la virtud de suscitar, por parte de sus lectores, adhesiones y descalificaciones con idéntico y beligerante entusiasmo. Circunstancia que no se da hoy día, se mire por donde se mire. Si buscamos regeneradores a partir de los escritores y periodistas de los tiempos actuales, no los hallaremos. Quizá en esto se adivina la decadencia de la fiesta.