“El libro tiene que formar parte de la conversación y de la vida”
Entrevista con Lola Larumbe, de la librería Rafael Alberti
Héctor Yánover fue el mítico responsable de la librería Norte de Buenos Aires. Felipe Ossa es el nombre unido a la Librería Nacional de Cali, Colombia. Hace unos meses murió el legendario Felipe Anello, dueño del comercio de Belgrano y Colón, en San Luis, Argentina. Salomón Lerner, de la librería Lerner, en Bogotá, es otro de esos referentes imprescindibles en el mundo de los libros. Personas que, a fuerza de convivir con la ficción, de proporcionar sueños e historias a los lectores, han pasado a ser casi personajes literarios. Lola Larumbe, de la librería Rafael Alberti, en la calle Tutor de Madrid, esquina con Benito Gutiérrez, pertenece por derecho a esa lista de libreros imprescindibles que han convertido sus establecimientos en centros culturales, en lugares de llegada donde el lector encuentra su paraíso.—¿Se acuerda de cuál fue el primer libro que vendió?
—Sí. Era finales del 79, con la librería cerrada. Acabábamos de llegar a la Alberti después de su primer dueño, vinieron unos amigos y uno de ellos se llevó un libro de botánica.
—¿Y el último?
—El ingenio de los pájaros, de Ackerman, un estudio sobre aves.
—No sé si, tomando esos dos libros y los casi cuarenta años que los separan, podríamos hacer un nada válido ni riguroso estudio de la evolución del lector en España.
—El lector no ha cambiado mucho, al menos en la Alberti. Nuestro lector sabe lo que quiere, lo que busca, viene con una idea clara. Al igual que nosotros, no obedece a las modas.
—Dicen que el futuro llega cargado de cambios. ¿Qué tendrá que hacer el mundo del libro para adaptarse a ese tiempo?
—Aparte de los planes de fomento de la lectura, que no han funcionado mucho porque los índices siguen siendo muy mediocres, pienso que la implicación de los medios de comunicación es fundamental. Es incomprensible que los telediarios, por ejemplo, no incluyan cada día una noticia de un libro.
—Pero sí incluyen noticias de moda.
—De moda y de cocina. Todos los días sale un cocinero, la onomástica de no sé quién o los mundiales que se hacen en no sé dónde. Pero casi nunca un escritor o un libro. Y si sale, es por algo extraliterario. La presencia del libro es algo que no se ha conseguido en los medios de comunicación de masas, sobre todo en la televisión. Cuando en la radio o la tele se habla de libros, en las librerías se nota. Hace muchos años, Felipe González dijo que estaba leyendo Las memorias de Adriano, y el libro se agotó. La implicación de la televisión es fundamental para la venta de buena literatura.
—No es inhabitual que editoriales y medios de comunicación pertenezcan a la misma empresa.
—No sé cuál es la razón de ese olvido. Probablemente tenga que ver con lo que la audiencia demanda. Y eso conduce a la pescadilla que se muerde la cola.
—Hay que reconocer que las librerías, los libros nunca han tenido tanta competencia en cuanto a entretenimiento.
—Los niños de hoy tienen tal oferta para emplear su escaso tiempo de ocio que el libro lo tiene difícil frente a los móviles o las tabletas. Nosotros somos de una generación más silenciosa, con un vacío que había que llenar y una de las herramientas era el libro. Ahora hay un ruido terrible, una oferta disparatada.
—¿Cómo atraemos a los jóvenes a las librerías?
—El libro tiene que formar parte de la conversación y de la vida y tiene que estar presente en la escuela, hay que lograr que los profesores les lean a los alumnos, les cuenten historias, les hagan ver lo hermosa que es la literatura.
—Les suelen obligar a leer, pero a leer mal. Les examinan de lo que leen.
—Los buenos profesores de literatura son una rareza. Por aquí vienen muchos buenos, pero nos hablan de compañeros de departamento que no leen nunca.
—¿Cuál es el secreto de un buen librero, y en el caso de la Alberti de estos treinta y ocho años de éxito?
—Un buen librero debe seleccionar buenos libros, no menospreciar a nadie y conocer a sus lectores, esto es muy importante. En el caso de la Alberti no hay secreto, es un milagro. Cada día que abro me parece que tenemos que ganarnos el pan. No tengo la sensación de que hayan pasado muchos años, de que hayamos conseguido nada.
—¿Ha llegado a averiguar a qué obedecen las modas literarias? ¿Por qué ahora, por ejemplo, se vende tanta novela negra?
“La presencia del libro es algo que no se ha conseguido en los medios de comunicación de masas. La implicación de la televisión es fundamental para la venta de buena literatura”—Dicen que la negra es la mejor novela social, aunque antes estaba menospreciada. Ahora los géneros están hibridados, no hay fronteras. De un tiempo a esta parte, salen muchas cosas que no se sabe bien si son novela, biografía, ensayo. Y hay novela negra muy literaria, de una gran calidad. Con el ensayo pasa igual. Y hay muchas novelas que participan del ensayo. Da igual, lo importante es que gusten, que la gente que compra un libro vuelva a por otro, que lea.—¿Es verdad que a medida que uno cumple años va decantándose más hacia el ensayo?
—Cuanto mayor es tu experiencia lectora, a las novelas les pides más y el ensayo te provoca mayor curiosidad.
—¿A usted también le sucede?
—Yo sigo leyendo mucha literatura de ficción. La experiencia de una buena novela no es como la del ensayo.
—No hay nada como una buena historia.
—Nada hay como eso. Por eso da rabia que una experiencia tan potente y tan barata como la lectura, tan estimulante y rejuvenecedora, no tenga mayor aceptación. Es frustrante.
—¿Cuál es el principal problema de las librerías?
—El margen de beneficio, que es muy pequeño. Competencias desleales históricas, como la de los colegios que compran directamente a las editoriales. Que las instituciones compren a grandes distribuidores. La enorme producción, las devoluciones. Y que el librero se siente desprotegido, no está considerado ni apoyado por la administración. Pero lo más grave es el margen y las condiciones de comercialización.
—¿Se roban libros todavía?
—Sí.
—Es un delito del que muchos no se avergüenzan. Mucha gente reconoce que lo hacía en su juventud.
—Forma parte de una visión romántica, el intelectual pobre. Pero hubo librerías que tuvieron que cerrar por robos. Y se sigue robando para vender los libros en el Rastro o en librerías de segunda mano que, sorprendentemente, venden libros nuevos.
—Tiene peor fama el que piratea.
—Es exactamente igual, aunque la consideración sea distinta.
—Cierran muchas librerías y aparecen editoriales. Parece un contrasentido.
—Hacer un libro es barato y para ser editor no necesitas más que un ordenador y una página web. Pero tantas como aparecen, desaparecen.
—Y las plataformas de venta por internet, ¿son una amenaza?
—Sí, claro, aunque hay que reconocer que lo hacen muy bien. Nosotros no podemos dar ese servicio. Ellos tienen monopolizada la venta de internet, prácticamente.
—¿Y cómo convencemos al lector para que acuda más a las librerías y menos a esas plataformas que sirven tan eficazmente?
—Es una cuestión de principios. Si no vivimos con unos principios, apaga y vámonos. Nuestra actitud ha de ser activa y combativa. Si no quieres subempleos, sueldos mínimos, contratos basura, no puedes engordar ese sistema. Como nuestro poder político es muy pequeño, hay que consumir responsablemente, es casi la única arma.
—¿Volvería a ser librera?
—Pues no lo sé. No lo sé. Yo soy bióloga y a lo mejor me gustaría hacer algo en ese terreno. Hay que probar otras cosas.