La claridad demoledora
Junto a su ingente labor teórica sobre cuestiones políticas, jurídicas, literarias o relacionadas con las ciencias sociales, Ayala estuvo pegado desde siempre al mundo a través de sus artículos periodísticos
Por común que haya sido, y por mucho que la padecieran tantos y tantos españoles, para acercarse a fondo a Francisco Ayala no puede olvidarse que padeció la grave anomalía del exilio. Sirvió a la República tras producirse el golpe de un grupo de militares en julio de 1936, así que cuando la derrota se hubo consumado le tocó abandonar su país y encontrar acomodo en otro. “Súbitamente, la Guerra Civil me arrancaba del marco en que se hallaba inserto mi proyecto vital, rompiendo el cuadro de todos mis esquemas, de todas mis expectativas, y arrojándome a la precariedad de lo imprevisto”, escribió en De mis pasos en la tierra cuando se refería al inmenso salto que significó para él abandonar los ríos de su infancia, el Darro y el Genil que confluyen en Granada, para instalarse junto al Río de la Plata, ese “león dormido, cuyo perezoso sueño lo mantiene inmóvil junto a la ciudad”, Buenos Aires. Ahí empezó de nuevo: “el exilio implicaba nada menos que la necesidad de improvisar una manera por completo nueva de hallarme instalado en el mundo”.Ayala se había enfrentado ya a otros cambios de hogar, cuando su familia se instaló en Madrid o cuando le tocó vivir como estudiante una larga temporada en Berlín, pero esto era distinto. No había perspectivas de regreso y los vencedores de la guerra se estaban aplicando ya a destruir todas aquellas conquistas —políticas, sociales, económicas— que había traído la República. Ayala se llevaba, pues, el inmenso dolor del fracaso frente a la barbarie y la furia inevitable por la pérdida de ese futuro radiante que habían querido labrar en España tantas gentes de su generación. No pudo ser.
Con 19 años había publicado su primera novela, y desde entonces no dejó de escribir ficciones. Al mismo tiempo fue produciendo paso a paso una imponente obra ensayística, ya fuera sobre cuestiones jurídicas (El derecho social en la Constitución de la República española, 1932), políticas (El problema del liberalismo, 1941 y 1942; Ensayo sobre la libertad, 1945), literarias (La invención del ‘Quijote’, 1950; trabajos sobre el Lazarillo, Cervantes, Quevedo, Galdós, Unamuno) o relacionadas con las ciencias sociales, a las que dedicó buena parte de sus investigaciones: su Tratado de sociología, por ejemplo, es de 1947. Junto a esta ingente labor teórica, que aportaría siempre rigor a sus consideraciones sobre las más diversas cuestiones, Francisco Ayala estuvo pegado desde siempre al mundo a través de sus artículos periodísticos.
No hubo tema que no tratara, ni asunto que escapara a su curiosidad. De lo grande a lo pequeño, de lo anecdótico a lo esencial, de lo simple a lo complejo, de lo embarrullado a lo sencillo, de todo trató el escritor y siempre lo hizo con mucho tinoNo hubo tema que no tratara, ni asunto que escapara a su curiosidad. De lo grande a lo pequeño, de lo anecdótico a lo esencial, de lo simple a lo complejo, de lo embarrullado a lo sencillo, de todo trató el escritor y siempre lo hizo con mucho tino. Al hombre que tuvo que abandonar su tierra tras una larga guerra civil le tocó vivir en países muy distintos (Argentina, Puerto Rico, Estados Unidos) y, acaso por la necesidad de irse reinventando una y otra vez, mantuvo intacta su capacidad de asombro, fue tremendamente respetuoso con lo nuevo, tolerante con lo diferente, curioso a la hora de averiguar los detalles y con una discreta finura para interpretar lo que estaba cambiando. Tenía la mente abierta y unas sólidas convicciones liberales y democráticas que resistieron con gran fortaleza los embates y las tentaciones extremistas del periodo de entreguerras. Fueron esos los años de su formación y de su primera juventud. De Berlín, donde estuvo estudiando entre 1929 y 1931, escribió más tarde: “Esa libertad de que tanto se alardea