Goytisolo como problema
Para quienes conocen la obra de alguno de los hermanos o no conocen la de ninguno, Goytisolo es una figura a la vez una y trina, ¿cómo explicar eso de tres escritores?
Desde el momento en que Juan Goytisolo fue galardonado con el Premio Cervantes he recibido numerosas felicitaciones. Muchas de ellas correctas, las de “por la parte que te toca”, es decir, en mi calidad de hermano del premiado. Pero otros, en cambio, me felicitaban confundiéndome con Juan o, perfectamente a sabiendas de que yo era Luis, convencidos de que el premiado había sido yo. Un malentendido que, desde el principio, se ha cernido indistintamente sobre los tres hermanos.De poco ha servido, en este sentido, el libro titulado Los Goytisolo, de Miguel Dalmau. Para quienes conocen más o menos la obra de alguno de nosotros o no conocen la de ninguno, Goytisolo es una figura a la vez una y trina. Es el de Marruecos; o el de las canciones, Palabras para Julia y El lobito bueno; o el de Las afueras. Y de inmediato, las dos preguntas de ritual: ¿Cómo explicar eso de tres hermanos escritores? Yo tengo ya una respuesta automática: lo nuestro es genético; desde la tatarabuela María de Mendoza —y siempre por línea femenina— cada generación ha dado su escritor/escritora.
La otra pregunta se refiere a la posible existencia de un ambiente literario hogareño que propiciase el fenómeno; o bien a si nos leíamos mutuamente lo que estábamos escribiendo, si comentábamos nuestros respectivos proyectos. Y no, no en ambos casos: ni nos criamos en un ambiente especialmente literario ni nos leíamos los unos a los otros antes de ser publicados. La diferencia de edad a esas edades (23, 20, 16) es determinante, aparte de que —también como por razones genéticas— desde el comienzo fue como si cada uno hubiera elegido un punto cardinal distinto. Además, apenas iniciados los estudios universitarios, José Agustín se trasladó a Madrid y Juan no tardó en abandonarlos para irse a París. Lo cual no significa que los años de convivencia familiar —más breves en mi caso— y sobre todo los acontecimientos previos a mis primeros recuerdos no dejaran de marcarnos a los tres, así como a Marta, la mayor.
Juan, al parecer, fue el preferido de mis padres, lo que explica que ya desde la infancia fuese objeto de las maliciosas bromas de Pepito (José Agustín), en la medida en que éste se sentía el mayor; un desencuentro que, bajo diversas formas, se mantuvo a lo largo de los años. Yo nunca tuve esos problemas tal vez porque, al ser el pequeño, anduve siempre más de por libre, si bien, asimismo por razones de edad, mantuve una relación más estrecha con Juan; para José Agustín fue toda una sorpresa que de pronto me descolgara con Las afueras. También supuso una sorpresa para los dos mi breve etapa de compromiso político, una toma de posición hacia la que ambos se habían sentido ajenos hasta entonces.
Ni nos criamos en un ambiente especialmente literario ni nos leíamos los unos a los otros antes de ser publicados, aparte de que —como por razones genéticas— desde el comienzo fue como si cada uno hubiera elegido un punto cardinal distintoFue en tales circunstancias, tras mi detención, una detención derivada de ese breve periodo de militancia, cuando Juan se volcó en la tarea de organizar una campaña internacional de carácter mediático a favor de mi inmediata puesta en libertad, lo que sin duda contribuyó a que mi paso por Carabanchel no sobrepasara los cuatro meses. A este respecto, pudo contar con la eficacísima ayuda de Monique Lange, su mujer, una persona realmente encantadora que, debido al puesto que ocupaba en la editorial Gallimard, tenía los mejores contactos con la prensa internacional. Una generosidad en nuestra relación que se ha manifestado a lo largo del tiempo en los ámbitos más diversos. Así, cuando le informé por teléfono de la muerte en accidente de mi cuñada Bel —la Niña Isabel de Gil de Biedma— noté que a Juan se le quebraba la voz al otro extremo de la línea. O cuando, recientemente, tras releer Antagonía en un solo volumen, telefoneó desde Marraquech para decirme que en su opinión era la mejor novela española del siglo XX; una reacción muy en la línea de su apoyo a diversos jóvenes novelistas a los que considera con talento. Sí, la comunicación entre ambos siempre fue buena. De ahí que la disparidad en la interpretación de nuestro pasado familiar que suscitó la publicación de Coto vedado tuviese un carácter meramente episódico.Una disparidad del todo normal, ya que yo, a diferencia de mis hermanos, no guardo el menor recuerdo de nuestra madre. Y si en el primer libro de poemas de José Agustín, El retorno, es ella la protagonista, el impacto de su muerte en Juan, más allá de sus escritos autobiográficos, subyace en lo mejor de su obra, la trilogía formada por Don Julián, Juan sin Tierra y Makbara. No es preciso ser un psiquiatra para adivinar en sus invectivas a la patria madrastra una consecuencia de la brutal desaparición de la madre.
El comienzo de esa trilogía coincide, por otra parte, con su ruptura temporal con Monique —años después habrían de sellar su reconciliación con un matrimonio civil— y, en coincidencia con esa ruptura, su asentamiento en Marruecos. Una residencia que sin duda hubiera compartido con París de no haber muerto Monique pocos años después.
Activo, emprendedor, ha sabido compaginar su labor propiamente novelística con lecciones sobre nuestros clásicos impartidas en diversas universidades norteamericanas, toda una obra de carácter ensayístico. Vamos, que por más que viva en Marruecos, su dominio de nuestro pasado literario no tiene equivalente en ningún otro novelista español contemporáneo. Algo insuficientemente conocido porque en apariencia casa mal con las invectivas de Don Julián desde el otro lado del Estrecho. Y porque, en definitiva, Juan dejó de vivir en España de forma continuada a mediados de los años cincuenta del pasado siglo.