Entrevista con Karen Armstrong
“La religión es un arte, no una ciencia
que imparta conocimiento”
La Universidad de Oxford perdió seguramente a una gran profesora de Literatura Inglesa del siglo XIX cuando no aprobó el doctorado de Karen Armstrong (Wildmoor, Reino Unido, 1944), pero el mundo ganó una de las voces más autorizadas para hablar de religión, de compasión, de paz y de solidaridad. Su compromiso activo con la difusión de este mensaje guiado por la regla de oro —no hagas al prójimo lo que no quisieras para ti— le ha valido el Premio Princesa de Asturias de Ciencias Sociales 2017, que recogió a finales del pasado mes de octubre en Oviedo. Investigadora, estudiosa e historiadora de las religiones, Karen Armstrong, avalada por una experiencia —“no muy positiva”, dice— como monja católica, huye de la jerga académica para tratar de que sus palabras lleguen a todos los rincones, especialmente fuera de esa nueva aristocracia que, asegura, representa Occidente. Ha publicado una veintena de libros en los que analiza el origen y evolución de las religiones y los personajes que las han marcado. Entre ellos destacan Historia de Jerusalén, Una historia de Dios, La gran transformación, En defensa de Dios, Doce pasos hacia una vida compasiva y Campos de sangre (Paidós). Ahora se encuentra inmersa en un estudio comparado de las Escrituras de las grandes religiones del mundo.
—¿Ha encontrado alguna revelación en las Escrituras?
—Estoy encontrando dos cosas de gran interés. En primer lugar, que nos es muy difícil leer las Escrituras hoy día, porque utilizamos la razón. Y, de otro lado, que todas las Escrituras se centran en un ser humano sagrado, todas ven a Dios en forma humana. Por ejemplo, Buda nos da una idea de hombre ilustrado, de lo que todos somos capaces; nos muestra de lo que es capaz un ser humano transformado por la divinidad. Otro ejemplo, el confucianismo, que nos habla del hombre grande convertido en santo.
—¿Cómo debemos leer los textos religiosos?
—Dicen los neurofísicos que estamos metiendo la religión demasiado en la cabeza y eso hace que pierda sentido. Tenemos que ir más allá. La religión siempre ha estado acompañada del ritual, de la acción de aprender a través del cuerpo: cuando los hinduistas unen las manos o cuando un musulmán se pone en dirección a La Meca para rezar y se inclina, es una expresión corporal, el cuerpo enseña más allá de lo racional lo que significa someterse a Dios, en lugar de estar erguidos y mirar hacia uno mismo. Es necesario no solo leer las Escrituras, sino hacer lo que dicen.
—¿Cuáles son los estereotipos en torno a la religión?
—El primer cliché que existe acerca de la religión es la creencia en sí. Hablar de la religión es hablar de creer, pero la creencia es un concepto muy moderno. En inglés, la palabra believe no significaba la aceptación de una propuesta, sino confianza: tengo fe en ti, tengo confianza, creo en ti. La fe trata de eso, del compromiso.
—Le preocupa el lenguaje. ¿Qué papel juegan las metáforas y los dogmas en las Escrituras y en la religión, en general?
—Apenas hay dogmas en las Escrituras. Si miramos los Evangelios, por ejemplo, no hay doctrinas complicadas. El Corán mismo tiene muy poca doctrina. Lo que está pidiendo es justicia e igualdad, y que les demos algo a los demás. Al final de tu vida no te juzgarán por tus creencias, sino por lo que les hayas dado a otros. El hilo conductor que rige el Corán es que no está bien crear una fortuna privada para uno mismo, sino que debes compartir tu riqueza de manera justa y crear una sociedad en la que los pobres, los vulnerables, sean tratados con respeto.
—Sin embargo, no se ha conseguido llevar a la práctica, al menos de forma generalizada, la justicia y la igualdad, ese hilo conductor al que se refiere y que sirve de punto de encuentro entre las religiones monoteístas.
