¿Es posible aprovechar la experiencia histórica?
No se trata de acumular un conocimiento meramente erudito de hechos y datos, sino de integrarlos en marcos de comprensión que nos permitan discernir las dinámicas del cambio
El pensador e historiador francés Alexis de Tocqueville (1805-1859), al final de su magna obra sobre La democracia en América, reflexionaba: «Me remonto de siglo en siglo hasta la antigüedad más lejana y no percibo nada que se parezca a lo que ven mis ojos. Como el pasado ha dejado de iluminar el porvenir, el espíritu humano avanza en las tinieblas». Se refería, claro está, a la experiencia novedosa de la Revolución, a los cambios radicales que se habían vivido, primero en Norteamérica y luego en Francia, desde las últimas décadas del siglo XVIII.En el mundo anterior a las revoluciones, la historia era sin duda magistra vitae, tenía un contenido pedagógico en el sentido de que, en el fondo, las mismas situaciones se repetían una y otra vez, y cabía aprender de los hechos pasados, pues la estructura y el sentido fundamental del mundo no cambiaba. Pero desde la revolución científica y, sobre todo, con las transformaciones que supusieron las revoluciones de finales del siglo XVIII se fue limitando dicha concepción pedagógica de la historia.
Estudiar el pasado resulta absolutamente necesario para entender la realidad presente. Los conceptos que usamos en la vida diaria y en nuestras instituciones sociales, políticas y económicas tienen una historia que se remonta en ocasiones hasta el mundo antiguoSegún el historiador alemán Reinhart Koselleck, la Revolución francesa supuso la quiebra de la idea de la historia magistra vitae, pues los propios revolucionarios afirmaban la posibilidad de construir la historia, la creencia de que podían construir el futuro desde cero. Desde su punto de vista, los hechos históricos adquirieron desde entonces un carácter irrepetible y perdieron su valor ejemplar, y el tiempo histórico dejó de ser iterativo y devino irreversible, creativo, lineal. Sin embargo, a pesar de la voluntad de crear el futuro como si no hubiese pasado, no dejamos de vivir en un presente marcado por el pasado, en una realidad que no puede emanciparse de una tradición, en un contexto que marca y define en gran medida nuestro modo de ser y de pensar, aun cuando creamos que no lo hace. En este sentido, el antropólogo y filósofo francés René Girard aplicaba una reflexión semejante al pensador alemán Martin Heidegger, que también se creía libre de dicho contexto. Girard escribía con sorna: «Heidegger se cree ajeno al mimetismo ambiental, cree que a él no le afecta el “seguidismo” de los que creen y desean todo cuanto “se” cree y “se” desea alrededor de ellos. Sin embargo, lo cierto es que en un momento en que “se” era nazi, Heidegger también lo era».Lo verdaderamente importante es tener conciencia de ese contexto, de esa inevitable influencia del pasado sobre el presente, conocer la genealogía de las realidades en que vivimos, pues todas ellas hunden sus raíces en una larga historia, en ocasiones remota y a menudo cargada de una sabiduría acumulada durante generaciones. Así se recoge en la cita de Friedrich Hayek que abre Biografía de la humanidad, tomada de su obra Los fundamentos de la libertad: «El resultado de los ensayos de muchas generaciones puede encarnar más experiencia que la poseída por cualquier hombre en particular». En esencia se trata de la propuesta conservadora de respeto de las instituciones avaladas por la historia. Su formulación procede en parte de Edmund Burke (1729-1797), padre del conservadurismo político a pesar de ser miembro del partido Whig (liberal), que criticó ferozmente las pretensiones de los revolucionarios franceses de rehacer la realidad de nueva planta, de proyectar el futuro como si no hubiese pasado. Estas instituciones son respuestas o soluciones a problemas planteados en condiciones históricas muy diversas, pero que han sobrevivido a todo tipo de presiones evolutivas. Cuando han dejado de ser funcionales, han terminado por desaparecer o han mutado. La perspectiva evolutiva resulta también esencial en este análisis de las instituciones.
