El poeta y la nación
La intención explícita de Walt Whitman era celebrar, representar y encarnar la esencia de la democracia norteamericana, cuyo depositario había de ser el ciudadano de a pie
La publicación de Hojas de hierba en 1855 cierra el lustro prodigioso del que surgieron las líneas maestras que determinarían el futuro de la literatura norteamericana. En 1849 fallece Poe, el padre del cuento. El ensayo encuentra su forma en la figura de Emerson, que publica Hombres representativos en 1850. Una nueva manera de entender la novela arranca con la aparición ese mismo año de La letra escarlata, seguida de la de Moby Dick, un año después. Poco antes, en 1844, Emerson había publicado El poeta, ensayo en el que proclama la necesidad que tiene la nación de dar con una voz capaz de representarla con autenticidad. Whitman tenía 25 años cuando leyó el ensayo y se lo tomó como si Emerson le estuviera encomendando una misión. Su respuesta llegó nueve años después, con Hojas de hierba, obra que completa el estallido fundacional de la literatura norteamericana, sumando a las facetas del cuento, la novela y el ensayo la de la poesía. Consciente o inconscientemente, todos buscan lo mismo. Lo que Emerson plantea en El poeta es lo que Melville y Hawthorne llevan a cabo en sus obras narrativas, cristalización de facto de algo que décadas después dará en conocerse como “la gran novela americana”. Hojas de hierba es su equivalente en poesía.La primera edición del libro constaba de doce poemas sin titular en los que Whitman proclama jubilosamente su poética, celebrando su país como la encarnación de la idea misma de democracia. El poemario busca ser un instrumento capaz de absorber el ser político, geográfico y social de la nación. Para lograr su propósito de crear un Nuevo Canto para el Nuevo Mundo, Whitman se ve obligado a revisar los modos de la tradición europea en la que se ha formado. La fuerza desaforada de su verbo dificulta su encaje histórico, pero no es exagerado decir que en su contexto el impacto de Whitman sobre el canon es comparable al que tuvieron en sus coordenadas Homero, Dante o Shakespeare, sus lecturas esenciales durante sus años de formación, junto a la Biblia. En cuanto a su propia tradición, pese a las dificultades que les supondrá asumir la ansiedad de influencia provocada por alguien de su peso, figuras del calibre de Eliot y Pound, los dos pilares de la poesía en lengua inglesa del siglo XX se rendirán ante la magnitud de su legado. Pound llegará a decir de él: “Es el poeta de América […] Es América”, dando así por cumplida en su figura la requisitoria de Emerson. Abundando en la idea, Harold Bloom proclama sin ambages que Whitman es el centro del canon norteamericano, y al calibrar su alcance universal singulariza en Borges, Neruda y Pessoa la herencia ibérica del legado de Whitman. Su radio de influencia, mucho mayor, incluye una constelación de nombres que van desde Martí, autor de una crónica memorable sobre Whitman y Lincoln, hasta Rubén Darío, cuya renovación de la expresión poética en español es comparable a la que llevó a cabo el norteamericano en su lengua. No es necesario recordar el impacto que tuvo en Lorca ni que a escala universal la proyección de su obra llega a los rincones más insospechados, como ocurre con poetas como Adonis o Nazim Hikmet, por mencionar dos casos poco previsibles.
Whitman tenía 36 años cuando pagó de su bolsillo la primera edición de Hojas de hierba, que publicó anónimamente. Desde entonces el libro estuvo sometido a un proceso constante de revisión, aumentando sin cesar hasta alcanzar un total de nueve ediciones, la última supervisada por el autor desde su lecho de muerte. Como en el caso de Henry James, fue un proceso extenuante, y no siempre positivo. La fuerza incomprensible, colosal, de su genio, el milagro de escuchar y registrar la canción que lo habitaba, tuvo lugar principalmente entre los treinta y los cincuenta años de la vida del poeta. Posteriormente, Whitman perdió el contacto consigo mismo y con los hilos que lo conectaban a lo sagrado, pese a lo cual siguió interviniendo en su poemario.