en todas partes, sin excluir por cierto a España, como de una conquista última, era un hecho adquirido y bien establecido en el Berlín de aquellos años”.Para referirse a la obra ensayística y periodística de Francisco Ayala conviene acordarse siempre de esa libertad que aprendió a conquistar entonces. No era la efímera de las modas, ni la pasajera de tantas ideologías de usar y tirar, sino que estaba anclada firmemente en la experiencia y marcada por la larga costumbre de haberla ejercitado innumerables veces. “Uno de los efectos de la democracia”, escribió en un artículo publicado el 16 de julio de 1981, “es hacer que el país pueda enfrentarse con su verdadera imagen y conocer su propia realidad, sin ilusorios engaños”. Cuando muchos españoles se aplicaban simplemente a celebrar las libertades recien conquistadas, lo que proponía Ayala era afinar la mirada respecto al propio país, a su historia reciente, a sus logros y a sus desafíos. “Sometidos a su duro paternalismo, y despojados de toda responsabilidad”, decía en la misma pieza refiriéndose al franquismo, “la gran mayoría de los ciudadanos pudieron achacar al régimen todos los aspectos ingratos de la vida nacional, suponiendo que atesorábamos virtudes cohibidas e inhabilitadas por su autoritaria presión. Desaparecida esa dictadura, ya no tenemos coartada”.
Esa claridad demoledora fue la que vino a ejercer Ayala cuando regresó a España en 1976 para instalarse definitivamente. La aparición del volumen VI de sus Obras completas, donde se reúne su obra periodística publicada entre ese año y 2005, muestra así su indomable capacidad crítica frente a cuanto estaba ocurriendo. Ayala no era un recién llegado a la libertad, a las libertades de una sociedad democrática, las conocía bien desde que salió siendo joven camino de Alemania para despejar las ideas y airearse un poco de la contaminada atmósfera de la dictadura de Primo de Rivera. Volvió para aportar su grano de arena en la asombrosa aventura que inició la República, tan plagada de obstáculos y cortapisas, tan llena de la violencia soterrada de los extremismos de entonces. Franco y los suyos se cargaron aquella historia. Pero no acabaron con Ayala.
Anduvo, pues, por el mundo hasta que le tocó regresar. De vuelta en casa, así se llama ese sexto volumen de sus obras, recoge a la manera de Ayala las circunstancias de aquel fascinante periodo. Hay muchos textos políticos y otras tantas reflexiones de carácter histórico, pero existen también muchas piezas sobre literatura y arte, y son innumerables los artículos que recogen los chirridos de aquel presente: esos asuntos que irrumpen en la vida y que merecen un comentario. “Como grupo, a los intelectuales correspondería ahora la función de iluminar las conciencias y orientar la conducta de la gente”, escribió Ayala en su discurso de entrada a la Real Academia Española, en el que se ocupó de las retóricas del periodismo. Se estaba refiriendo a ese gigantesco corte espiritual que se produce con la llegada del Renacimiento y que se consolidaría más tarde, tras la Revolución Francesa, en la sociedad burguesa y liberal. Ayala forma parte de ese mundo: su obra destinada a los periódicos nació con la inequívoca voluntad de colaborar en el esclarecimiento racional de cuanto ocurre. Para poder luego responder, comprometerse, actuar. “Todo cuanto he escrito —dice en otro texto— responde a la misma preocupación por averiguar la naturaleza humana y desenredar la complicada trama de las relaciones entre los hombres”. Pero no lo hizo nunca de manera ingenua, aplicando con brocha gruesa las recetas de las ideologías políticas. Sabía que, tras la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial, “no sólo eran los escombros materiales los que cubrían el suelo, sino también escombros intelectuales los que ocupaban las mentes”. En ese terreno inhóspito, y sabiendo lo que tenía entre manos, siguió escribiendo y persiguiendo la claridad para demoler con la mayor elegancia todos nuestros prejuicios.