La tarea de comprender estos procesos evolutivos, sus mutaciones y adaptaciones a contextos variados no es sencilla. Pero quizá resulta aún más complicado extraer de la experiencia pasada algún tipo de enseñanza que pueda guiarnos en el presente. En nuestro mundo acelerado y tan rápidamente cambiante parece ya sumamente difícil la posibilidad de leer el futuro en los hechos pasados. Es evidente que las soluciones inventadas en las primeras civilizaciones, entre los egipcios o los indoarios, respondían a circunstancias históricas muy distintas de las actuales. ¿Qué podemos extraer de una experiencia tan remota en lo temporal y lo cultural? Obviamente no nos van a proporcionar soluciones sencillas para los problemas actuales de participación en el poder o de desigualdad en nuestras sociedades complejas, y parece que menos aún a la crisis ecológica global o a los retos que plantea el mundo digital. Pero sí es posible que tengan algo que aportar.
Se trata de ser conscientes de la esencial historicidad de nuestro presente, comprender que hay una larga experiencia de la humanidad que funciona como un banco de pruebas de las soluciones aplicadas, que pueden inspirar o sugerir propuestas novedosasComprender las estructuras de funcionamiento de las sociedades pasadas, entender los procesos de cambio histórico y las situaciones de desequilibrio y crisis, e investigar las pautas de evolución a largo plazo indudablemente contribuyen a interpretar mejor las sociedades presentes por muy disímiles que sean de las pasadas. Además, en ocasiones, gracias a dicha falta de parecido se adquiere una perspectiva mucho más rica sobre el presente, pues aspectos que habitualmente pasan inadvertidos, como parte de una naturaleza humana supuestamente inmutable, se revelan históricos, contingentes; del mismo modo que al aprender una lengua extranjera se descubren elementos, usos y estructuras en la propia de los que hasta entonces el hablante apenas era consciente o sobre los que no había llegado a reflexionar. La perspectiva de lo ajeno enriquece siempre la comprensión de lo propio.Pero no solo se trata de eso. Estudiar el pasado resulta absolutamente necesario para entender la realidad presente. Los conceptos que usamos en la vida diaria y en nuestras instituciones sociales, políticas y económicas tienen una historia que se remonta en ocasiones hasta el mundo antiguo. Es necesario aclarar los términos comunes, explorar el origen de las metáforas que utilizamos, pues a veces estas ya no se perciben como tales y esconden los estratos de su historia evolutiva, que nos puede ayudar a comprender las razones por las que se instituyeron en origen y se fueron adaptando a lo largo de los siglos. No se trata de acumular un conocimiento erudito de hechos y datos de la historia, sino de integrarlos en marcos de comprensión que nos permitan discernir las dinámicas del cambio histórico.
Asimismo es necesario conocer los hechos del pasado más reciente que iluminan las circunstancias actuales. Las transformaciones de las estructuras socioeconómicas y políticas de los últimos dos siglos esclarecen indudablemente la situación presente. Así, resulta ejemplar el caso de Ben Bernanke, presidente del Sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos entre 2006 y 2014, que gracias a sus conocimientos históricos acerca de la Gran Depresión de los años treinta, aplicó medidas correctoras que evitaron que la crisis iniciada en 2007-2008 fuese aún peor que dicha depresión.
En resumen, se trata de ser conscientes de la esencial historicidad de nuestro presente, comprender que hay una larga experiencia histórica de la humanidad que funciona como un banco de pruebas de las soluciones aplicadas, que pueden inspirar o sugerir propuestas novedosas para hacer frente a problemas incluso aparentemente inéditos. En último término, admitir que la historia no es prescindible, ni como fuente de conocimiento ni como parte de nuestro presente, pues constituye su esencia.