“Dicen los neurofísicos que estamos metiendo la religión demasiado en la cabeza y eso hace que pierda sentido. Tenemos que ir más allá. La religión siempre ha estado acompañada del ritual, de la acción de aprender a través del cuerpo”—Es cierto, pero hay que buscar la razón en el Estado premoderno. La aristocracia, que es un movimiento pequeño, sometió con su poder al 90% de la población. Ninguna civilización ha encontrado una alternativa a esto, y los historiadores nos dicen que este sistema de desigualdad que tenemos ha sido necesario para avanzar desde el nivel primitivo. Se creó una clase privilegiada que tenía tiempo para poder dedicarse a las artes y a todo lo que ha enriquecido a la humanidad. Se necesitaba saber leer y funcionar como un reloj para poder vivir en ese sistema. Pero, claro, cuando recibieron educación, empezaron a pedir igualdad. Ahora, en la época moderna, hemos sustituido la dependencia de la agricultura por la tecnología y la industria, pero vivimos en un mundo con una gran desigualdad, donde los inmigrantes se mueren literalmente por llegar a Europa, por alejarse del horror. Y globalmente, hemos creado una nueva aristocracia: Occidente frente al resto del mundo.—¿Cómo tender un puente entre esa nueva aristocracia de Occidente y Oriente?
—No es solo Oriente y Occidente, es también el Sur, África y Sudamérica. A menos que creemos un puente con el mundo musulmán, no vamos a sobrevivir. Tenemos los mismos valores y debemos darnos cuenta de que es necesario que haya dos para que exista un conflicto. Hemos dado apoyo a regímenes tiránicos, como Irán, y ahora debemos recalcar las debilidades de nuestras culturas. Por ejemplo, yo, como británica, tengo que decir que si los británicos se hubiesen comportado según la regla de oro con sus colonias no tendríamos los problemas que tenemos hoy. Desde el Brexit la gente dice: Vamos a hacer que Gran Bretaña sea otra vez grande, y yo digo: ¡No, por Dios, ya lo hicimos mal una vez! Toda esta gente que está con las banderitas debe saber lo que ocurrió, hay que explicárselo. El Brexit es una negación de la realidad, va a contracorriente del mundo. Debemos estar muy atentos ante el incremento de la xenofobia y el auge del fervor étnico y nacional, porque hemos visto lo que ocurrió en el pasado.
—Ahora abrazamos las banderas en un resurgir del nacionalismo, ¿la religión ha sido sustituida por el culto a la patria?
—Sí, la nación ha suplantado de alguna forma a Dios. Creo que el estado-nación funcionó durante un tiempo, pero su palmarés ahora no está siendo bueno, el nacionalismo ha dado lugar a dos guerras mundiales y en muchos casos puede ser una forma de guerra.
—¿Cómo se combate el fundamentalismo?
—Con educación. El fundamentalismo es producto de la ignorancia. Los jóvenes que se unen al Daesh lo hacen movidos por un sentimiento de exaltación similar al que se vivía en las Cruzadas. No todos los fundamentalistas son terroristas, pero hemos de examinar las circunstancias en las que nació y para eso debemos remontarnos a la ocupación colonial. A nosotros nos ha ayudado contar con un gobierno secular, pero no nos vino impuesto. Gran parte del secularismo en el Oriente Medio ha sido bastante nefasto.
—Vivimos en una sociedad individualista, ¿tiene cabida la compasión que predica?
—No, las religiones no le dan el énfasis suficiente a la compasión y puede que los políticos hablen de compasión, pero no la practican. Parte del problema de la democracia es que todo tiene que ver con el “yo”, “conmigo”, me tienes que elegir a mí, hay que conseguir el voto… Cada una de las creencias religiosas ha interpretado la compasión a su manera, y la gente no sabe qué es la compasión, piensan que es sentir pena por alguien. A veces, se traduce por misericordia, que significa que yo estoy en una situación de privilegio y entonces siento pena por ti. Pero la compasión tiene que ver con la igualdad. Analizas tu corazón, piensas qué te haría daño y no se lo haces a otro. Esa es la regla de oro.
