Entrevista con Julián Casanova
“En Rusia hay una lectura poco crítica de su Revolución”
Afirma Julián Casanova que no hay explicaciones simples para los grandes acontecimientos. Y él ha explicado con rigor un gran acontecimiento, ni más ni menos que la Revolución rusa de la que se cumplen ahora cien años. El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Zaragoza, autor de España partida en dos o Europa contra Europa, 1914-1945, ha aprovechado el aniversario para publicar La venganza de los siervos. Rusia 1917 (Crítica), un ensayo escrito desde la Central European University de Budapest en la que investiga desde hace años. Una obra que aspira a la divulgación con un espectacular trabajo de síntesis, pero que también es una audaz lectura crítica del pasado.
—En el libro aparece una frase del escritor Paustovsky que resume lo que significó la Revolución: “Aquí, en esta pequeña ciudad soporífera… nada había ocurrido en tres siglos… Y ahí estaba ¡la Revolución!”
—Es una buena imagen para ver cómo la autocracia zarista se congeló durante tres siglos. Primero funcionó con mucho poder, después llegó el declive, pero eso no se transmitió a los ciudadanos. Para ellos la Revolución fue un impacto, el fin de la autoridad sagrada.
—¿Cuál fue la anomalía histórica de Rusia?
—Creo que fue una autocracia que aún estaba en el siglo XVII y que, al entrar en rivalidad con otros imperios y no poder ganar la guerra, queda desarmada internacionalmente y desacralizada. Todo el mundo fue consciente de que la guerra iba a trastocar el orden. A esto se unió la magnitud del imperio, la ineptitud e ineficacia del zar, la importante presencia de Rasputín a causa de la zarina. Además, la zarina era una persona vinculada con el mundo alemán, enemigo de Rusia en la guerra. La gente percibió que nada era invencible, que se hundía el orden y que no había una contrarrevolución para sustituirlo. Hubo una revolución en el frente, una revolución de los campesinos y una revolución obrera.
—Fueron muchas revoluciones: social, política, económica e incluso de género. Una compleja revolución poliédrica.
—Es la idea fundamental que quiero establecer en mi ensayo. He pensado en el lector español, en un libro que lo contara todo en 200 páginas. La complejidad era enorme porque hay que hacer un esfuerzo por simplificar y eso solo se consigue —lo he aprendido del mundo angloamericano— con capacidad de comunicación, sabiendo hacer síntesis. Siempre me ha interesado mucho la comunicación, sin ella los historiadores estamos ajenos a la sociedad, en nuestra torre de marfil. Y así alimentamos la idea de que la Historia es una pesadez. ¿Cómo superar esto? Escribiendo libros que la gente pueda leer.
—¿Considera que ese tipo de ensayo divulgativo, tan popular en el mundo anglosajón, es el reto de los historiadores españoles?
—Siempre tuvimos envidia de los hispanistas por lo bien que transmitían. Leíamos a Jackson, Thomas, Preston, Payne por cómo escribían. Hay muchos historiadores en España que pueden contar la historia de los Austrias, pero Elliot lo contaba de otra forma. Es una tradición que se enseña desde el colegio. Pero también está la mirada del otro, porque la gente percibía que era más objetiva que la del español. Y eso no es cierto, sino que lo daba la forma de escribir. La narración tiene que ser un juego entre las estructuras y las personas de carne y hueso. El historiador español está muy acostumbrado a mostrar pocos personajes de carne y hueso, acaso solo los que salen en las fuentes oficiales. Yo soy partidario de la historia cultural, como Natalie Zemon Davis, la autora de El regreso de Martin Guerre, que dice que los historiadores tenemos que escuchar los ecos del pasado. Y los ecos vienen a través de fuentes, lugares de memoria, arqueología, literatura. Si estás interesado en las mujeres, tienes que buscar los ecos de las mujeres, y no sacar la excusa de que no hay fuentes.
—Volviendo a la Revolución rusa, ¿el centenario ha servido como efecto de distanciamiento y para renunciar a la visión sesgada que hizo la historiografía antimarxista o prosoviética?
—En un artículo que he escrito recientemente, saco las tripas de todo eso que se llama “viejos y nuevos enfoques” sobre la Revolución rusa. Explico por qué hubo una visión soviética tan amplia, tan ortodoxa y que ha caído en descrédito; por qué hubo una visión liberal contraria e igualmente ortodoxa, que cogió fuerza cuando la otra cayó en descrédito y es la que triunfó en el mundo democrático, y por qué hay una versión llamada revisionista de Historia social y cultural posmoderna, que es la que realmente ha revolucionado la historiografía desde la apertura de archivos.
—¿Y cómo es la interpretación actual, el ojo de época con el que se lee la Revolución?
—El centenario servirá para que la gente que quiera hacer visiones críticas del pasado las haga, porque en todos los idiomas van a salir libros muy interesantes. Y para mostrar que en Rusia el poder político, lejos de hacer una conmemoración desde el presente para explicar el pasado, va a rescatar solo las partes que le interesen para conmemorar el presente. Y eso es una manipulación de la Historia desde el presente. En Rusia hay una lectura poco crítica de todo aquello.
—¿Y en España? Aquí hemos tenido distintas visiones: en la Segunda República con las fascinadas “romerías de intelectuales”, como decía con sorna Giménez Caballero; en el franquismo con la demonización y más tarde con cierta exaltación…
—Es un tema fascinante para haber hecho un epílogo, pero no quería situar el tema en España. Ahora estamos ante una profunda revisión, que no un revisionismo. Eso lo tenemos que hacer los historiadores a través del debate y el conocimiento. Cuando se demuestra que tus tesis no sirven, tienes que cambiarlas y no reafirmarte en ellas. Si sabes hacerlo, estamos ante el intelectual que cumple mínimamente con lo que se le exige. Si no, estamos ante el clientelismo, la endogamia, el amiguismo, que es lo que está pasando en muchos ámbitos académicos. Claro que frente a los mitos y a las lecturas políticas, los historiadores tenemos menos fuerza, sobre todo en asuntos del pasado reciente. A un especialista en Julio César nadie le tose, pero a un experto en la figura de Lenin lo acusan de opinador. Ocurre aquí con el franquismo y la Guerra Civil. Tenemos muchas más fuentes que los colegas de ciencias de la antigüedad, pero estas no están bajo sospecha. Y los historiadores estamos bajo sospecha porque la gente cree que todo el mundo puede opinar sobre la Historia reciente. Esto revela el desprecio al conocimiento, a hablar con sosiego, sin gritos. Además, la era digital está obligando a cambiarlo todo. Hace veinte años Mariya Spiridónova, que es un personaje clave en la Revolución, no salía en ningún sitio. Hoy en google te sale de todo, en un montón de idiomas, mentiras, verdades… En la era digital no tengo que dar a los estudiantes erudición e información, sino ordenarles la erudición y la información para que sepan ver el pasado críticamente. Las lecturas críticas del pasado son muy importantes. No solo saber contar bien las cosas, como decía antes, también debe haber detrás algo sólido, que no se desvanezca.
—Escribir para el mañana debería ser el lema del historiador para no morir en el presentismo.
—Sí, que quede en el fondo, que la gente lo cite, que los jóvenes dentro de diez años se encuentren que el libro no ha envejecido. Todo eso que es lo importante cuando escribes un libro de Historia y no un libro para vender en el mercado.