Con ‘Hojas de hierba’, Walt Whitman completa el estallido fundacional de la literatura norteamericana, sumando a las facetas del cuento, la novela y el ensayo la de la poesía. Hawthorne, Melville, Emerson, todos buscan lo mismoPara entender lo que se proponía hacer es preciso leer con atención el prefacio de la edición original, en el que presenta como credencial su condición de “americano”, manifestación cósmica y adámica de un nuevo hombre en una nueva tierra y en posesión de una palabra enteramente nueva. Su intención explícita es dar forma a un gran poema capaz de representar y encarnar la esencia de la democracia norteamericana, cuyo depositario ha de ser el ciudadano de a pie: “El genio de los Estados Unidos no es mejor ni más elevado en sus ejecutivos ni en sus legisladores ni en sus embajadores o autores, ni tampoco en sus universidades, iglesias o foros, ni siquiera en sus periódicos o en sus inventores […] sino que siempre llega a lo más en la gente común”.Al trazar el retrato de su país Whitman no quiere omitir nada. Junto al cuerpo social, la ambición del poema es cantar y celebrar “la geografía y la vida natural del país, sus ríos y lagos”. Estilísticamente, el valor máximo es el ideal de sencillez: “El arte del arte, la gloria de la expresión y el brillo solar de la luz de las letras es la simplicidad. No hay nada mejor”. En cuanto a la misión del poeta, Whitman señala: “El bardo americano ha de ser la encarnación del kosmos [sic]. El marinero y el viajero, el anatomista, el químico, el astrónomo, el geólogo, el frenólogo, el espiritualista, el matemático, el historiador y el lexicógrafo no son poetas, pero son los legisladores de los poetas y sus construcciones son la estructura subyacente de todo poema perfecto”.
Hay un lado negativo. Whitman resulta ridículo cuando afirma que “los Estados Unidos son el poema más grandioso”. Como se viene señalando de manera creciente, hay aspectos de su poesía que no es fácil digerir, como su ambivalencia en asuntos como el abolicionismo o los derechos de la mujer. Así, aunque en vida se opuso a la práctica de la esclavitud, en su afán por abarcarlo todo celebra junto al esclavo al traficante que lo subasta. Más interesante es señalar que el tono celebratorio de su canto no es unívoco. Hay una vena crítica inequívoca. En Democratic Vistas denuncia con acritud las lacras del cuerpo social: “Jamás ha habido, quizá, un vacío mayor de corazón que en el presente y aquí en los Estados Unidos […] ¿Qué ojo penetrante no lo ve todo a través de la máscara? Vivimos inmersos en una atmósfera de hipocresía […] La depravación del mundo de los negocios de nuestro país no es menor de lo que se suponía sino mucho mayor. Los servicios nacionales de América a nivel nacional, estatal y municipal en todas sus sucursales y departamentos están saturados de corrupción, sobornos, falsedad y mala administración, y el poder judicial está corrupto”.
Es común hablar del carácter profético de su obra y su figura, aunque al hacerlo se insiste en su aspecto positivo. Hay otra cara, la del profeta que yerra. Su admiración por Lincoln, uno de los presidentes de imagen más limpia en la historia estadounidense, no admite fisuras, y su asesinato supuso un trauma insuperable para él. Whitman veía en Lincoln la encarnación de la idea misma de “América”. Los hechos han demostrado la falsedad de los presupuestos sobre los que se sustentaba tal visión. Históricamente, los Estados Unidos han ejercido sin escrúpulos su despotismo como poder imperial. Si bien es cierto que la nobleza y la grandeza de Whitman como poeta prevalecen sobre todo lo demás, el país que cantó dista mucho de ser el que saluda su canto. Los Estados Unidos son desde hace tiempo y hoy más que nunca una sociedad profundamente enferma y la democracia que celebró Whitman, como señaló alarmado hace tiempo Norman Mailer, brilla en estos momentos por su ausencia.