—En su libro La gran transformación recorre los primeros pasos espirituales del hombre y apuesta por recuperar los valores religiosos, como la regla de oro, ¿no sería más práctico hacer una interpretación secularizada de estos principios?
“La nación ha suplantado de alguna forma a Dios. Creo que el estado-nación funcionó durante un tiempo, pero su palmarés ahora no está siendo bueno, el nacionalismo puede ser una forma de guerra”—Sí, totalmente cierto, es una de las cosas interesantes que me ha marcado a la hora de escribir La gran transformación. La regla de oro forma parte de la estructura de la humanidad, y claro que no tiene por qué ser religiosa. No puedes ser religioso si no respetas la regla de oro, pero tampoco puedes ser humano. Confucio dijo: Hay que servir a todos, y no vivían en momentos pacíficos entonces, sino en sociedades similares a las nuestras, que parecían desmoronarse.—¿Quiénes son los profetas en una sociedad laica?
—Un profeta para mí es alguien que va a contracorriente, que pone en entredicho las reglas existentes. Hay ciertas personas que son gigantes, como Desmond Tutu o Nelson Mandela, si hubiese alguien de ese calibre en Oriente Medio hoy día, las cosas podrían ser distintas. Un ejemplo claro es Jomeini, no ha sido bien entendido en Occidente, pero fue un gran hombre. Ahora necesitamos gente que tenga carisma moral.
—¿Pueden las religiones evolucionar y adaptarse a la sociedad actual?
—No solo pueden, deben. La religión no solo habla de doctrinas y de creencias, las doctrinas de fe no tienen sentido sin la práctica de los ritos y de la moralidad. No se saca la verdad de los Evangelios salvo que intentes implantarlos en una vida compasiva cada día. Necesitamos referentes para dejar de ser una sociedad materialista, consumista o narcisista, pero esto hoy es predicar en el desierto, porque la gente lo que quiere es que se le den cosas y estar cómodos. El yoga, por ejemplo, en realidad era una forma sistemática de destruir el ego, y ahora lo hemos convertido en un ejercicio aeróbico para relajarte, o el mindful, que se supone que es para sentirnos bien con nosotros mismos. Sin embargo, en el budismo, de donde proviene, el mindful es la autopercepción del “yo”, y lo que persigue es demostrar que no existe ese “yo”.
—Dentro de esa evolución, ¿la mujer dejará de tener un papel secundario?
—Me agito mucho cuando se habla de patriarcado de las religiones, ya que hasta hace poco el mundo era de los hombres. ¿Cuándo logramos el voto las mujeres occidentales? Llevamos siglos de patriarcado. Cuando me preguntan si habrá alguna vez una Papisa, digo que yo no la veré.
—¿Debemos prohibir el velo, por ejemplo, en las escuelas?
—Creo que no. Yo era monja, llevé mi hábito y nadie me pidió que me lo quitara. No quiero que la mujer lleve nada que no quiera, pero la historia nos enseña que cuantas más personas insistan en que se quite el velo, más personas lo querrán llevar como desafío. Cuando pensamos en los grandes problemas que asolan el mundo, el que una mujer lleve o no un velo me parece de poca importancia, no hay nada sagrado ni hay motivo para tener que vestirse de manera occidental para parecer moderno.
—¿Qué tiene de arte, de poesía, la religión?
—La religión es un arte, no una ciencia que imparta conocimiento. Los seres humanos tenemos tendencia a caer en la desesperación, y si no encontramos un valor en las cosas que hacemos, nos quedamos paralizados. Somos el único animal que sabe que va a morir, y desde siempre, desde las cuevas, hemos creado a la vez arte y religión.